domingo, 30 de noviembre de 2008

En las nubes...









Monumento al compositor Ricardo Castro
y foto mía junto al actor qué, personificado
como Ricardo Castro, paseaba frente
al Teatro Ricardo Castro de Durango.

Este fin de semana estuve en Durango dando un curso de novela, invitado por el Festival Cultural Ricardo Castro - inolvidable autor del hermoso Vals Capricho -y el poeta Jesús Marín... Por allá saludé también al escritor Everardo Ramírez y al cineasta Juan Antonio de la Riva, creador de Pueblo de Madera y Director del Instituto de Cultura del Estado.
Pero más que contar mis vivencias, quiero registrar los reveladores incidentes que presencié durante el vuelo. No es por demás recogerlos aquí.

Me encantan los aviones pequeños porque vuelan bajito y uno puede ver pueblos y barrancas con más detenimiento que aquellos que marchan a velocidad de crucero. En este caso, la cordillera de la sierra Madre de Durango es impresionante… Antes de ascender a la meseta, es posible ver por la ventanilla la silueta de Copala y el intricando recoveco del río donde estuvo El Arco, pueblo fantasma donde vivió mi familia.



Pero lo que sí me puso nervioso, antes de subir al avión, fueron las conversaciones de un jocoso grupo de pasajeros, vestidos de una manera más formal de la que usualmente andamos los mazatlecos. Incluso aquellos que toman un avión, ya que el mexicano por excelencia, antes de treparse a una aeronave, suele vestirse con su mejor garrita.


De repente, una dama muy formal tomó un celular y dijo con voz educada: “Señor Diputado, lo esperamos para subir al avión. Ha comenzado el pre-abordaje”. Descubrí con azoro que marcharía rumbo a Durango en un minúsculo avión lleno de políticos.


Minutos después el joven de la línea tomó un micrófono y pidió que formáramos una fila y saliéramos con pase de abordar e identificación con fotografía en mano. El grupo de individuos soltó una carcajada unánime y uno de ellos se lamentó, soltando una frase que rezaba algo así como que “Qué lata tener que sacar siempre la charola”.


Más que el Síndrome de Mouriño – el artefacto era un Saab, la misma marca del eficiente automóvil de James Bond-, me preocupó la actitud de esos ilustres caballeros, ungidos por el voto popular. Parecían un grupo de Hooligans que tomaban como un símbolo del triunfo el hecho de tomar un vuelo. La gente que viaja mucho – ejecutivos, vendedores de seguros, incluso los turistas – suben a los pájaros de acero con la indiferencia de quien se trepa a un camión pasajero, de esos que van pa ‘ Sonora, como dice una canción compuesta por un profe de la UAS.


Si bien soy tolerante con la gente que hace escándalo en el transporte público, más si éste es breve, me preocuparon dos hechos. Uno fue que algunos de los pasajeros insistían en cambiar de asiento para irse en bola en las primeras filas. La aeromoza consultó a los técnicos que hacían sus movimientos debajo del artefacto y uno de ellos, vestido con un mono azul de trabajo y mirada profesional, le comentó que era preferible que la mayoría fuese atrás.


Hablo de un avión pequeño de dos hélices, cuya estabilidad es diferente a los jet. Accedieron a cambiar a dos personajes de asiento y una señorita se fue al final de la nave junto a un grupo celoso de damas. Los diputados removidos, de manera triunfal, a pesar de que el aparato era chico como un camión de redilas, anunciaron que las primeras filas eran la clase premier.


Bien, como quiera esto puede ser normal. No me hizo gracia ver que, a los momentos del despegue, algunos legisladores no hicieron el menor intento de apagar sus Blackberries y siguieron enviando mensajitos.


Se supone qué, además de interferir con los sistemas de navegación, los teléfonos celulares pueden provocar una explosión en el combustible. Incluso al final del viaje, si uno baja a la pista y camina hacia la estación, varios anuncios en el camino recuerdan la prohibición encenderlos. Sólo puede hacerse en el interior del Aeropuerto porque las emanaciones de turbosina pueden imitar la acción de encenderse.

Ya en Durango, alguien me explico que, en efecto, en la ciudad se llevaba a cabo una reunión de diputados, todos del mismo color, por cierto. Pero más allá del tipo de camiseta, me preocupa que quienes nos gobiernan asuman actitudes de este tipo en algo tan sencillo como tomar un vuelo. ¿Así serán a la hora de negociar nuestro futuro? ¿Así son de lights, de despreocupados e indiferentes durante la toma de decisiones?


