domingo, 28 de diciembre de 2008

Deseos mazatlecos para año nuevo



Soñar no cuesta nada, pero quien formula un deseo lanza una plegaria al vago azar o a las secretas leyes que rigen este universo. He aquí algunas ensoñaciones; no del todo imposibles.


1.- DESEO AMARILLO: Qué los mazatlecos nos enseñemos a manejar con mayor cuidado, menos temeridad, arrojo y violencia. Es tiempo de comenzar a respetar tanto la línea amarilla de las aceras como la luz amarilla de los semáforos…


¿Cuantos estrangulamientos del tránsito son producto de algún vivito que se estacionó en una esquina y luego es secundado por una señora que sólo fue a comprar unas tortillas y después un repartidor de gas? Además, la valentía de los que aceleran ante el parpadeo de la luz preventiva es cosa de miedo y conforma con lo anterior una ecuación digna de respeto.


2.- DESEO ARQUITECTÓNICO: Que se vaya viendo la manera de hacer un edificio para el ayuntamiento por el rumbo del Jabalíes o más allá, que es donde actualmente bulle el centro geográfico y poblacional de la ciudad que merece más atención. Imaginemos una construcción moderna, funcional y hasta con amplio estacionamiento...


El edificio actual podría volverse Casa de la Cultura o museo histórico. Los alrededores, un área turística, semi peatonal y de comercio. También puede albergar las escuelas del Centro Municipal de las Artes y dejaría al Teatro Ángela Peralta concentrado en su destino original. Conste que lo dijimos primero. Sigamos el ejemplo de Culiacán, que en los setentas sacó al gobernador y a los diputados del centro, destinándolos a un área más apropiada para sus funciones.

(El pintor y arquitecto culichi José María Miranda, me aclara que este fue un proyecto realizado por Gobernador Alfonso G. Calderón, aunque la propuesta original fue de Alfredo Valdez Montoya, Gobernador anterior.)


3.- DESEO CIVICO: Que en el terreno federal, vecino a lo que fuera el Hospital Civil en Paseo Claussen, se haga una explanada cultural o espacio escultórico, antes de que alguien se le ocurra levantar un cajón de oficinas o enviar ahí los juzgados de Olas Altas. Ojalá alguien con visión y capacidad de gestión articule este proyecto´y lo lleve adelante con el apoyo de todos. Bien podríamos hacer una Plaza de la Nao de China, con alegorías navales a la bonanza legendaria de nuestro puerto. (Esta propuesta era idea original del mazatleco Jesus Rojo, quien la compartió conmigo y me sugería una concha acústica, aunque la vecindad del mar vuelve impráctica esta primera opción.)


4.- DESEO ESTÉTICO: Que tampoco pongan en el malecón ningún adefesio más. La ciudad ya está madura para tener algo de calidad universal. (Véase la escultura de la Paloma de la Paz, realizada por Juan Soriano en La Paz, BCS) Claro que costaría un dineral pedirle a Cuevas, Sebastian o a Francisco Toledo una obra así, pero el beneficio para Mazatlán no sólo sería histórico, sino también invalorable y definitivo. Hay empresas en la región capaces de aportar en lo económico, previa excepción de impuestos, y contamos con artistas que darían una opción de primer mundo.


5.- DESEO FILMICO: Que la cartelera de cine local no escamotee las películas de arte, tanto nacionales o como internacionales. Si bien la culpa puede ser del público, sería justo que las empresas cinematográficas destinen al menos en una sala o en una función para las producciones que comenta la prensa cultural. De paso, que ciertas salas mejoren sus técnicas de fumigación para gozar del cine sin tanto sobresalto.


Que si nos vamos a volver una Ciudad-Casino, de perdida aspiremos al nivel de Montecarlo y no al vulgar mal gusto de Las Vegas… Que se haga una especie de IFE para regular los concursos de belleza… Qué ya se construya el puente a la Isla de la Piedra para que la policía no tenga que pagar panga en emergencias... Que los ociosos tomen un libro para que dejen de hacer falsas llamadas de emergencia y al fin comencemos a comportarnos como ciudadanos respetuosos, conscientes y maduros, dignos del siglo XXI y de nuestra historia.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Aprendiz de Alquimista




Yo fui de esos niños que en Navidad pedían juguetes extraños, además de los reglamentarios para quien tuviese una infancia normal y promedio.

Uno de los que más enseñó aspectos inesperados del conocimiento fue mi Juego de Química, el cual solicité con la secreta intención de volar por los aires, inventar una nueva fórmula secreta o quizás convertirme en un científico excéntrico.

De hecho, cuando me preguntaban que iba a ser de grande, yo respondía con esa última opción. Aunque, por supuesto, usaba otra palabra más patológica y popular para definir el concepto de excéntrico.

Antes de tener el equipo, yo ya hacía experimentos por mi cuenta, para grave aflicción de mi mamá que tenía luego que limpiar el tiradero o se topaba con las cosas de la cocina en sitios inesperados, por no hablar de manchas en la ropa o estropicios causados por el fuego… una vez casi sequé el mango del patio, andando en esas actividades extra-curriculares del desarrollo del conocimiento personal.

Los experimentos los copiaba de las enciclopedias y los libros de primaria, ya que en las dos primeras escuelas que estuve casi nunca los hicimos, por lo que yo llenaba ese vacío educativo poniendo manos a la obra, incluso mucho antes de que llegáramos a esa sección del libro de Ciencias Naturales. En menos de una semana los hacía todos y me sentía vacío al no tener más opciones de actividad.

Hasta que llegué a la Escuela Gabriela Mistral, las maestras de ahí nos hacían realizarlos sin excepción, lo cual era bueno para eliminar un poco la rutina de las clases.

Mi primer juego de Química me ayudó a aprender algo más que el compromiso inmediato con la evidencia empírica y experimental: desarrolló en mí los principios de la comprensión lectora, detalle que de seguro no previeron los fabricantes y diseñadores del juguete.

Paso a explicarme: a diferencia de las instrucciones de mis libros de texto gratuito y las enciclopedias infantiles, la redacción del folleto era bastante árida para un niño de siete años. De entrada, el manual me hablaba “de usted”, mismo tono que usan los padres al regañarnos: “Coloque dos cucharadas de sulfato de fierro y amonio en un tubo de ensayo”, etc, etc.

Los otros textos que había leído eran más amigables y, por lo tanto, mas ignorables de ser el caso: “No vayas a encender tú sólo la lámpara de alcohol. Pídele ayuda a un adulto de tu familia”.

Así que fue una especie de shock tener que descifrar una escritura compleja y algo pedante, tal vez redactada por alguien sin conocimientos de pedagogía infantil, además con cierto desgano, cosa que a esa edad alcancé a percibir de cierta manera.


Mi primer problema fue con el tubo de ensayo. Quien hizo el manual, daba por hecho que los niños sabíamos que era eso. Y para mí, un tubo era una cosa con dos orificios en cada extremo: a veces ayudaba a mi papá cuando soldaba alguna instalación en su época de contratista. El manual - que en realidad era una hoja doblada con tinta azul - me obligó a un proceso de deducción para adivinar cual era el tubo de ensayo.
Menos mal que no incluía una retorta, que es otra de las cosas que menos se parecen a su nombre y aparecen seguido en las películas de "El Santo", sin que ninguno de los personajes las mencione... Si el juguete hubiera incluido un arma laser, un reactor nuclear o un tunel del tiempo portatil no habría tenido ninguna dificultad para identificarlos.

La magia del regalo tuvo dos etapas: al concluir todos los experimentos y cuando se me acabaron los reactivos. Pero seguí haciendo experimentos por mi cuenta, inventando formulas y, si jugaba con mis amigos y primos a algo escenificado, como policías y ladrones, “El Hombre Nuclear” o “Viaje al fondo del mar”, los artefactos de mi laboratorio personal fueron muy útiles para darle realismo a las actividades, hasta que se fueron quebrando uno a uno y comenzaron a gustarme las muchachas.

No todo se perdió. Hace días, a un biólogo le urgía conseguir a deshoras un microscopio profesional para llevárselo de madrugada a una granja acuícola. Le dije que yo tenía uno en la casa y correspondió a mi cortesía preguntándome si me lo había robado de alguna prepa de por ahí, ya que su incredulidad no tuvo límites. Les espeté en la cara anunciándole que, desde 1977, ese microscopio estaba en mi cuarto, junto a mis libros y la colección de piedras volcánicas. Fue un regalo de mi tía Fermina Rodríguez de Xamán, profesora de Ciencias Naturales.

Era buena época para ser niño científico. Faltaba poquito tiempo para el año 2000 y se suponía que las utopías del cine y la tele serían objetos cotidianos. Nada fue como lo anunciado. Le pregunté mi jefe que edad tendría yo en el año 2000 y él me dijo que para entonces sería un señor de treinta años. Ya me imaginaba tripulando el Skylab, malhadado artefacto que aparecía seguido en los noticieros con música de Isao Tomita.

