¿Por qué ahora que tenemos una gran tecnología, se ha vuelto lo más complicado del mundo pagar en una farmacia? Puede haber cuatro o cinco empleadas muy guapas y eficientes, pero siempre tendremos que hacer una larga fila ante la cajera que opera el computador. Aunque el lector del código de barras es de lo más moderno, no es raro que se demoren en revisar un medicamento en pantalla, corregir un detalle o darles crédito de celular a los insidiosos adolescentes. Si alguien va a comprar una docena de medicinas - y uno solo quiere comprar nada más unos churrumais - es necesario esperar que se aligere la fila, en vez de que nos cobre alguno de los empleados desocupados…
Ay, ¿sabe qué? Mejor démelo de 20 miligramos, dice el cliente y debemos esperar la corrección de su olvido, mientras los demás empleados continúan el diálogo interrumpido por los fatigosos clientes.
Oh tempora, oh mores! Prefiero los años cuarenta, con sus farmacias desprovistas de productos chatarra en el mostrador, cuando uno compraba una medicina para la gripa y nos traían un amable vaso de agua de la trastienda para tomárnosla ahí mismo. Ahora tenemos que comprar a fuerzas la botellita y casi todas están súper heladas, ¿verdad?
Otro misterio de la vida diaria que flota en el ambiente es el de las cajas rápidas de los centros comerciales. En la mayoría de estos santuarios dedicados al consumismo no es raro que alguien, con el carrito cínicamente atiborrado con más de doce artículos, haga caso omiso de la advertencia escrita con letra clara y legible.
Ni la cajera tiene ánimos de pelear, ni tampoco nosotros de asumir el papel del antipático regañón de la fila.
El equivalente automotriz a esta actitud se da en los colegios, cuando ciertos automovilistas creen que el hecho de tener una camioneta de modelo reciente les da derecho a violar leyes de transito o hacer uso del tiempo de los demás.
Estos tres ejemplos son una constante en la vida nacional, pero en el caso de nuestra ciudad, se han vuelto signos de una globalización alarmante en cuanto a la relajación de las reglas de convivencia.
Un valor cultural importante, además de las actividades artísticas y el rescate de nuestra historia, son las normas de conducta. El respeto a las reglas establecidas y la tolerancia al tiempo de los demás.
Nuestra ciudad crece y podemos ver los signos de ese cambio en los indicadores más alarmantes: el aumento de la agresividad vial y el clima de inseguridad que flota como una nube negra en no pocas de nuestras actividades cotidianas.
Si a ese ambiente enrarecido, le sumamos los posibles efectos económicos de la crisis económica de los Estados Unidos, debemos pensar que el panorama de nuestra vida diaria comienza a poblarse de incertidumbre.
Deberíamos hoy más que nunca volver a rescatarnos en las costumbres de nuestros abuelos que nos dieron no solo identidad, si no también un esquema básico de moralidad en la vida diaria.
La tecnología es un factor invisible que hiere nuestras conductas. El ejemplo que he puesto de las farmacias es parte de una tendencia irreversible de la modernización de las ventas: quizás cuando se abaraten más las computadoras y los lectores de códigos de barras, los empleados se vuelvan más amables y conscientes con los compradores.
En cambio, el joven que nos escucha sin dejar de conectarse con su Ipod, condiciona una parte de su cerebro a ignorar al interlocutor ajeno a sus intereses.
Cosas como barrer la calle por la mañana, o no estacionarnos en doble fila a las horas fuertes del tráfico, no son solo buenas maneras: nos hacen ser mejores personas desde el momento que esa intención surge como un hábito del interior de nosotros. Y eso, hoy como ayer, será siempre la mejor costumbre.
Felicito a Noroeste por contar con este columnista, ya que es una nueva generacion de la nueva corriente cultural de sinaloa
ResponderEliminarGracias Juan Jose porque aun que estemos lejos de Sinaloa te podemos leer.
Laura Z.
Sé que el asunto ya caduco pero igual lo comento: volvió al fin la señal del canal 22, ahora en el canal 82 de Megacable.
ResponderEliminarA los pocos días que se cortó la señal del canal, se publicó y se discutió (tal vez por morbo) el porque del corte. Ahora que volvió, ni se publica ni se discute. Las razones pueden ser muchas, pero me inclino a pensar (tal vez por morbo) que simple y llanamente nadie se dio cuenta del regreso del 22.
Lo cual me lleva a pensar (y he aquí el morbo) que cuando entrevistaron a un supuesto televidente del 22, apenas se daba cuenta que existía tal señal, a lo que contestó: -“ya no veo mis programas”; Es decir: lo que molestó en un principio no fue la ausencia de la programación sino el gesto de desprecio a quienes ven el 22 (corrijo: a su público potencial).