Y este país es un avión muy maltrecho donde vamos juntos todos. ¿O no es así, señores diputados?

domingo, 23 de noviembre de 2008

Goran Petrovic en Mazatlán




Por fortuna esta semana tendremos presencia en Mazatlán de un escritor de internacional nombradía. El narrador serbio Goran Petrovic –nacido yugoeslavo-, cuyas novelas “La mano de la buena fortuna” y “Atlas descrito por el cielo” han despertado sorpresa en la crítica y perplejidad en no pocos lectores.


Hay escritores que nos deslumbran. Otros nos conmueven. No me atrevo a encasillar a Petrovic para no caer en la desmesura o la imprudencia. Lo considero un escritor que me hace reflexionar, evocar y revocar. Y claro, todos estos procesos, unidos con el juego literario, dan como resultado la perplejidad.


Para Petrovic el arte de las letras es una caja negra enviada en el tiempo ''Veo la literatura como una especie de carta que nosotros como lectores recibimos del pasado” - dice en una entrevista – y considera que este arte preserva esos destinos íntimos, porque “la civilización no está compuesta por los años de los acontecimientos históricos, sino de contar todas esas miles de historias individuales”.


Su libro Diferencias – el cual será presentado el próximo miércoles en el Museo de Arte por la Mtra. Elizabeth Moreno y un servidor-, analiza estos temas en apariencia mundanos. El cuento que inicia dicho quinteto narrativo se titula “Encuentra y marca con un círculo” y es narrado a partir de las descripciones de varias fotografías inexistentes, las cuales nos insinúan la historia de una vida.


La primera de ellas representa un género de retrato ya perdido: el niño de seis meses, desnudo y bocabajo, sobre un paño lustroso, el cual acaba de arañar. Creo que después de esa hazaña gloriosa, jamás he vuelto a lucir tan orgulloso, nos confiesa el narrador-bebé.


Otra “foto” que me encanta es la del mismo niño de tres años que, en los brazos de Santa Claus, descubre que dicho personaje en la vida civil en realidad es el señor Raciv, un amigo de su padre con el que participó en obras de teatro juveniles, “lo atestiguan carteles doblados en cuatro en el fondo de una cajón”. Así se le revela a ese pequeño niño que todo eso es un gran fraude… Más adelante, en una conversación posterior con el padre, el señor Raciv confiesa – en voz inusualmente baja - que para ganarse la vida, a veces uno se ve forzado a convertirse en otra persona en esa misma vida.


El relato “Bajo el techo que se está descarapelando”, más bien novela corta, nos narra no sólo la historia de un cine, si no las vidas de los asistentes y de paso, toda la historia íntima del arte cinematográfico. Petrovic inicia con las descripciones de las butacas, los nombres y vidas de los asistentes, los cuales siempre se sentaban en el mismo sitio, a la manera de algunas personas a la hora de ir a su iglesia.


Un cine que servía también para asambleas del partido. Por ahí esta un tipo cuya vida quedó desgraciada en el momento que se distrajo y levantó la mano durante una votación cumbre en el momento equivocado. Eso sí, no dejó de sentarse en el mismo sitio.


Goran Petrovic viene a Mazatlán invitado por la UAS y con el apoyo del Instituto Sinaloense de la Cultura. Hay otra ventaja adicional: Petrovic está traducido al español de México; ya chole con esos libros que parecen traducidos para una generación madrileños setenteros. Con Petrovic los lectores no tendremos que hacer los mutis que suceden cuando nos topamos, en ciertos libros españoles, con fraseos y términos que nos remiten a una jota aragonesa o el lenguaje de Joselito, Marisol o Pedro de Almodóvar.