A los niños raros como yo ahora les llaman “índigos”. Hasta en eso, el tiempo pasado fue superior: antes decían que éramos “superdotados”, lo cual, por supuesto, se escucha y suena mucho mejor. Índigo suena a despectivo clasemediero, como una combinación de "indio-móndrigo", mientras que superdotado suena más cercano al mundo de la ciencia ficción, el espacio y los secretos procesos de la química del pensamiento, procesos que a usted le permiten leer este texto y a mi recordar esa infancia luminosa, indestructible y sin tropiezo.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Tiempo de arrayanes

Patio de los Arrayanes, en La Alhambra, España

Con diciembre, el frío y la navidad, vienen las cosas dulces.


Las mandarinas, los dátiles con miel, el alfajor y las gomitas. Los buñuelos con miel o leche azucarada. Las gorditas con champurrado en la madrugada o los churros escarchados de azúcar en el parque Zaragoza.


El ponche de frutas perfuma las casas con el burbujeante aroma de la sidra o el oscuro sabor del higo. Los árabes dicen que disfrutar un higo equivale a comer mil flores.


Pero también es el tiempo de los arrayanes, palabra que también nos vino de la lengua de Mahoma y Omar Khayyam. Los arrayanes, esa fruta amarilla y de sabor ácido, astringente y capaz de encender al sentido del gusto. En Sinaloa usamos un adjetivo para definir ese saborcito que no registran los diccionarios: agarroso.


Hace poco caminaba por las calles del mercado con un extranjero venido de las costas del Mar Adriático. Buscábamos una farmacia y al salir de ella nos topamos con un puesto de arrayanes, todos coronados de chilito piquín y sal, como si su solo sabor no fuera suficiente para galvanizar las gargantas. Se animó a comerse uno y me comentó que era un sabor que nunca había probado y jamás se imaginó que existiera.


Los arrayanes son los hermanos maléficos de los nanchis. Caín y Abel en nuestro paladar. La gente acusa a los arrayanes de provocar apendicitis: un amigo mío se comió dos kilos para no cumplir con un desagradable compromiso laboral, pero otro amigo doctor afirma que la semilla es demasiado grande, que hasta la de un tomate nos puede provocar esa contingencia, que dejemos en paz la reputación de los pobres arrayanes.


A nadie se le ha ocurrido asociarlos con la navidad. Las cañas, mandarinas y tejocotes son personajes infaltables de las posadas. El ate de guayaba se come en estas fechas junto a los cubiertos de fruta y esas interminables bolitas de caramelo con semilla de anís al centro. Y ni hablar de los casi extinguidos Tommies y Ricobesos, que nunca faltaron para rellenar las piñatas menesterosas o abultar un poco más la bolsa de los dulces de los chamacos.


Durante mucho tiempo, no entendí a la gente que andaba de malas en Navidad. Y entre mis amistades tengo como a tres émulos de Ebenezer Scrooge, el avaro personaje de Charles Dickens. Ha tenido la vida que darme algunos golpes y quitarme a seres queridos para comprender el sentimiento de quienes no evitan la incomodidad o el mal genio por estas épocas.


Pero no es sano pasarse así esta temporada. Me ha costado un ejercicio de introspección definir mi estado de ánimo para estas fechas. Vienen tiempos de reunión y de júbilo, junto con la nostalgia y el extrañamiento de los que faltan, por no hablar de las crisis o tragedias que nos asesta la cotidiana vida.


Así como el paso del tiempo vuelve las cosas agridulces, la navidad puede trocarse de esa manera. Hay que descubrirle el sabor a esa mezcla de sensaciones encontradas, donde no todo es dulzura, pero existe un ácido toque de realismo, similar al que tienen los frutos del arrayán decembrino.


El tiempo de felicidad también es tiempo de arrayanes. No a cualquiera le gustan, pero hay que saber disfrutarlos o al menos soportarlos sin amargura.


Así como algunos gozan de comer guayabas bravas o mango verde, los arrayanes aparecen en el carnaval de fin de año como una metáfora de que aguarda una fuerte dosis de sabores agridulces frente a nosotros. De nosotros depende ignorarlos, hacer gestos ante ellos o ponerles un poquito de sal y picante para hacerlos más estruendosos.


Y eso, nos guste o no, es una de las pequeñas cosas que le dan sabor a la gran fiesta de la vida.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Dead Man Walking


Sócrates, víctima ilustre de la pena de muerte.

Hace unos años, realizando un trabajo de investigación, me enteré que en Sinaloa existió la pena de muerte aplicada a los ladrones de ganado. Y fue en una época bastante reciente.

Lo curioso es que esa información llegó a mi no en una búsqueda legal o histórica. Andaba yo recopilando datos de uno los más importantes escritores sinaloenses cuando me topé con la referencia.

Hablo de don Francisco Peregrina, autor de la novela “En el sur de Sinaloa”, emblemática historia cuyo buen humor y descripciones son un verdadero documento humano.
Francisco Peregrina, curiosamente, había nacido en Colima. Hubo un periodo durante el cual nuestro puerto mantuvo comunicación fluida con ese estado y era común que la gente de nuestras regiones fuera y viniera en constante movilidad.


Era el tiempo que no existían ni carretera o ferrocarril y para llegar a Mazatlán era más fácil hacerlo en buque de vapor que por diligencia o galope veloz. Los textos de José Juan Tablada confirman esa interesante manera de arribar a nuestra salvaje tierra.
Peregrina destacó en el periodismo y llegó a incursionar en la política de una manera que parece sacada de sus simpáticas narraciones. Fue el único Gobernador de Sinaloa que ha ejercido el cargo durante un solo día.

Procedo a explicar las dos historias:
Recordemos que en 1944, el Coronel Rodolfo T. Loaiza, a la sazón Gobernador del Estado de Sinaloa, fue asesinado durante el carnaval de Mazatlán en el ya legendario Patio Andaluz. Fue un suceso que estremeció a una región maltrecha y enfrentada por los conflictos agrarios del reparto de tierras.
El coronel Loaiza había venido a Mazatlán acompañado de buena parte de sus funcionarios y colaboradores cercanos, inclusive el Procurador de Justicia. Luego tendrían que irse todos en un tren especial para las exequias correspondientes.

Sin embargo, como en Culiacán no se encontraban en ese momento los posibles funcionarios que ocuparían el cargo de manera transitoria, y dado que no era permisible que se diese un vacío de poder político por mínimo que fuese, asumió el cargo el responsable del área de prensa del Gobierno del Estado.

Ese puesto era desempeñado entonces por el escritor y periodista Francisco Peregrina, quien se había quedado en la capital en esa fecha.

Me cuentan sus hijos que ese día memorable no fue efímero. Realizó un acto de gobierno del cual siempre se declaró orgulloso: indultó a un jovencito de quince años, detenido por abigeato, salvándolo así de una ejecución inminente. Parece exageración, pero el robo de ganado fue por siglos condenado con pena de muerte. Todavía hoy existe más castigo para quien robe una vaca que para quien se robe un niño.

*

Viene a relación está historia ante el debate actual. El gobernador Coahuila pide ejecución para los secuestradores, la gobernadora de Yucatán para los violadores… al paso que vamos, se va a volver a pedir la pena de muerte para los ladrones de ganado, tal como acontecía hace apena cincuenta y tantos años en Sinaloa y Sonora.

Si se aplicara el ojo por ojo, se dejaría al mundo ciego en pocos años. Los teólogos afirman que la frase de “dar la otra mejilla” no quiere decir que tengamos que anteponer mansedumbre a quien nos agrede: significa que debemos de razonar, no dejarnos llevar por el ímpetu de venganza en el momento.

Y creo que esta reflexión de hace dos mil años, bien puede ponerse hoy en práctica. La formuló un gran personaje de la historia que murió bajo la pena capital. Justicia no siempre significa terminar con una vida humana. El criminal que sabe que le espera la pena capital se vuelve más cruel y asertivo en sus maniobras.

México está en un tratado internacional contra la pena de muerte desde 1969. Y en ese momento muchos mexicanos la exigían para todos los que fuesen comunistas, porque se decía que eran una banda instigada por la URSS. Aludían como ejemplo la ejecución en Estados Unidos del famoso matrimonio Rosenberg, cuyos descendientes aún insisten en su inocencia. La nieta, que se crío con unos tíos y se vio obligada a cambiarse de nombre, realizó hace poco un documental incendiario.

El 23 de Agosto de 1927 los comunistas Sacco y Vanzetti fueron enviados a la silla eléctrica. En 1977, el gobierno de Estados Unidos los exoneró simbólicamente de su culpabilidad

En los sesenta, cuando fue el caso de “Las Poquianchis”, dueñas de un burdel en San Francisco del Rincón, se exigió pena de muerte para quien ejerciera el lenocinio. Son casos muy distintos pero en su momento revelaron lo mismo: las grandes fallas y la corrupción de un sistema de justicia. En México, ¿estamos exentos de eso o sólo tratan los políticos de conseguir votos, aprovechando la indignación y el desespero nacional? Analicémoslo bien, por favor.

domingo, 30 de noviembre de 2008

En las nubes...









Monumento al compositor Ricardo Castro
y foto mía junto al actor qué, personificado
como Ricardo Castro, paseaba frente
al Teatro Ricardo Castro de Durango.

Este fin de semana estuve en Durango dando un curso de novela, invitado por el Festival Cultural Ricardo Castro - inolvidable autor del hermoso Vals Capricho -y el poeta Jesús Marín... Por allá saludé también al escritor Everardo Ramírez y al cineasta Juan Antonio de la Riva, creador de Pueblo de Madera y Director del Instituto de Cultura del Estado.
Pero más que contar mis vivencias, quiero registrar los reveladores incidentes que presencié durante el vuelo. No es por demás recogerlos aquí.

