Días atrás, hubo un sismo informativo por la pobre elefanta que padeció un accidente. Trágico. ¿Por qué los elefantes siempre han cautivado la curiosidad y la imaginación? ¿Será que su inmensidad y placidez nos dan una idea confusa de la grandeza?
La obra teatral, y consiguiente secuela fílmica de “El hombre elefante” se volvió un auténtico documento humano, en un tiempo en que apenas la sociedad comenzaba a mirar con otros ojos a las personas con problemas de origen genético.
Houdini desaparecía elefantes con solo gritar la palabra “Presto”. Otras personas los visualizan de color rosáceo, mientras que otras les encanta invertir en elefantes níveos. A mi me siguen impresionando los mamuts que aparecen triunfales en el capítulo final de la saga “El señor de los anillos”.
Un proverbio africano declara que “cuando los elefantes combaten, el pasto es el que sufre”. Interesante refrán que se aplica a las turbulencias actuales de nuestra economía.
Existe una leyenda urbana – aunque lo correcto sería decir “leyenda porteña” – sobre un personaje que, en la época que los circos se colocaban sobre Avenida Alemán, se robó dos elefantes y además tuvo la ocurrencia de esconderlos atrás del cerro del Crestón.
Ahí los tuvo varios días, hasta que negoció su venta con otro circo. Los elefantes, entretanto, habían tomado agua de mar y se habían purgado hasta quedar casi en la pura piel pero, por fortuna, no fallecieron.
Mi amigo, el escritor mazatleco Humberto Trujillo, fue testigo de la muerte de un paquidermo, víctima de un amaestrador ebrio, en la Ciudad de México. Inclusive realizó un cuento titulado “El elefante y Sabu” y me consta que duró más de dos años escribiéndolo y reescribiéndolo, hasta dejarlo en solo dos páginas y media.
Hace poco más de un siglo, escasa gente se asustó o preocupó cuando Thomas Alva Edison mandó electrocutar a un elefante: sólo para demostrar lo peligrosa que era la energía eléctrica ofrecida por su compañía rival.
Si: eso hizo. Incluso trató de que el término de “electrocución” se confundiera con el nombre genérico de la compañía rival: westinghousear, si me permiten semi traducir la frase que Edison acuñó, al anunciar lo que le había hecho con el pobre elefante.
Si la electricidad Westinghouse podía matar a un paquidermo, también mataría a la gente en sus casas, fue el argumento que enarboló el admirado padre de varios inventos modernos.
No sirvió su campaña. El sistema de corriente alterna propuesto por la otra compañía es el que actualmente usamos. Fue una creación del científico serbio Nicolás Tesla, quien recibió el Premio Nóbel. Tesla, por cierto, también inventó un sistema de electricidad inalámbrica que, de perfeccionarse, podría darle energía a todo mundo sin necesidad de cables. Su principal defecto es que tendría que ser gratuito, porque no hay manera de cobrarles a todos los usuarios. Esa si es una invención positiva, aunque de momento no sea negocio.
A diferencia del Maquiavelismo neoliberal de Edison, Tesla era propietario de un santuario de palomas heridas, las cuales solía recoger en las plazas.
Quizá los humanos olvidamos. ¿No podremos hacer un esfuerzo para imitar, al menos en eso, la memoria de los elefantes?
Por cierto, además del foco, Edison también inventó la silla eléctrica.
¡La elefanta que culpa tenía!!!!
ResponderEliminarMe molesta cuando escucho el nombre de edison de tan solo pensar en ello.
Además pobre elefanta!, su cuidador le daba de comer cigarros encendidos.