domingo, 29 de mayo de 2011

El paso del tiempo


Tan sencillo como que las cosas y los rostros no cambien con el tiempo



Pasé una tarde con el quiropráctico. Ahora tengo un padecimiento que sólo les da a los adultos mayores y a los deportistas: lesión en los meniscos.

Me halagó el señor al preguntarme, a la hora de rastrear el origen del daño, si fui cátcher en mi juventud. “No”, le dije, “nada más he sido shortstop como el perro Snoopy y mi infancia fluyó frente al televisor”.

El aviso es que, después de los 40 años, ya no se puede correr con el mismo brío por el malecón. Véase en el espejo y recuerde la manera en que vivió su vida, antes de meterse a rutinas de ejercicio.

En vez de eso, acudí al espejo del prójimo. Me puse a ver las páginas de Facebook de algunas mujeres de mi pasado. Para algunas, las más remotas, el bótox fue algo tan destructivo como una epidemia de lepra... esos rostros que me miran ahora desde la pantalla, marcados por la intervención vanidosa, ¿alguna vez despertaron pasiones y provocaron incendios más terribles que los de la Troya homérica?

En un programa de comedia gringa llamado "Better with you", una de las protagonistas dice que los hombres somos idiotas hasta los 27 años y que, a partir de ahí, comenzamos a componernos poco a poco.

Debe de haber aquí algo de cierto: a partir de las 30, la raza anda alivianada y se mueve sin prejuicios. Todos los protocolos, desde el acto de conocerse hasta el sexo y los negocios, se van en automático y hay menos lío que a los veintitantos a la hora de relacionarse. Ya todos han tenido carrera, matrimonio o divorcio y se dan cuenta que no tiene mucho sentido aparentar lo que no eres.

Enciendo la tele y escucho esta frase: “Si sabes lo que eres, no tienes nada que demostrar". Esto no fue en un programa cultural, sino en un anuncio de Dolce Gabbana for men

La sensación de cierre un ciclo no me sobrevienen solo con los achaques físicos: las cosas que dan vueltas, como ciertos aniversarios de cosas que ocurrieron en mi infancia y parecen repetirse. Figuras como las de Juan Pablo II o John Lennon parecen ser algunas de las marcas que el tiempo dejo en mi infancia y adolescencia.

La primera vez que vino Juan Pablo II a México el evento me desconcertó porque nos quitaron las caricaturas. Yo tenía 8 años y en la tele, sólo dos canales. Las caricaturas nos las suspendían sólo cuando había futbol o el Presidente daba su informe, asuntos al parecer más importantes que nuestro pasatiempo.

Si ya daban en vivo las transmisiones en el Canal 2, sitio de telenovelas, noticieros y todas las cosas aburridas, ¿qué necesidad había de quitarnos también el Canal 5 con todo y Tío Gamboín? La explicación de mi papá -hombre sabio que siempre respondía mis preguntas - era que lo habían hecho por política.

En esa primera visita de Juan Pablo II a México, el narrador de la tele era Paco Stanley. Lo recuerdo perfectamente e incluso leí en el TELE-GUÍA que le llamaron la atención por decir "tiara" en vez de "mitra" a la hora de describir el atuendo del Santo Padre.

¿En qué momento supieron los organizadores que a Karol Wojtyla le gustaba la música de Roberto Carlos? Por esa época, nos hicieron cantar en la primaria el Día de la Madre la cancioncita de "Amigo" y ya sentíamos que nos elevábamos todos al cielo en cuerpo y alma. Qué diferencia ahora que hasta los maestros les dan a los niños los resultados de los exámenes.

Yo supe de Lennon el día de su muerte: tenía diez años. Un año antes, le habían disparado al Papa. La verdad, me pregunté si algo tenían que ver entre si esa repentina obsesión por atentar contra personas. Intuí la importancia de Lennon cuando vi un reportaje en PARA GENTE GRANDE, programa que ya veía a los 10 años, junto con COSMOS. Las otras opciones eran el Tío Gamboín y Chespirito.

No asociaba a Lennon con los Beatles, que yo creí que era un grupo aún en activo que escuchaban mis primos mayores y amigos fresitas de la primaria. Desde entonces, vivía a cierta distancia de esa cultura musical por diversos motivos. Mis amigos oían a los KISS y a Village People, grupos que nunca entendí porque nunca sentí que hubiera algo más allá de su vestuario y el tiempo me dio la razón. (Les invitó a descifrar las letras de los KISS y verán que no tiene nada de maléficos.