Su traductora, Dubravka Susjnevic, es una simpática amiga de Mazatlán que hace unos años dio un curso de traducción en el Centro de Idiomas de la UAS. A ella y a la editorial Sexto Piso debemos el poder leer, en nuestra lengua materna y coloquial, la obra de un narrador que no sólo busca compartir el talento artístico, si no también los secretos confesionales que mueven las secretas ruedas de la vida y la fortuna.
Y también, esas pequeñas diferencias que la dan fulgor a la más auténtica literatura. El instante mágico, la revelación, el recuerdo y la mirada.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Kamikaze de la vida




Qué un ciudadano japonés haya decidido vivir en México, sin salirse del aeropuerto y provisto de un boleto de regreso, dice más de nosotros que de él mismo. Para empezar goza de un sitio seguro donde la mayoría de la gente y empleados se comportan como seres del primer mundo. Lo único que le ha impulsado a dejar su nicho protector es el Estadio Azteca. ¿Cuántos mexicanos en este país comparten esa existencia, despreocupada del resto de los asuntos que laceran nuestra realidad, atrapados entre la tele, el futbol y dejar que el tiempo transcurra? Imagino que el secreto de la felicidad mexicana lo ha encontrado aquí este ciudadano, sólo que él nos lleva una ventaja: en caso de hartarse o ver la vaciedad de esa vida, cuenta con un boleto de escape hacia un mundo más ordenado, más limpio y, quizás, igual de indiferente que el nuestro.

lunes, 17 de noviembre de 2008

RODOLFO FIERRO

Fierro, en su caballo blanco, entrando a la Ciudad México con Villa,
Zapata, Urbina y el sinaloense Rafael Buelna


De las figuras históricas de la Revolución Mexicana – a cuyo centenario nos acercamos cada vez más a pasos alebrestados – una de las más polémicas y emblemáticas es la de un sinaloense que aún mantiene su leyenda maléfica.


Me refiero al Coronel Rodolfo Fierro, hombre de confianza de Francisco Villa, arrojado conductor de tropas y un asesino despiadado cuyas acciones no dejan de estremecernos.


En los momentos más cumbres de la mítica División del Norte, la figura militar de Rodolfo Fierro destacó por su valor, del mismo modo que por algunos asesinatos ordenados o cometidos por él mismo a sangre fría.


Nacido en El Fuerte, Sinaloa, ferrocarrilero de profesión, eligió dar su lealtad y respeto definitivo a la figura de Pancho Villa. Parecer ser que la muerte prematura de su esposa provocó en Fierro los desórdenes que lo volvieron el ejecutor sistemático cuya hoja de servicios roza el horror y la demencia.


Es interesante ver como Villa mantenía a su lado a este criminal despiadado, mientras que por el otro se encontraba con la figura mística de Felipe Ángeles, egresado de la École Militaire de Francia, y uno de los idealistas más iluminados de su tiempo.


Dos grandes escritores mexicanos han escrito páginas memorables sobre este individuo. Uno es Rafael Muñoz, quien en su cuento “Oro, caballo y hombre” narra su muerte absurda, al tratar de atravesar una laguna a caballo, ebrio de tequila y cargado de bolsas de oro, hasta quedar atrapado por el peso de su cargamento.


García Márquez incluyó en un número de la revista Cambio este texto en una lista de los cuentos más hermosos de la literatura mexicana. La prosa de Muñoz no oculta cierta admiración al describir a Fierro montando a caballo,


“Rostro oscuro completamente afeitado, cabellos que eran casi cerdas, lacios, rígidos, negros; boca de perro de presa, manos poderosas, torso erguido y piernas de músculos boludos que apretaban los flancos del caballo como si fueran garra de águila. Aquel hombre se llamaba Rodolfo Fierro; había sido ferrocarrilero y después fue bandido, dedo meñique del Jefe de la División del Norte, asesino brutal e implacable, de pistola certera y dedo índice que no se cansó nunca de tirar el gatillo.”


Martín Luis Guzmán recrea en “La fiesta de las balas” el momento en que Fierro asesinó a 300 soldados federales prisioneros. En un corral los hizo correr rumbo a la barda del escape y, apoyado sólo por un ordenanza que le colocó las municiones a sus pistolas, los ejecutó a todos en una jornada.


Algunos historiadores, incluyendo el propio Guzmán, consideran exagerada esta historia, en un momento que a Villa no se le consideraba un héroe. Peritos de hoy en día dicen que es poco posible esa ejecución, ya que los revólveres se habrían calentado con los disparos.


Fierro fue un héroe indiscutible en varias batallas que precipitaron la caída del traidor Victoriano Huerta. Durante las batallas de Celaya, realizó una incursión suicida que puso en fuga a los carrancistas y el propio Álvaro Obregón reconoció su valor en sus memorias.


