Los duelos son quizás el pasatiempo más antiguo de la humanidad. Aquí, en Mazatlán, en la época de los señoritos de bastón y carruaje, eran librados en el terreno de lo que hoy es la Colonia Palos Prietos... Hablemos un poco de esta insensata costumbre que, por siglos, fue tomada como ejemplo de valor civil.
No podemos decir que el enfrentamiento de Caín y Abel haya sido un duelo limpio, ya que el Génesis aporta pocos datos, salvo el detalle de la quijada del burro y el que Jehová no veía bien los sacrificios agrícolas de Caín, prefiriendo las ofrendas pastoriles de Abel. Sólo sabemos que a Caín al final se le mandó a vivir al este del Edén. Por cierto, según la iglesia mormona, a la que pertenece parte importante de mi familia, "El Yeti" que vaga por el Himalaya es aquel asesino legendario.
Algunos antropólogos modernos han querido ver en esta historia una metáfora del duelo entre las primeras civilizaciones, donde la vencedora fue aquella que se volvió finalmente sedentaria: al volverse sembrador, el hombre comenzó a fijarse en las estaciones, los astros y el paso del tiempo, creando la primer consciencia cósmica. Ya no era "el salvaje feliz" que se alimentaba de los frutos de una tierra que era un paraíso y dejó el África para irse a oriente.
David y Goliat en su enfrentamiento reafirmaron el sentimiento y la conciencia del futuro estado israelí. Que fuese un pastor enfrentando a un héroe formidable, armado con su honda y una simple piedra, fue tan impactante para la autoestima del pueblo judío que el ejemplo a la fecha sigue vigente.
El duelo de Aquiles y Héctor no afectó la guerra de Troya militarmente, pero marcó la moral de los sitiados al ver a su príncipe vencido, arrastrado por el carro de Aquiles ante las murallas azoradas. Es el momento en que la muerte entra directo al palacio, donde el noble no solo es vulnerable al conflicto, si no que está más obligado a encarar a la muerte que el ciudadano común.
Antes de la Iliada, ninguna obra literaria se había detenido a analizar el microcosmos de la tragedia doméstica en el marco de un conflicto bélico. En cambio las óperas no carecen de duelos,
Los duelos se volvieron un buen pretexto para justificar la ausencia de referencias de un forastero. No era raro el personaje misterioso que llegara a una ciudad provinciana que, al preguntársele su origen, pusiera como justificación de la huída de su ciudad natal las consecuencias de haber vencido a un ofensor en un duelo.
Eso llenaba al recién llegado no solo de un aura de honorabilidad, en el sentido de la época de los campos de honor, sino que era una sutil referencia para quien tratase de cuestionarle su origen o, simplemente, verle la cara en los negocios. La marca de Caín.
Las reglas de lo duelos llegaron a volverse más complicadas que un ceremonial de bodas. Si era a tiro, los padrinos revisaban las armas y las variantes dependían del lugar o la época. El ofendido disparaba primero y el ofensor lo hacía después. A pesar de los ejemplos que nos da el cine, a veces eran requeridos varios intentos.
Era un tiempo en que las pistolas no eran tan precisas porque sus interiores eran completamente lisos, sin estrías que concentrarán la combustión de los gases. Se recomendaba al receptor de la primera bala ponerse de pie, totalmente de perfil, empuñando el arma con un ángulo hacia el firmamento, ya que así se disminuían las posibilidades de ser impactado.
Tan confusas eran las relaciones en esos siglos que tampoco fue inusual que, dos amigos ejemplares tuvieran que batir a duelo por una simple infidencia, una opinión política dicha a la ligera o la simple mirada al polisón de la futura esposa.
En este asunto, había mucho de fanfarronería. No era extraño que nadie disparase, luego de una disculpa caballerosa dada en privado antes del ritual. A veces el ofendido fallaba el tiro deliberadamente, por lo que el ofensor, a manera de disculpa, disparaba magnánimo al aire, ganándose el aplauso de los asistentes por su estruendosa disculpa.
Sí, tenían muchas reglas, elegancia, hombría y simulación y en Mazatlán no hicieron falta… Otro día escribiré del duelo que tuvo don Juan Imperial, mi abuelo, en el patio del Palacio Municipal, cuando éste era de un solo piso, no parecía pagoda oriental y tenía al centro del patio un busto de don Benito Juárez, el cual fue testigo silencioso del acontecimiento. Mi abuelo, por cierto, era regidor por el PNR, representando al Sindicato de Trabajadores de la Construcción, entonces bastante influyente y representativo en Mazatlán.
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