Cuando yo estaba en la prepa, Beijing era Pekín, Gadafi era Khadaffy y el PRI era el PRI. Un personaje de Stalker (Tarkovsky) dice: "La Edad Media era más interesante: cada casa tenía su duende y cada iglesia su dios". Hoy hay dioses, demonios y profetas por todos lados.

Cambian los símbolos, Y como dice una canción de Incubus “Mi pasado es peligroso, pero cada cicatriz que llevo canta monumentos de donde he estado y melodías a donde voy”… ¿También lo harán los meniscos? No puedo dejar de preguntármelo.

domingo, 22 de mayo de 2011

Apocalípticos y desintegrados: el juicio final pospuesto





Las teorías del desastre suelen ser las más exitosas. La vocación del ser humano por lo inminente y su asombro por la tragedia generalmente triunfan.
Desde el jueves pasado, redes sociales y antisociales han recibido una dosis diluvial de comentarios sobre este asunto, instalados en los más dispares y disparatados sentidos.

La pasada psicosis mediático-cibernética sobre la venida del Día Grande y Terrible arroja luz sobre nuestro catastrofismo natural. El tremendismo es una necesidad tan adictiva como la adrenalina, y más si son catapultadas por hechos recientes como el tsunami, la inseguridad y el constante estado febril de la vida moderna.

¿Hasta dónde debemos tomar ciertas afirmaciones de la Biblia de manera literal? Me refiero tanto a los creyentes como los no-creyentes.
Se nos olvida que la Biblia es una compilación de diversos escritos, ordenados y discutidos en diversos concilios, cuya interpretación se presta a mucho enfoques, incluso dentro del marco de una misma iglesia. Son literatura inspirada y un gran testimonio del origen de la sociedad de occidente.

El debate lleva varios siglos, ha involucrado a grandes mentes e incluso a figuras alzadas a los altares, pero aún no concluye la discusión sobre la literalidad de algunos conceptos.

Si usted toma la Edición Pastoral de la Biblia Latinoamericana, disponible en cualquier librería de la Iglesia Católica, se sorprendería de la modernidad de sus comentarios: acepta la posibilidad de que el paso por el Mar Rojo haya sido una exageración añadida por otros editores, aunque en ningún momento nos niega el milagro. Sólo señala la existencia de dos escritos diferentes.

Las discusiones sobre la historicidad o canonicidad de algunos textos de la Biblia se sostuvo por varios siglos en el mundo católico. El Apocalipsis, de donde provienen la mayoría de las hipótesis del fin del mundo, fue aceptado en el canon religioso hasta el año de 382, pero la querella se prolongó e, incluso, santos como Juan Crisóstomo no estaban de acuerdo con su inclusión.

Este asunto cobró nueva vida con la Reforma y la Contrarreforma, en donde las Iglesias Protestantes usaron su propia versión de la Biblia -la llamada King James- y la cual aún no acepta varios de los libros llamados Deuterocanónicos, es decir, aquellos de los que sólo se preservó el original escrito en lengua griega. (El asunto en realidad es mucho más complicado).

De ahí que algunas religiones en lengua inglesa hayan vuelto a retomar esta discusión sobre el fin del mundo. Contando las generaciones de la Biblia, el Arzobispo anglicano James Usser sacó la cuenta en 1650 y llegó a la conclusión de que la tierra había sido creada “el atardecer al domingo 23 de octubre del año 4004 A. C.”… Otro religioso anglicano propone el año 3929 y la diferencia se basa en que usó otro calendario hebreo más antiguo.

Esto le da a la tierra la edad de 6000 años: si el mundo fue creado en seis días, entonces todo checaría. Habrá que ver si el Creador tiene la misma obsesión que tenemos nosotros por los números decimales. (En la Biblia, aparecen más seguido el 3, el 7 y el 40 a la hora de proporcionar elementos simbólicos)

Recordemos lo que dice el propio Jesucristo en los evangelios: hay que estar preparados porque ese día grande y terrible llegará sin previo aviso. Aunque que también pudo haberse referido a la hora final de cualquera de los seres humanos creyentes en su ministerio.

Algunos teólogos piensan que el fin de mundo no vendrá de esa manera, si no que el Apocalipsis sólo utiliza una serie de símbolos y mensajes ligados a la liturgia de las primeras iglesias y que su profecía va más allá de los Cuatro Jinetes. El reino de Dios también estaría en la tierra y el Juicio Final sería aquel que nos toca a cada uno de nosotros. Pero como dice Benedicto XIV, hay asuntos en donde nuestra fe se mueve a tientas.