Hace unos años, una empresa metalúrgica de nombre “General Fierro” regaló a la ciudad de Los Mochis una estatua de este personaje. Hubo grandes discusiones sobre si era correcto alzarle un monumento, aunque fuera donado, a un personaje que realizara tan atroces asesinatos. La solución fue enviarlo a Charay, el poblado donde el nació, y al decir de los habitantes, a fin de cuentas es un personaje de la historia.


En el celuloide, Fierro fue interpretado varias veces por el gran actor-villano del cine mexicano Carlos López Moctezuma. Y en el cine gringo, su papel lo realizo ni más menos que el propio Charles Bronson.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Palabra y fiesta











Palacio de la Autonomía

La semana anterior viajé a la Ciudad de México al Festival de la Palabra, un encuentro literario en el Centro Histórico organizado por los amigos María Luisa Armendariz y Leonardo Da Jandra, además de un incansable equipo profesional.

Las actividades incluían seminarios para maestros de educación básica, además del diálogo entre diversos escritores. La parte nuestra se llevó a cabo en el Palacio de la Autonomía, un venerable edificio de la UNAM ubicado entre el templo mayor y Palacio Nacional.

Destaco las figuras del brasileño Joao Cézar de Castro, el poeta cubano Roberto Fernández Retamar, Director de Casa de las Américas y la poeta hindú Usha Akella, quien leyó sus versos mientras una bailarina derviche giraba en círculos, por más de treinta minutos, en trance y perfecta unidad con el infinito.

No exagero al decir que giró sin desmayarse durante ese tiempo. Confirmé el tiempo con el trovador cubano Manuel Argudín – amigo de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés – quien dio un concierto durante el festival… esa mañana de domingo le pidieron de favor que improvisara con su guitarra y aceptó de buen grado musicalizar el perfomance.

Me sorprendió agradablemente ver al crítico Ambrosio Fornet, una de los analistas más destacados en la obra de Alejo Carpentier, autor que considero mi favorito en lengua hispana. No faltó el buen David Toscana, quien me acompaña en la foto, con el zócalo de fondo.

También a la amiga Dubraska Susnjevic, traductora del escritor serbio Goran Petrovic y el chileno Alejandro Zambra, cuya novela “Bonsai” narra la historia de un joven que decide dejar la vida normal para ver crecer en silencio uno de esos diminutos arbolitos.


Dando un salto cuántico en el terreno literario, asistí a la presentación del libro “A sangre fría, periodismo de morbo y frivolidad”, la cual se llevó a cabo en un antiguo cuartel policial construido en la época de Porfirio Díaz. Los comentarios fueron de J.M. Servín y Miguel Ángel Rodríguez, director de la revista ALARMA!, quien me contó su odisea cuando la revista salió de la circulación durante el Mundial México 86.


Ahí estaba también el cineasta escocés John Dickie, cuya película “El diablo en la nota roja” – filmada en México- fue exhibida durante el festival en el Claustro de Sor Juana... A ver si lo invitan al festival de cine de Mazatlán.


Siguiendo con el morbo, comentaré que algunos de mis amigos mexicanos mantuvieron una opinión reservada ante la presencia de Fernández Retamar: para algunos es una figura fundamental de la poesía en lengua española, mientras que otros lo acusaban de ser un comisario político del régimen de Castro.


Eso sí: nadie entró en debate con él. Quizá por que sabían con quien se metían o por cuidado de las formas. En cambio, me di cuenta que entre los muchos y variados cubanos que asistieron al evento su presencia fue recibida con respeto, incluyendo algunos que exteriorizaron ante el micrófono fuertes críticas a Fidel.


Sí los cubanos no tenían conflicto con el pasado de Retamar, ¿por qué los mexicanos andamos peleando por eso?

Con esa pregunta y esa reflexión, concluí que puede ser muy fácil juzgar el pasado y el presente de muchos escritores: sólo sus verdaderos lectores – y quienes han vivido junto con ellos sus procesos históricos – pueden encontrar la verdadera esencia de su literatura.

La literatura es una manera mágica de poner las palabras en fiesta: pero también debe ser iluminación, análisis, conciencia y consistencia histórica.

Y en esto - me atrevo a pensarlo - sólo el tiempo podrá tener siempre la última palabra.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Conjeturas sobre un duelo



Los duelos son quizás el pasatiempo más antiguo de la humanidad. Aquí, en Mazatlán, en la época de los señoritos de bastón y carruaje, eran librados en el terreno de lo que hoy es la Colonia Palos Prietos... Hablemos un poco de esta insensata costumbre que, por siglos, fue tomada como ejemplo de valor civil.