Me encantan los aviones pequeños porque vuelan bajito y uno puede ver pueblos y barrancas con más detenimiento que aquellos que marchan a velocidad de crucero. En este caso, la cordillera de la sierra Madre de Durango es impresionante… Antes de ascender a la meseta, es posible ver por la ventanilla la silueta de Copala y el intricando recoveco del río donde estuvo El Arco, pueblo fantasma donde vivió mi familia.



Pero lo que sí me puso nervioso, antes de subir al avión, fueron las conversaciones de un jocoso grupo de pasajeros, vestidos de una manera más formal de la que usualmente andamos los mazatlecos. Incluso aquellos que toman un avión, ya que el mexicano por excelencia, antes de treparse a una aeronave, suele vestirse con su mejor garrita.


De repente, una dama muy formal tomó un celular y dijo con voz educada: “Señor Diputado, lo esperamos para subir al avión. Ha comenzado el pre-abordaje”. Descubrí con azoro que marcharía rumbo a Durango en un minúsculo avión lleno de políticos.


Minutos después el joven de la línea tomó un micrófono y pidió que formáramos una fila y saliéramos con pase de abordar e identificación con fotografía en mano. El grupo de individuos soltó una carcajada unánime y uno de ellos se lamentó, soltando una frase que rezaba algo así como que “Qué lata tener que sacar siempre la charola”.


Más que el Síndrome de Mouriño – el artefacto era un Saab, la misma marca del eficiente automóvil de James Bond-, me preocupó la actitud de esos ilustres caballeros, ungidos por el voto popular. Parecían un grupo de Hooligans que tomaban como un símbolo del triunfo el hecho de tomar un vuelo. La gente que viaja mucho – ejecutivos, vendedores de seguros, incluso los turistas – suben a los pájaros de acero con la indiferencia de quien se trepa a un camión pasajero, de esos que van pa ‘ Sonora, como dice una canción compuesta por un profe de la UAS.


Si bien soy tolerante con la gente que hace escándalo en el transporte público, más si éste es breve, me preocuparon dos hechos. Uno fue que algunos de los pasajeros insistían en cambiar de asiento para irse en bola en las primeras filas. La aeromoza consultó a los técnicos que hacían sus movimientos debajo del artefacto y uno de ellos, vestido con un mono azul de trabajo y mirada profesional, le comentó que era preferible que la mayoría fuese atrás.


Hablo de un avión pequeño de dos hélices, cuya estabilidad es diferente a los jet. Accedieron a cambiar a dos personajes de asiento y una señorita se fue al final de la nave junto a un grupo celoso de damas. Los diputados removidos, de manera triunfal, a pesar de que el aparato era chico como un camión de redilas, anunciaron que las primeras filas eran la clase premier.


Bien, como quiera esto puede ser normal. No me hizo gracia ver que, a los momentos del despegue, algunos legisladores no hicieron el menor intento de apagar sus Blackberries y siguieron enviando mensajitos.


Se supone qué, además de interferir con los sistemas de navegación, los teléfonos celulares pueden provocar una explosión en el combustible. Incluso al final del viaje, si uno baja a la pista y camina hacia la estación, varios anuncios en el camino recuerdan la prohibición encenderlos. Sólo puede hacerse en el interior del Aeropuerto porque las emanaciones de turbosina pueden imitar la acción de encenderse.

Ya en Durango, alguien me explico que, en efecto, en la ciudad se llevaba a cabo una reunión de diputados, todos del mismo color, por cierto. Pero más allá del tipo de camiseta, me preocupa que quienes nos gobiernan asuman actitudes de este tipo en algo tan sencillo como tomar un vuelo. ¿Así serán a la hora de negociar nuestro futuro? ¿Así son de lights, de despreocupados e indiferentes durante la toma de decisiones?


Y este país es un avión muy maltrecho donde vamos juntos todos. ¿O no es así, señores diputados?

domingo, 23 de noviembre de 2008

Goran Petrovic en Mazatlán




Por fortuna esta semana tendremos presencia en Mazatlán de un escritor de internacional nombradía. El narrador serbio Goran Petrovic –nacido yugoeslavo-, cuyas novelas “La mano de la buena fortuna” y “Atlas descrito por el cielo” han despertado sorpresa en la crítica y perplejidad en no pocos lectores.


Hay escritores que nos deslumbran. Otros nos conmueven. No me atrevo a encasillar a Petrovic para no caer en la desmesura o la imprudencia. Lo considero un escritor que me hace reflexionar, evocar y revocar. Y claro, todos estos procesos, unidos con el juego literario, dan como resultado la perplejidad.


Para Petrovic el arte de las letras es una caja negra enviada en el tiempo ''Veo la literatura como una especie de carta que nosotros como lectores recibimos del pasado” - dice en una entrevista – y considera que este arte preserva esos destinos íntimos, porque “la civilización no está compuesta por los años de los acontecimientos históricos, sino de contar todas esas miles de historias individuales”.


Su libro Diferencias – el cual será presentado el próximo miércoles en el Museo de Arte por la Mtra. Elizabeth Moreno y un servidor-, analiza estos temas en apariencia mundanos. El cuento que inicia dicho quinteto narrativo se titula “Encuentra y marca con un círculo” y es narrado a partir de las descripciones de varias fotografías inexistentes, las cuales nos insinúan la historia de una vida.


La primera de ellas representa un género de retrato ya perdido: el niño de seis meses, desnudo y bocabajo, sobre un paño lustroso, el cual acaba de arañar. Creo que después de esa hazaña gloriosa, jamás he vuelto a lucir tan orgulloso, nos confiesa el narrador-bebé.


Otra “foto” que me encanta es la del mismo niño de tres años que, en los brazos de Santa Claus, descubre que dicho personaje en la vida civil en realidad es el señor Raciv, un amigo de su padre con el que participó en obras de teatro juveniles, “lo atestiguan carteles doblados en cuatro en el fondo de una cajón”. Así se le revela a ese pequeño niño que todo eso es un gran fraude… Más adelante, en una conversación posterior con el padre, el señor Raciv confiesa – en voz inusualmente baja - que para ganarse la vida, a veces uno se ve forzado a convertirse en otra persona en esa misma vida.


El relato “Bajo el techo que se está descarapelando”, más bien novela corta, nos narra no sólo la historia de un cine, si no las vidas de los asistentes y de paso, toda la historia íntima del arte cinematográfico. Petrovic inicia con las descripciones de las butacas, los nombres y vidas de los asistentes, los cuales siempre se sentaban en el mismo sitio, a la manera de algunas personas a la hora de ir a su iglesia.


Un cine que servía también para asambleas del partido. Por ahí esta un tipo cuya vida quedó desgraciada en el momento que se distrajo y levantó la mano durante una votación cumbre en el momento equivocado. Eso sí, no dejó de sentarse en el mismo sitio.


Goran Petrovic viene a Mazatlán invitado por la UAS y con el apoyo del Instituto Sinaloense de la Cultura. Hay otra ventaja adicional: Petrovic está traducido al español de México; ya chole con esos libros que parecen traducidos para una generación madrileños setenteros. Con Petrovic los lectores no tendremos que hacer los mutis que suceden cuando nos topamos, en ciertos libros españoles, con fraseos y términos que nos remiten a una jota aragonesa o el lenguaje de Joselito, Marisol o Pedro de Almodóvar.

Su traductora, Dubravka Susjnevic, es una simpática amiga de Mazatlán que hace unos años dio un curso de traducción en el Centro de Idiomas de la UAS. A ella y a la editorial Sexto Piso debemos el poder leer, en nuestra lengua materna y coloquial, la obra de un narrador que no sólo busca compartir el talento artístico, si no también los secretos confesionales que mueven las secretas ruedas de la vida y la fortuna.
Y también, esas pequeñas diferencias que la dan fulgor a la más auténtica literatura. El instante mágico, la revelación, el recuerdo y la mirada.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Kamikaze de la vida




Qué un ciudadano japonés haya decidido vivir en México, sin salirse del aeropuerto y provisto de un boleto de regreso, dice más de nosotros que de él mismo. Para empezar goza de un sitio seguro donde la mayoría de la gente y empleados se comportan como seres del primer mundo. Lo único que le ha impulsado a dejar su nicho protector es el Estadio Azteca. ¿Cuántos mexicanos en este país comparten esa existencia, despreocupada del resto de los asuntos que laceran nuestra realidad, atrapados entre la tele, el futbol y dejar que el tiempo transcurra? Imagino que el secreto de la felicidad mexicana lo ha encontrado aquí este ciudadano, sólo que él nos lleva una ventaja: en caso de hartarse o ver la vaciedad de esa vida, cuenta con un boleto de escape hacia un mundo más ordenado, más limpio y, quizás, igual de indiferente que el nuestro.

lunes, 17 de noviembre de 2008

RODOLFO FIERRO

Fierro, en su caballo blanco, entrando a la Ciudad México con Villa,
Zapata, Urbina y el sinaloense Rafael Buelna


De las figuras históricas de la Revolución Mexicana – a cuyo centenario nos acercamos cada vez más a pasos alebrestados – una de las más polémicas y emblemáticas es la de un sinaloense que aún mantiene su leyenda maléfica.


