Monumento al compositor Ricardo Castro
y foto mía junto al actor qué, personificado
como Ricardo Castro, paseaba frente
como Ricardo Castro, paseaba frente
al Teatro Ricardo Castro de Durango.
Este fin de semana estuve en Durango dando un curso de novela, invitado por el Festival Cultural Ricardo Castro - inolvidable autor del hermoso Vals Capricho -y el poeta Jesús Marín... Por allá saludé también al escritor Everardo Ramírez y al cineasta Juan Antonio de la Riva, creador de Pueblo de Madera y Director del Instituto de Cultura del Estado.
Pero más que contar mis vivencias, quiero registrar los reveladores incidentes que presencié durante el vuelo. No es por demás recogerlos aquí.
Me encantan los aviones pequeños porque vuelan bajito y uno puede ver pueblos y barrancas con más detenimiento que aquellos que marchan a velocidad de crucero. En este caso, la cordillera de la sierra Madre de Durango es impresionante… Antes de ascender a la meseta, es posible ver por la ventanilla la silueta de Copala y el intricando recoveco del río donde estuvo El Arco, pueblo fantasma donde vivió mi familia.
Pero lo que sí me puso nervioso, antes de subir al avión, fueron las conversaciones de un jocoso grupo de pasajeros, vestidos de una manera más formal de la que usualmente andamos los mazatlecos. Incluso aquellos que toman un avión, ya que el mexicano por excelencia, antes de treparse a una aeronave, suele vestirse con su mejor garrita.
De repente, una dama muy formal tomó un celular y dijo con voz educada: “Señor Diputado, lo esperamos para subir al avión. Ha comenzado el pre-abordaje”. Descubrí con azoro que marcharía rumbo a Durango en un minúsculo avión lleno de políticos.
Minutos después el joven de la línea tomó un micrófono y pidió que formáramos una fila y saliéramos con pase de abordar e identificación con fotografía en mano. El grupo de individuos soltó una carcajada unánime y uno de ellos se lamentó, soltando una frase que rezaba algo así como que “Qué lata tener que sacar siempre la charola”.
Más que el Síndrome de Mouriño – el artefacto era un Saab, la misma marca del eficiente automóvil de James Bond-, me preocupó la actitud de esos ilustres caballeros, ungidos por el voto popular. Parecían un grupo de Hooligans que tomaban como un símbolo del triunfo el hecho de tomar un vuelo. La gente que viaja mucho – ejecutivos, vendedores de seguros, incluso los turistas – suben a los pájaros de acero con la indiferencia de quien se trepa a un camión pasajero, de esos que van pa ‘ Sonora, como dice una canción compuesta por un profe de la UAS.
Si bien soy tolerante con la gente que hace escándalo en el transporte público, más si éste es breve, me preocuparon dos hechos. Uno fue que algunos de los pasajeros insistían en cambiar de asiento para irse en bola en las primeras filas. La aeromoza consultó a los técnicos que hacían sus movimientos debajo del artefacto y uno de ellos, vestido con un mono azul de trabajo y mirada profesional, le comentó que era preferible que la mayoría fuese atrás.
Hablo de un avión pequeño de dos hélices, cuya estabilidad es diferente a los jet. Accedieron a cambiar a dos personajes de asiento y una señorita se fue al final de la nave junto a un grupo celoso de damas. Los diputados removidos, de manera triunfal, a pesar de que el aparato era chico como un camión de redilas, anunciaron que las primeras filas eran la clase premier.
Bien, como quiera esto puede ser normal. No me hizo gracia ver que, a los momentos del despegue, algunos legisladores no hicieron el menor intento de apagar sus Blackberries y siguieron enviando mensajitos.
Se supone qué, además de interferir con los sistemas de navegación, los teléfonos celulares pueden provocar una explosión en el combustible. Incluso al final del viaje, si uno baja a la pista y camina hacia la estación, varios anuncios en el camino recuerdan la prohibición encenderlos. Sólo puede hacerse en el interior del Aeropuerto porque las emanaciones de turbosina pueden imitar la acción de encenderse.
Ya en Durango, alguien me explico que, en efecto, en la ciudad se llevaba a cabo una reunión de diputados, todos del mismo color, por cierto. Pero más allá del tipo de camiseta, me preocupa que quienes nos gobiernan asuman actitudes de este tipo en algo tan sencillo como tomar un vuelo. ¿Así serán a la hora de negociar nuestro futuro? ¿Así son de lights, de despreocupados e indiferentes durante la toma de decisiones?
Y este país es un avión muy maltrecho donde vamos juntos todos. ¿O no es así, señores diputados?
Oye, ¿te pagan por escribir este blog?
ResponderEliminarSaludos.
Miguel Robles.
Hola Miguel.
ResponderEliminarTe comento que soy colaborador de Noroeste y el blog es una reproducción de mi columna semanal, aunque a veces, si hay noticia o algo interesante, añado breves comentarios. Y sí,recibo un pago como colaborador.
Servido
Juan José Rodriguez