No podemos decir que el enfrentamiento de Caín y Abel haya sido un duelo limpio, ya que el Génesis aporta pocos datos, salvo el detalle de la quijada del burro y el que Jehová no veía bien los sacrificios agrícolas de Caín, prefiriendo las ofrendas pastoriles de Abel. Sólo sabemos que a Caín al final se le mandó a vivir al este del Edén. Por cierto, según la iglesia mormona, a la que pertenece parte importante de mi familia, "El Yeti" que vaga por el Himalaya es aquel asesino legendario.


Algunos antropólogos modernos han querido ver en esta historia una metáfora del duelo entre las primeras civilizaciones, donde la vencedora fue aquella que se volvió finalmente sedentaria: al volverse sembrador, el hombre comenzó a fijarse en las estaciones, los astros y el paso del tiempo, creando la primer consciencia cósmica. Ya no era "el salvaje feliz" que se alimentaba de los frutos de una tierra que era un paraíso y dejó el África para irse a oriente.


David y Goliat en su enfrentamiento reafirmaron el sentimiento y la conciencia del futuro estado israelí. Que fuese un pastor enfrentando a un héroe formidable, armado con su honda y una simple piedra, fue tan impactante para la autoestima del pueblo judío que el ejemplo a la fecha sigue vigente.


El duelo de Aquiles y Héctor no afectó la guerra de Troya militarmente, pero marcó la moral de los sitiados al ver a su príncipe vencido, arrastrado por el carro de Aquiles ante las murallas azoradas. Es el momento en que la muerte entra directo al palacio, donde el noble no solo es vulnerable al conflicto, si no que está más obligado a encarar a la muerte que el ciudadano común.


Antes de la Iliada, ninguna obra literaria se había detenido a analizar el microcosmos de la tragedia doméstica en el marco de un conflicto bélico. En cambio las óperas no carecen de duelos,
Los duelos se volvieron un buen pretexto para justificar la ausencia de referencias de un forastero. No era raro el personaje misterioso que llegara a una ciudad provinciana que, al preguntársele su origen, pusiera como justificación de la huída de su ciudad natal las consecuencias de haber vencido a un ofensor en un duelo.
Eso llenaba al recién llegado no solo de un aura de honorabilidad, en el sentido de la época de los campos de honor, sino que era una sutil referencia para quien tratase de cuestionarle su origen o, simplemente, verle la cara en los negocios. La marca de Caín.


Las reglas de lo duelos llegaron a volverse más complicadas que un ceremonial de bodas. Si era a tiro, los padrinos revisaban las armas y las variantes dependían del lugar o la época. El ofendido disparaba primero y el ofensor lo hacía después. A pesar de los ejemplos que nos da el cine, a veces eran requeridos varios intentos.


Era un tiempo en que las pistolas no eran tan precisas porque sus interiores eran completamente lisos, sin estrías que concentrarán la combustión de los gases. Se recomendaba al receptor de la primera bala ponerse de pie, totalmente de perfil, empuñando el arma con un ángulo hacia el firmamento, ya que así se disminuían las posibilidades de ser impactado.


Tan confusas eran las relaciones en esos siglos que tampoco fue inusual que, dos amigos ejemplares tuvieran que batir a duelo por una simple infidencia, una opinión política dicha a la ligera o la simple mirada al polisón de la futura esposa.


En este asunto, había mucho de fanfarronería. No era extraño que nadie disparase, luego de una disculpa caballerosa dada en privado antes del ritual. A veces el ofendido fallaba el tiro deliberadamente, por lo que el ofensor, a manera de disculpa, disparaba magnánimo al aire, ganándose el aplauso de los asistentes por su estruendosa disculpa.


Sí, tenían muchas reglas, elegancia, hombría y simulación y en Mazatlán no hicieron falta… Otro día escribiré del duelo que tuvo don Juan Imperial, mi abuelo, en el patio del Palacio Municipal, cuando éste era de un solo piso, no parecía pagoda oriental y tenía al centro del patio un busto de don Benito Juárez, el cual fue testigo silencioso del acontecimiento. Mi abuelo, por cierto, era regidor por el PNR, representando al Sindicato de Trabajadores de la Construcción, entonces bastante influyente y representativo en Mazatlán.