Me refiero al Coronel Rodolfo Fierro, hombre de confianza de Francisco Villa, arrojado conductor de tropas y un asesino despiadado cuyas acciones no dejan de estremecernos.


En los momentos más cumbres de la mítica División del Norte, la figura militar de Rodolfo Fierro destacó por su valor, del mismo modo que por algunos asesinatos ordenados o cometidos por él mismo a sangre fría.


Nacido en El Fuerte, Sinaloa, ferrocarrilero de profesión, eligió dar su lealtad y respeto definitivo a la figura de Pancho Villa. Parecer ser que la muerte prematura de su esposa provocó en Fierro los desórdenes que lo volvieron el ejecutor sistemático cuya hoja de servicios roza el horror y la demencia.


Es interesante ver como Villa mantenía a su lado a este criminal despiadado, mientras que por el otro se encontraba con la figura mística de Felipe Ángeles, egresado de la École Militaire de Francia, y uno de los idealistas más iluminados de su tiempo.


Dos grandes escritores mexicanos han escrito páginas memorables sobre este individuo. Uno es Rafael Muñoz, quien en su cuento “Oro, caballo y hombre” narra su muerte absurda, al tratar de atravesar una laguna a caballo, ebrio de tequila y cargado de bolsas de oro, hasta quedar atrapado por el peso de su cargamento.


García Márquez incluyó en un número de la revista Cambio este texto en una lista de los cuentos más hermosos de la literatura mexicana. La prosa de Muñoz no oculta cierta admiración al describir a Fierro montando a caballo,


“Rostro oscuro completamente afeitado, cabellos que eran casi cerdas, lacios, rígidos, negros; boca de perro de presa, manos poderosas, torso erguido y piernas de músculos boludos que apretaban los flancos del caballo como si fueran garra de águila. Aquel hombre se llamaba Rodolfo Fierro; había sido ferrocarrilero y después fue bandido, dedo meñique del Jefe de la División del Norte, asesino brutal e implacable, de pistola certera y dedo índice que no se cansó nunca de tirar el gatillo.”


Martín Luis Guzmán recrea en “La fiesta de las balas” el momento en que Fierro asesinó a 300 soldados federales prisioneros. En un corral los hizo correr rumbo a la barda del escape y, apoyado sólo por un ordenanza que le colocó las municiones a sus pistolas, los ejecutó a todos en una jornada.


Algunos historiadores, incluyendo el propio Guzmán, consideran exagerada esta historia, en un momento que a Villa no se le consideraba un héroe. Peritos de hoy en día dicen que es poco posible esa ejecución, ya que los revólveres se habrían calentado con los disparos.


Fierro fue un héroe indiscutible en varias batallas que precipitaron la caída del traidor Victoriano Huerta. Durante las batallas de Celaya, realizó una incursión suicida que puso en fuga a los carrancistas y el propio Álvaro Obregón reconoció su valor en sus memorias.


Hace unos años, una empresa metalúrgica de nombre “General Fierro” regaló a la ciudad de Los Mochis una estatua de este personaje. Hubo grandes discusiones sobre si era correcto alzarle un monumento, aunque fuera donado, a un personaje que realizara tan atroces asesinatos. La solución fue enviarlo a Charay, el poblado donde el nació, y al decir de los habitantes, a fin de cuentas es un personaje de la historia.


En el celuloide, Fierro fue interpretado varias veces por el gran actor-villano del cine mexicano Carlos López Moctezuma. Y en el cine gringo, su papel lo realizo ni más menos que el propio Charles Bronson.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Palabra y fiesta











Palacio de la Autonomía

La semana anterior viajé a la Ciudad de México al Festival de la Palabra, un encuentro literario en el Centro Histórico organizado por los amigos María Luisa Armendariz y Leonardo Da Jandra, además de un incansable equipo profesional.

Las actividades incluían seminarios para maestros de educación básica, además del diálogo entre diversos escritores. La parte nuestra se llevó a cabo en el Palacio de la Autonomía, un venerable edificio de la UNAM ubicado entre el templo mayor y Palacio Nacional.

Destaco las figuras del brasileño Joao Cézar de Castro, el poeta cubano Roberto Fernández Retamar, Director de Casa de las Américas y la poeta hindú Usha Akella, quien leyó sus versos mientras una bailarina derviche giraba en círculos, por más de treinta minutos, en trance y perfecta unidad con el infinito.

No exagero al decir que giró sin desmayarse durante ese tiempo. Confirmé el tiempo con el trovador cubano Manuel Argudín – amigo de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés – quien dio un concierto durante el festival… esa mañana de domingo le pidieron de favor que improvisara con su guitarra y aceptó de buen grado musicalizar el perfomance.

Me sorprendió agradablemente ver al crítico Ambrosio Fornet, una de los analistas más destacados en la obra de Alejo Carpentier, autor que considero mi favorito en lengua hispana. No faltó el buen David Toscana, quien me acompaña en la foto, con el zócalo de fondo.

También a la amiga Dubraska Susnjevic, traductora del escritor serbio Goran Petrovic y el chileno Alejandro Zambra, cuya novela “Bonsai” narra la historia de un joven que decide dejar la vida normal para ver crecer en silencio uno de esos diminutos arbolitos.


Dando un salto cuántico en el terreno literario, asistí a la presentación del libro “A sangre fría, periodismo de morbo y frivolidad”, la cual se llevó a cabo en un antiguo cuartel policial construido en la época de Porfirio Díaz. Los comentarios fueron de J.M. Servín y Miguel Ángel Rodríguez, director de la revista ALARMA!, quien me contó su odisea cuando la revista salió de la circulación durante el Mundial México 86.


Ahí estaba también el cineasta escocés John Dickie, cuya película “El diablo en la nota roja” – filmada en México- fue exhibida durante el festival en el Claustro de Sor Juana... A ver si lo invitan al festival de cine de Mazatlán.


Siguiendo con el morbo, comentaré que algunos de mis amigos mexicanos mantuvieron una opinión reservada ante la presencia de Fernández Retamar: para algunos es una figura fundamental de la poesía en lengua española, mientras que otros lo acusaban de ser un comisario político del régimen de Castro.


Eso sí: nadie entró en debate con él. Quizá por que sabían con quien se metían o por cuidado de las formas. En cambio, me di cuenta que entre los muchos y variados cubanos que asistieron al evento su presencia fue recibida con respeto, incluyendo algunos que exteriorizaron ante el micrófono fuertes críticas a Fidel.


Sí los cubanos no tenían conflicto con el pasado de Retamar, ¿por qué los mexicanos andamos peleando por eso?

Con esa pregunta y esa reflexión, concluí que puede ser muy fácil juzgar el pasado y el presente de muchos escritores: sólo sus verdaderos lectores – y quienes han vivido junto con ellos sus procesos históricos – pueden encontrar la verdadera esencia de su literatura.

La literatura es una manera mágica de poner las palabras en fiesta: pero también debe ser iluminación, análisis, conciencia y consistencia histórica.

Y en esto - me atrevo a pensarlo - sólo el tiempo podrá tener siempre la última palabra.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Conjeturas sobre un duelo



Los duelos son quizás el pasatiempo más antiguo de la humanidad. Aquí, en Mazatlán, en la época de los señoritos de bastón y carruaje, eran librados en el terreno de lo que hoy es la Colonia Palos Prietos... Hablemos un poco de esta insensata costumbre que, por siglos, fue tomada como ejemplo de valor civil.


No podemos decir que el enfrentamiento de Caín y Abel haya sido un duelo limpio, ya que el Génesis aporta pocos datos, salvo el detalle de la quijada del burro y el que Jehová no veía bien los sacrificios agrícolas de Caín, prefiriendo las ofrendas pastoriles de Abel. Sólo sabemos que a Caín al final se le mandó a vivir al este del Edén. Por cierto, según la iglesia mormona, a la que pertenece parte importante de mi familia, "El Yeti" que vaga por el Himalaya es aquel asesino legendario.


Algunos antropólogos modernos han querido ver en esta historia una metáfora del duelo entre las primeras civilizaciones, donde la vencedora fue aquella que se volvió finalmente sedentaria: al volverse sembrador, el hombre comenzó a fijarse en las estaciones, los astros y el paso del tiempo, creando la primer consciencia cósmica. Ya no era "el salvaje feliz" que se alimentaba de los frutos de una tierra que era un paraíso y dejó el África para irse a oriente.


David y Goliat en su enfrentamiento reafirmaron el sentimiento y la conciencia del futuro estado israelí. Que fuese un pastor enfrentando a un héroe formidable, armado con su honda y una simple piedra, fue tan impactante para la autoestima del pueblo judío que el ejemplo a la fecha sigue vigente.


El duelo de Aquiles y Héctor no afectó la guerra de Troya militarmente, pero marcó la moral de los sitiados al ver a su príncipe vencido, arrastrado por el carro de Aquiles ante las murallas azoradas. Es el momento en que la muerte entra directo al palacio, donde el noble no solo es vulnerable al conflicto, si no que está más obligado a encarar a la muerte que el ciudadano común.


Antes de la Iliada, ninguna obra literaria se había detenido a analizar el microcosmos de la tragedia doméstica en el marco de un conflicto bélico. En cambio las óperas no carecen de duelos,
Los duelos se volvieron un buen pretexto para justificar la ausencia de referencias de un forastero. No era raro el personaje misterioso que llegara a una ciudad provinciana que, al preguntársele su origen, pusiera como justificación de la huída de su ciudad natal las consecuencias de haber vencido a un ofensor en un duelo.
Eso llenaba al recién llegado no solo de un aura de honorabilidad, en el sentido de la época de los campos de honor, sino que era una sutil referencia para quien tratase de cuestionarle su origen o, simplemente, verle la cara en los negocios. La marca de Caín.


Las reglas de lo duelos llegaron a volverse más complicadas que un ceremonial de bodas. Si era a tiro, los padrinos revisaban las armas y las variantes dependían del lugar o la época. El ofendido disparaba primero y el ofensor lo hacía después. A pesar de los ejemplos que nos da el cine, a veces eran requeridos varios intentos.


Era un tiempo en que las pistolas no eran tan precisas porque sus interiores eran completamente lisos, sin estrías que concentrarán la combustión de los gases. Se recomendaba al receptor de la primera bala ponerse de pie, totalmente de perfil, empuñando el arma con un ángulo hacia el firmamento, ya que así se disminuían las posibilidades de ser impactado.


Tan confusas eran las relaciones en esos siglos que tampoco fue inusual que, dos amigos ejemplares tuvieran que batir a duelo por una simple infidencia, una opinión política dicha a la ligera o la simple mirada al polisón de la futura esposa.


En este asunto, había mucho de fanfarronería. No era extraño que nadie disparase, luego de una disculpa caballerosa dada en privado antes del ritual. A veces el ofendido fallaba el tiro deliberadamente, por lo que el ofensor, a manera de disculpa, disparaba magnánimo al aire, ganándose el aplauso de los asistentes por su estruendosa disculpa.


Sí, tenían muchas reglas, elegancia, hombría y simulación y en Mazatlán no hicieron falta… Otro día escribiré del duelo que tuvo don Juan Imperial, mi abuelo, en el patio del Palacio Municipal, cuando éste era de un solo piso, no parecía pagoda oriental y tenía al centro del patio un busto de don Benito Juárez, el cual fue testigo silencioso del acontecimiento. Mi abuelo, por cierto, era regidor por el PNR, representando al Sindicato de Trabajadores de la Construcción, entonces bastante influyente y representativo en Mazatlán.

lunes, 27 de octubre de 2008

Muertos con uno


Cementerio musulmán, en el Sahara Occidental


Viene el día de los fieles difuntos. La cascada de discusiones sobre la pertinencia de las ofrendas sobre la transculturización del Halloween. El aumento del precio de las flores. El pan de muerto con cafecito y los adornos de bizarro gusto en espacios comerciales.



Viene también la reflexión. La evocación que se vuelve invocativa. El flagelo y la herida que se abren o que se miran con melancolía, resignación o duda.



Existen personas tan dolidas que, al margen de esta fecha, pasan tardes enteras frente a las tumbas, realizan trabajos manuales a la vera del sepulcro o celebran cumpleaños con pastel, globos y canciones.



Los tanatólogos modernos – esas personas capacitadas para ayudar a las personas que han perdido o están por perder a un ser querido – recomiendan no ir demasiadas veces al cementerio. No solo es terrible para quien padece la pérdida, si no también para los familiares cercanos, preocupados por la salud del deudo. La depresión es cuestión seria.



Aún así, la tradición del Día de Muertos vivirá enraizada con profundidad en nuestra cultura. Es no solo un consuelo; también una forma de testificar simbólicamente que aún recordamos a quienes se fueron.



La Biblia aconseja derramar lágrimas y hacer el velorio como corresponde y consolarse desde el momento que el muerto reposa. “Porque la tristeza lleva a la muerte y la pena interior consume las energías. No abandones tu corazón a la tristeza y piensa en tu propio fin”. (Sirácide, 38:18,19)



No podemos decir que para el ateo o el incrédulo (las palabras no son sinónimos) el camino sea más duro. Algunos descreídos asumen las perdidas con la misma capacidad cerebral de quien analiza un grupo de átomos que dejan sus funciones orgánicas y vuelven a ser materia inanimada. Otros se entregan a un doloroso laberinto donde la ciencia o el conocimiento no aportan gran luz de consuelo.



Hace tiempo conocí un cementerio en un país islámico. Me sorprendió descubrir que las tumbas solo eran una piedra no muy grande, ruda y sin nombre, colocada sobre el sitio de la sepultura. Los sepulcros de las mujeres llevaban dos piedras y esa era es su única deferencia.



La muerte de mi padre había acontecido meses atrás. Era extraño caminar entre esas tumbas, bajo el sol intenso, con las mismas botas que él usara en vida para trabajos sencillos o hacer excursiones: hasta sus últimos momentos había sido un hombre fuerte y activo. Esas mismas botas las había llevado yo antes a un viaje a las montañas de Canadá y conocieron la nieve.



No cabrían aquí mis reflexiones. Sólo diré que algo parecían transmitirme esos fragmentos de cantera rota, perdidos en la tierra abrasadora del Sahara. ¿Éramos los humanos, en la vida y en la muerte, tan sólo una astilla aislada entre la invisible música del cosmos, así como la huella de mis pasos perdidos en ese cementerio?... ¿De nada sirven las honras funerarias y los triunfos materiales de la vida, si las cosas van a ser barridas por el gran final, tal como se nos ha prevenido en el libro del Eclesiastés? Esa costumbre musulmana de no hacer grandes sepulturas ¿es una manera de aceptar y, al mismo tiempo, negar el poderío de la muerte?



En lo personal, me ha convencido la creencia de que los muertos se llevan con uno. Creer que están confinados a aguardar bajo veinte pies de tierra me parece una contradicción propia de la Edad Media. Ahí no hay nadie. En esto creo.



No niego el participar en la celebración de esta fecha: el Día de Muertos es un día al año, mientras que el resto del tiempo es para los vivos. Aunque cada quien sabe como lleva su vida, su fe y su muerte. Y claro que acompaño a mi madre y mis hermanas en las fechas significativas.



Pero yo también tuve mi visión y ahora la comparto. Cómo dijo Jaime Sabines, el camino de la muerte es largo, difícil y terriblemente personal. Y antes, recordemos la imprecación desafiante de San Pablo ante el triunfo de la fe: Muerte, ¿dónde está tu lanza?, ¿dónde está tu victoria?

martes, 21 de octubre de 2008

Veinte años




Hace veinte años publiqué mi primer libro. Era un estudiante de Prepa de dieciocho años y, cuatro años atrás, había tomado la decisión más importante de mi vida.


A los catorce fue cuando me convencí que no podría ser otra cosa en la vida que escritor. En aquel tiempo aún vivían Borges, Rulfo y Juan Carlos Onetti, los cuales publicaban artículos en la agencia EFE y aquí podían leerse en el suplemento dominical de NOROESTE.


Iba yo entonces a la Prepa Jaramillo y mi maestro Rafael Patrón nos hacía leer cuentos de Arreola, a quien había conocido en Ciudad Guzmán, Jalisco. El pasatiempo al fin de la jornada era irse caminando a un centro comercial vecino a ver y sentir la modernidad.


Era el único de la ciudad entonces con pretensiones de primer mundo y su librería estaba bien surtida. Una vez compré “Crimen y castigo”, en la traducción de Rafael Cansinos Asséns, en una edición bastante llamativa y sobria que se antojaba leer.


Tuve la fortuna de que muchos cosas cambiaran en la región durante los ochenta. Y digo la región, no Sinaloa, porque algunas ventajas ya existían, pero solo para Culiacán. Los apoyos a la literatura de DIFOCUR, y la mayoría de los que aplicaba la universidad, se concentraban en esa zona demográfica.


Sería en 1988, hace ya veinte años, cuando tuve la fortuna de publicar mi primer libro, el cual apareció en el mes de octubre. De hecho iba a publicar dos: uno de cuentos en DIFOCUR y otro de poesía en mi Universidad, pero este último no se pudo concretar. Me pesa que se hayan perdido las viñetas del Mtro José G. Durán, excelente dibujante, amigo de la familia y mi profesor de sociología en la preparatoria.


“Con sabor a limonero”, tardó exactamente nueve meses en quedar listo. Se imprimió en la editorial Tinta Negra, del DF, y recuerdo que tardaría una semana en llegar, ya que lo mandarían por una línea de transportes de pasajeros. Vaya, dije, si el camión sufre un siniestro, voy a quedarme sin libro otros nueves meses o quizás toda la vida.


No me gustó la portada, a pesar de que su color amarillo era agradable, así como sus letras color verde aguacate. En vez de letras “O” presentaba unos limones partidos… Si el libro se llamaba “Con sabor a limonero” y si el cuento que le daba título pretendía ser erótico, bien hubiesen puesto un árbol con una silueta femenina.


Me destanteó de tal manera esto que se me olvidó fingir sorpresa y agrado ante la persona que me había invitado a publicar y que, en aquel momento, me mostró el libro. Era el editor sinaloense Sigfrido Bañuelos, quien asumía la responsabilidad de publicarle literatura a alguien tan joven. Antes de mí, en ese periodo, sólo habían impreso textos de ensayo e historia.
Como siempre, cometí el error de decir exactamente lo que pensaba. Al igual que Saint-Exupéry, a la fecha me ha costado mucho entender ese mundo adulto donde es necesario mentir todo el tiempo para no parecer antipático.


Para colmo, un poeta que estaba confinado a un escritorio vecino añadió que a esos limones partidos nomás les faltaban unos camaroncitos con sal y algunas ambarinas… Recuerdo que ya eran las doce del día y comenzaba a hacer calor.


Tampoco me gustaron las invitaciones para el coctel. Parecían esquelas de primera comunión. Sigfrido me dijo que jamás olvidara que mi libro tenía el color de un pollito recién nacido.


Entonces me cayó el veinte – como ahorita me esta cayendo el otro veinte – y le dije a mi primer editor una frase que hoy le vuelvo a decir porque se la sigo debiendo: muchas gracias, Sigfrido, muchas gracias por ese primer libro.

lunes, 13 de octubre de 2008

Lo nuevo de Carlos Fuentes




Acaban de dar el fallo del Premio Nobel de Literatura. Una vez más, no ganaron Mario Vargas Llosa, Gonzalo Rojas o Carlos Fuentes, tres de los escritores en lengua hispana más propuestos y sólidos del momento.


Por coincidencia, leo por estos días “La voluntad y la fortuna”, nueva novela de Carlos Fuentes que comenzó a circular a mediados del mes pasado. El arranque es prometedor: la cabeza ejecutada de un personaje nos cuenta su vida mientras flota a la deriva en las aguas del Pacífico.


En realidad, la trama no liga con los sucesos violentos recientes. El tema aquí es el poder y la relación de dos amigos, enfrentada con los enredijos de la política y la oligarquía en México.


Hace tiempo que leo a Fuentes sin prejuicios. Hay quien añora los murales polifónicos de sus primeras novelas y le cuesta acercarse a sus nuevos experimentos. Uso la palabra experimentos porque considero un gran mérito que don Carlos siga arriesgándose con sus apuestas narrativas, en vez de asumir el silencio marmóreo de autores como Rulfo o Fernando del Paso.


Quizás, si las últimas novelas de Fuentes hubiesen sido por otro escritor distinto, serían vistas de otra manera. Pero como es él, esperamos que siga produciendo en serie las construcciones arquitectónicas y verbales de sus primeros tiempos. O que las supere de otra manera. O que publique más a lo largo.


No soy crítico literario, profesión que respeto. Soy un lector que comparte sus vivencias. “La voluntad y la fortuna” es una historia narrada con un lenguaje ágil y conocimiento de las técnicas narrativas, aunque un poco bizarra a partir de la parte media. La vocación esperpéntica-satírica de Fuentes que ya vimos en Cristóbal Nonato vuelve a desenroscarse con personajes que son símbolos encarnados: Lucha Zapata – su nombre mismo ofrece más de una clave para visualizarla como el Némesis de Lucha Villa – o el presidente de la república que asciende al poder, gracias al voto condolido de una nación, que presencia su dolorosa viudez: la primera dama que no llega a serlo debido al demonio del cáncer.


El texto, en apariencia sencillo, ofrece momentos densos en los que los personajes-Carlos Fuentes comparten sus ideas filosóficas. Por ahí refulge una descripción casi mística de Baruch Spinoza, puliendo los traslúcidos cristales en su taller.


En esta novela, aparece una huella secreta de Luis Buñuel, a quien Fuentes trató en vida e incluso le dedicó una de sus novelas. Hay un episodio donde un sacerdote compara a un joven con una flor a la que luego pisotea para compararla con la experiencia del pecado, anécdota similar a una que Buñuel contaba en sus memorias… ¿Las discusiones teológicas del personaje Filópater habrán tenido alguna contraparte en la realidad mexicana de los años sesenta? Por otra parte, el episodio final se titula “Subida al cielo”.


Revisando la solapa, donde Fuentes ha trazado el cambiante árbol genésico de sus novelas bajo la égida de “La edad del tiempo”, aparece “La voluntad y la fortuna” no como una novela perteneciente a alguna variante, sino en el mismo bloque individualista que ennumera por separado a “La región más transparente”, “La muerte de Artemio Cruz” y “Los años con Laura Díaz”. Me pregunto si esta novela originalmente no había sido pensada con el título “Cástor y Pólux o la voluntad y la fortuna”, con lo cual quedaría, sin ningún conflicto, en el apartado “Crónicas de nuestro tiempo, división que incluye las otra novelas fuentianas con temáticas helénicas: “Diana o la cazadora solitaria”, “Aquiles o el guerrillero y el asesino”, etc.


Un comentario personal: por estos días, he fungido como un jurado de un premio de novela donde la mayoría de los autores son jóvenes. Me llama la atención en el 80% de las novelas participantes aparece un iPod como objeto familiar de los personajes. Pues bien, en el nuevo libro de Fuentes no solo aparece el iPod, sino también asuntos tan inmediatos como el Facebook, Guantánamo, Abu Ghraib, Justin Timberlake, los emos y Gael García Bernal. Incluso se aclara que el aeropuerto descrito en una escena es la Terminal 1 y no la 2, recientemente establecida.


Quizás el autor no sólo desea mantenerse actualizado y al día. También joven, de la misma manera que lo fueron Mick Jagger o Compay Segundo, aludiendo una frase repetida dos veces en corpus de “La voluntad y la fortuna”. No hay espejo más fiel que una novela: veamos los casos tan distintos de Oscar Wilde y Dorian Grey.


A continuación, algunas frases de algunos personajes de la novela.
- Yo era joven y entendía que la juventud consiste en elegir entre lo inmediato o diferirlo a favor del futuro.
- Lujo es tener lo que no se necesita. Lujo es poesía: decir lo que se siente y piensa, sin darle atención a las consecuencias.
- La meseta mexicana no es solo un hecho geográfico. Es un hecho histórico. Es una altura llana, o un alto llano, que nos permite mirar la estatura del tiempo.
- El estado es una obra de arte celosa, enemiga del individuo libre y del poder económico.
- Sólo será visto como un buen presidente si sabe ser un buen ex presidente.
- ¿Conque muy culto, no? Pues cuídame mucho porque yo no lo soy. No te midas, corrígeme a tiempo, no vaya yo a hablar de la novelista brasileña Doña Sara Mago o la filósofa árabe Rabina Tagora.

viernes, 10 de octubre de 2008

Habla un novelista...




Escribir no es sólo estar sentado en tu mesa contigo mismo, es escuchar el ruido del mundo. Cuando estás en la posición del escritor se percibe mejor el ruido del mundo: vas al encuentro del mundo.

Leer novelas es una buena forma de interrogar al mundo actual sin que el resultado sean respuestas demasiado esquemáticas. El novelista no es un filósofo, no es un técnico de la lengua, es alguien que hace preguntas y, si hay un mensaje que quiero enviar, es que hay que hacerse preguntas.



Jean-Marie Gustave Le Clézio

miércoles, 8 de octubre de 2008

El elefante y Edison

Días atrás, hubo un sismo informativo por la pobre elefanta que padeció un accidente. Trágico. ¿Por qué los elefantes siempre han cautivado la curiosidad y la imaginación? ¿Será que su inmensidad y placidez nos dan una idea confusa de la grandeza?


La obra teatral, y consiguiente secuela fílmica de “El hombre elefante” se volvió un auténtico documento humano, en un tiempo en que apenas la sociedad comenzaba a mirar con otros ojos a las personas con problemas de origen genético.


Houdini desaparecía elefantes con solo gritar la palabra “Presto”. Otras personas los visualizan de color rosáceo, mientras que otras les encanta invertir en elefantes níveos. A mi me siguen impresionando los mamuts que aparecen triunfales en el capítulo final de la saga “El señor de los anillos”.


Un proverbio africano declara que “cuando los elefantes combaten, el pasto es el que sufre”. Interesante refrán que se aplica a las turbulencias actuales de nuestra economía.
Existe una leyenda urbana – aunque lo correcto sería decir “leyenda porteña” – sobre un personaje que, en la época que los circos se colocaban sobre Avenida Alemán, se robó dos elefantes y además tuvo la ocurrencia de esconderlos atrás del cerro del Crestón.


Ahí los tuvo varios días, hasta que negoció su venta con otro circo. Los elefantes, entretanto, habían tomado agua de mar y se habían purgado hasta quedar casi en la pura piel pero, por fortuna, no fallecieron.


Mi amigo, el escritor mazatleco Humberto Trujillo, fue testigo de la muerte de un paquidermo, víctima de un amaestrador ebrio, en la Ciudad de México. Inclusive realizó un cuento titulado “El elefante y Sabu” y me consta que duró más de dos años escribiéndolo y reescribiéndolo, hasta dejarlo en solo dos páginas y media.

Hace poco más de un siglo, escasa gente se asustó o preocupó cuando Thomas Alva Edison mandó electrocutar a un elefante: sólo para demostrar lo peligrosa que era la energía eléctrica ofrecida por su compañía rival.


Si: eso hizo. Incluso trató de que el término de “electrocución” se confundiera con el nombre genérico de la compañía rival: westinghousear, si me permiten semi traducir la frase que Edison acuñó, al anunciar lo que le había hecho con el pobre elefante.


Si la electricidad Westinghouse podía matar a un paquidermo, también mataría a la gente en sus casas, fue el argumento que enarboló el admirado padre de varios inventos modernos.
No sirvió su campaña. El sistema de corriente alterna propuesto por la otra compañía es el que actualmente usamos. Fue una creación del científico serbio Nicolás Tesla, quien recibió el Premio Nóbel. Tesla, por cierto, también inventó un sistema de electricidad inalámbrica que, de perfeccionarse, podría darle energía a todo mundo sin necesidad de cables. Su principal defecto es que tendría que ser gratuito, porque no hay manera de cobrarles a todos los usuarios. Esa si es una invención positiva, aunque de momento no sea negocio.


A diferencia del Maquiavelismo neoliberal de Edison, Tesla era propietario de un santuario de palomas heridas, las cuales solía recoger en las plazas.


Quizá los humanos olvidamos. ¿No podremos hacer un esfuerzo para imitar, al menos en eso, la memoria de los elefantes?


Por cierto, además del foco, Edison también inventó la silla eléctrica.

martes, 7 de octubre de 2008

lunes, 6 de octubre de 2008

Torre de Marfil (Pero con Canal 22 incluída)

Tiene razón Román en su comentario: quizás a muchos no nos molestó tanto que quitarán el Canal 22 de la programación del cable, si no el hecho mismo de que nos los borraran de la barra de buenas a primeras, sin pensar que fuésemos a extrañar su falta.

A nadie le agradó saberse incluido en esa inmensa mayoría que es feliz viendo canales de música o aquellos con contenidos que no exigen demasiado análisis o reflexión.

Pero como decía mi amiga Buba, una simpática escritora serbia, si vivimos en una sociedad dominada por la cultura pop o el deporte, y si sentimos que eso nos frustra, también la culpa es nuestra: tanto porque no hacemos nada por cambiarla o, al menos, no lo intentamos en lo íntimo y lo inmediato de nuestra esfera personal... Todos podermos encerramos en la torre de marfil, esa que siempre permite la lectura y el goce del arte.

Aunque a como están los tiempos y la realidad, más nos valdría tener un Torreón de Márfil, pero bien defendido de los acosos y bombardeos del mundo bizarro que ahora nos toco vivir. ¿Ya vieron las bolsas del mundo, cayendo más veloces que Alicia en el foso del País de las Maravillas?

miércoles, 1 de octubre de 2008

Farmacias y costumbres



¿Por qué ahora que tenemos una gran tecnología, se ha vuelto lo más complicado del mundo pagar en una farmacia? Puede haber cuatro o cinco empleadas muy guapas y eficientes, pero siempre tendremos que hacer una larga fila ante la cajera que opera el computador. Aunque el lector del código de barras es de lo más moderno, no es raro que se demoren en revisar un medicamento en pantalla, corregir un detalle o darles crédito de celular a los insidiosos adolescentes. Si alguien va a comprar una docena de medicinas - y uno solo quiere comprar nada más unos churrumais - es necesario esperar que se aligere la fila, en vez de que nos cobre alguno de los empleados desocupados…


Ay, ¿sabe qué? Mejor démelo de 20 miligramos, dice el cliente y debemos esperar la corrección de su olvido, mientras los demás empleados continúan el diálogo interrumpido por los fatigosos clientes.


Oh tempora, oh mores! Prefiero los años cuarenta, con sus farmacias desprovistas de productos chatarra en el mostrador, cuando uno compraba una medicina para la gripa y nos traían un amable vaso de agua de la trastienda para tomárnosla ahí mismo. Ahora tenemos que comprar a fuerzas la botellita y casi todas están súper heladas, ¿verdad?
Otro misterio de la vida diaria que flota en el ambiente es el de las cajas rápidas de los centros comerciales. En la mayoría de estos santuarios dedicados al consumismo no es raro que alguien, con el carrito cínicamente atiborrado con más de doce artículos, haga caso omiso de la advertencia escrita con letra clara y legible.

Ni la cajera tiene ánimos de pelear, ni tampoco nosotros de asumir el papel del antipático regañón de la fila.
El equivalente automotriz a esta actitud se da en los colegios, cuando ciertos automovilistas creen que el hecho de tener una camioneta de modelo reciente les da derecho a violar leyes de transito o hacer uso del tiempo de los demás.

Estos tres ejemplos son una constante en la vida nacional, pero en el caso de nuestra ciudad, se han vuelto signos de una globalización alarmante en cuanto a la relajación de las reglas de convivencia.

Un valor cultural importante, además de las actividades artísticas y el rescate de nuestra historia, son las normas de conducta. El respeto a las reglas establecidas y la tolerancia al tiempo de los demás.

Nuestra ciudad crece y podemos ver los signos de ese cambio en los indicadores más alarmantes: el aumento de la agresividad vial y el clima de inseguridad que flota como una nube negra en no pocas de nuestras actividades cotidianas.

Si a ese ambiente enrarecido, le sumamos los posibles efectos económicos de la crisis económica de los Estados Unidos, debemos pensar que el panorama de nuestra vida diaria comienza a poblarse de incertidumbre.

Deberíamos hoy más que nunca volver a rescatarnos en las costumbres de nuestros abuelos que nos dieron no solo identidad, si no también un esquema básico de moralidad en la vida diaria.
La tecnología es un factor invisible que hiere nuestras conductas. El ejemplo que he puesto de las farmacias es parte de una tendencia irreversible de la modernización de las ventas: quizás cuando se abaraten más las computadoras y los lectores de códigos de barras, los empleados se vuelvan más amables y conscientes con los compradores.

En cambio, el joven que nos escucha sin dejar de conectarse con su Ipod, condiciona una parte de su cerebro a ignorar al interlocutor ajeno a sus intereses.

Cosas como barrer la calle por la mañana, o no estacionarnos en doble fila a las horas fuertes del tráfico, no son solo buenas maneras: nos hacen ser mejores personas desde el momento que esa intención surge como un hábito del interior de nosotros. Y eso, hoy como ayer, será siempre la mejor costumbre.

domingo, 28 de septiembre de 2008

La isla y la llama



Para alejar un poco de mí al fantasma del Alzheimer, decidí darle ejercicio al cerebro leyendo un breve libro de filosofía.


(El sudoku no se me da; los crucigramas me irritan; los rompecabezas me desesperan, así que opté por un texto corto, de letra grande, adquirido en un puesto de revistas de la calle Ángel Flores).

Era El Proslogium (“La fe que busca la inteligencia”), tratado donde el filósofo Anselmo busca un argumento razonable de la existencia de Dios, a base de un razonamiento lógico, accesible a todo ser humano.

Siendo el año de 1070, el monje Anselmo propone que el Dios cristiano existe porque el hombre no ha sido capaz de concebir algo más grande que Dios: sí lo que puede imaginarse tiene un tope, no puede ser otro más que ése… De no ser así, surgiría la contradicción del razonamiento y, afirma, vuelve imposible que esto sea falso.

El asunto se discute en varias páginas, breves y claras, a pesar de la prosa medieval. Interviene Gaunilo, un monje que afirma que el argumento de Anselmo no es suficiente. Para este monje, decir que hay una isla inmensa, perfecta y oculta, no basta para darla por cierta. Exige algo más sólido para justificar la existencia de un creador omnipotente.

Anselmo responde que no es lo mismo hablar de cualquier isla o del concepto de isla, porque ese es un hecho definido y terrestre. El concepto de la divinidad no tiene equivalente similar en su inmensidad y poderío con cualquier otra visión física o del pensamiento humano: un pensamiento limitado a las tres dimensiones y los conocimientos obtenidos durante una época en particular.

A partir del diálogo de la isla, el hombre cambió su forma de pensar, fuese creyente o no. Las escuelas filosóficas iniciaron su camino con esta encrucijada. Hegel y Kant manejaron todavía en el siglo XIX los argumentos de San Anselmo y son algo más que una pieza del museo de las ideas.

Usted tiene el derecho de ser ateo y no aceptar estas argumentaciones, pero fueron fundamentales para el conocimiento humano. Quizás no esperaba verlas en esta columna el lunes por la mañana, pero es obligación de los que escribimos compartir las aventuras de nuestra alma cuando nos damos un paseo entre las obras maestras.

Luego de Anselmo vendrían Nietzsche, Marx y demás pensadores defensores de un ateísmo razonado. Sin embargo, parte de sus herramientas surgen de la pregunta y el discurso de Anselmo: aquello que no puede imaginarse es lo que no existe.

En estos tiempos laicos, la fe o no creencia se han vuelto cuestión personal. A un ateo uno puede repetirle mil argumentos y no convencerlo mientras él no sienta una vibración íntima. Igual sucede con el creyente. Pero esa duda y esa conciencia son lo que nos diferencian del resto de los seres vivos y también nos ha vuelto aquello que realmente somos.

Pascal, filósofo y matemático, decía que no bastaba con creer ciegamente. Las claves secretas estaban ocultas dentro del ejercicio de la fe sólo para que quienes se acercasen con humildad pudieran encontrarlas de esa manera. Hombres sencillos, filósofos del claustro o estudiosos en las universidades. Para entender la fe, hay que vivirla, encenderse y subir con ella. Y una cosa es la fe y otra la religión, por cierto.

San Buenaventura, seguidor de Anselmo, proponía un camino similar de búsqueda: "Pero si deseas conocer cómo ocurren estas cosas, consulta la gracia, no la doctrina; el deseo, no el entendimiento; la Esposa, no el maestro; la oscuridad, no la claridad. No consultes a la luz sino a la llama".

domingo, 21 de septiembre de 2008

Canto para un equinoccio


Equinoccio en Dzibilchaltún, Yucatán

Hoy, lunes 22 de septiembre, es el equinoccio: la tierra emprende un movimiento perfecto, un paso de vals entre la silenciosa música de las esferas; el mundo da un bandazo mientras aquí muy pocos nos damos cuenta.

*
Se mueve el planeta de manera imperceptible de una forma inversa a su rotación: hoy la noche y el día tendrán exactamente la misma duración, aunque muy pronto los días se harán mas cortos y el tiempo celeste se prepara para la sinfonía del invierno, invierno que aquí en Mazatlán, más bien, es una sonata para violín y piano sin orquesta.

Los hombres de la antigüedad – y todavía algunos campesinos y estudiosos de lo esotérico – vivían pendientes de los rostros de la luna, la danza de las constelaciones y los acomodos de la tierra. La esfera hoy cambia de posición para seguir rotando con su precisa relojería.
El equinoccio de primavera – 21 de marzo - y el de otoño, que hoy invocamos, fueron tiempos de fiesta tribal, tambores, sacrificios y una que otra guerra.

*
Para no complicarnos mucho y no volver esta reflexión un remedo de lo que se encuentra en Internet dando unos pocos clips, recordaremos que el equinoccio es el momento donde el sol queda alineado justamente frente al ecuador, movimiento que da vida y forma a las estaciones… En Argentina, Australia y Sudáfrica comienza hoy la primavera.


Muchos no nos damos cuenta de estas sacudidas. Yo lo hago por un inevitable motivo práctico que no tiene nada que ver con la previsión o la sapiencia: cuando acontecen el equinoccio o el solsticio, el sol refulge por un lado distinto de mi cuarto, despertándome entre unas cortinas que nunca dejo bien cerradas.

*

Es impresionante la puntualidad del cambio, así como la luz del sol que ese mismo día entra con similar precisión por las ventanas del castillo de Tulum o la escalera serpentina de Chichén Itzá. Dizibilchaltum - donde estuve con un grupo de mexicanos y canadienses bastante peculiares - es otro de esos sitios donde se aprecia mágicamente. En mi caso doméstico es una coincidencia arquitectónica porque tengo la vista directa hacia el norte y unas ventanas acostumbradas a ser inmensas.

Por verano es más dramático el cambio: el muro vecino a la ventana frente a la que escribo recibe de lleno la iluminación solar, muro que en la otra parte del año se mantiene en una semi sombra… Ojala algo de esa luz palpite ahora en esta página.

Aparentemente, el sol se mueve, aunque la que da una reverencia es la tierra, en medio de su elegante vuelco orbital que, seguramente, pone a bailar a las constelaciones y las agendas de sus devotos.

Ciertos cronistas afirman que las celebraciones del 24 de junio y el 24 de diciembre tienen una deliberada coincidencia cósmica con esta coreografía estelar. La fiesta de San Juan Bautista, tiempo de lluvia y bendición de los cultivos, adquiere aquí su simetría ante el festejo del nacimiento de Cristo, aunado con la renovación del año nuevo.

En el solsticio del 21 diciembre ocurre la mejor fecha para una parranda: es el día más corto del año con la noche más larga

*

Uno de los poetas que más admiro fue Saint-John Perse, francés nacido en una minúscula isla del Caribe cuya poesía retumba en lluvias monzónicas, marejadas de palabras y truenos siderales. Sus Cantos para un equinoccio son un ejemplo de pirotecnia verbal celebratoria de este juego de los astros.

Perse decía que el objeto más hermoso del mundo era el cráneo de cristal de roca que preside la sala azteca del Museo Británico. Parafraseando a José Emilio Pacheco, uno de sus devotos lectores, pienso que su cántico equinoccial es una manera de verter en palabras el cuarzo destellante que ahora desciende invisible sobre nuestras cabezas, iluminando así nuestro paso por el cosmos. La vida quizá es un secreto compás de espera al ritmo que hoy, celestialmente, se marca una vez más en el centro de nuestra atribulada esfera.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Artista del hambre



Me molestan aquellos que dicen que el artista debe padecer hambres para ser bueno. Una idea romantica más vieja que el romanticismo, concebida por quienes no han apostado su vida en la quimera profunda del arte y ven a los creadores como unos chiflados divagadores. Sin embargo, hace falta un poco o un mucho de realidad para que el escritor se temple y haga literatura de a de veras, no impostados ejercicios de retórica, como me dijo hace unos años el hoy laureado Mario Bojórquez, hablando de un poeta amigo nuestro que era muy bueno, pero algo facilón... En esa conciencia leo esta anotación en el diario de Camus hecha en 1940, en París, por supuesto, al mismo tiempo que recibo una carta del amigo Allain-Paul Mallards, quien actualmente vive la realidad del artista atrapado en Francia.



"De ahí que saber permanecer sólo en París, durante un año, en una habitación miserable, enseñe más al hombre que cien salones literarios y cuarenta años de experiencia de "la vida parisina". Es algo duro, espantoso, a veces atormentador y siempre lindando con la locura, pero en esa vecindad la calidad de un hombre debe templarse y afirmarse – o perecer. Y si perece, es porque no era lo suficientemente fuerte para vivir".


Vaya reflexión. Y Camus puede hablar de eso. Vivió su infancia en el norte de África y llegó a ser un buen portero de futbol porque la abuela no permitía que se le gastaran los zapatos. Ya grande, se ganó el Premio Nobel.

domingo, 14 de septiembre de 2008

HEROES




En los años cincuentas, no recuerdo si después de haber hecho México el fiasco en unas olimpiadas o mundial de futbol, el admirado periodista Abel Quezada formuló un comentario demoledor sobre los héroes.
El razonamiento era sencillo y lógico: México solo podía darse el lujo de tener héroes muertos porque los vivos le costaban mucho dinero.



Y no se refería en exclusiva a los deportistas que habían viajado y recibido apoyos a costa del erario, sino a los políticos corruptos que recibían grandes sueldos y luego eran ensalzados en ceremonias públicas, con culto masivo a la imagen e imposición de su nombre en obras públicas.




No era raro antes que el Sr. Presidente Adolfo López Mateos inaugurara la Colonia López Mateos, o una inmensa presa con su mismo nombre, durante el ejercicio del poder… a pesar de que esas obras fuesen erigidas con impuestos de todos los mexicanos, sin que los funcionarios hubiesen donado aparte alguna de su capital.
Aunque los funcionarios detentasen gran mérito en cuanto a gestión y sensibilidad a los desarrollos, no ameritaba ponerles su nombre, porque precisamente esa era la función para la que se les elegía y su recompensa ya estaba en el sueldo… por no hablar de otras prebendas de la época.




Con sus defectos y contradicciones, los héroes de la independencia merecen su justo homenaje anual, más allá de que los agarremos de pretexto para irnos de parranda todo un fin de semana.
Pese a que el malinchismo es un fenómeno generalizado, los mexicanos tenemos mayor conciencia nacional e histórica que muchas otras naciones, incluso algunas más antiguas que nosotros.




Al poeta español José Moreno Villa le sorprendía ese fenómeno. Decía que Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo y Benito Juárez seguían bastante vivos… cosa que también aplicaba para villanos como Hernán Cortés o Maximiliano. En España hoy nadie le reclama a Francia la invasión de Napoleón o a los Estados Unidos la guerra hispanoamericana.




Parece ser que esas extenuantes jornadas cívicas donde tomábamos el sol en la primaria han dejado su huella en la personalidad del mexicano. El dibujar una estampita, usando papel de china sobre el rostro de un prócer, dejó su indisoluble marca de agua en nuestra alma, tal como en los billetes que a diario tratamos de hacer rendir.



Nuestros héroes dieron su vida y es merecido invocarlos. A la hora de su estudio, también es fundamental que las generaciones sepan de sus errores para que no se repitan y queden esos grandes vacíos de la memoria.
¿Algún día será revalorada la figura de Agustín de Iturbide, que a pesar de sus defectos, gracias a su visión logró consumarse la Independencia?
¿Nos hablarán a fondo de Francisco Javier Mina - quien merecidamente ilustra esta entrada -y Fray Servando Teresa de Mier, quienes tuvieron un papel más que simbólico en ese movimiento?



Durante el ataque a la Alhóndiga de Granaditas, se cegó la vida de mujeres y niños españoles, detalle que horrorizó al mundo entero. Lamentablemente fue imposible contener a la turba. Decía Allende que no era lo mismo encabezar un ejército que un gentío.
Esa imagen siguió vigente por varias décadas, al grado de que al principio no se les mencionaba mucho a los precursores de la Independencia.


Fue Maximiliano quien, deseoso de legitimarse, instauró el ceremonial laico en torno a ellos: mandó pintar sus rostros en Palacio Nacional, viajó a Dolores un 16 de septiembre y hasta erigió un monumento en la Hacienda de Corralejo.


Nuestros héroes y villanos están más presentes que nunca. ¿Algún día sabremos diferenciarlos en vida?