En los años cincuentas, no recuerdo si después de haber hecho México el fiasco en unas olimpiadas o mundial de futbol, el admirado periodista Abel Quezada formuló un comentario demoledor sobre los héroes.
El razonamiento era sencillo y lógico: México solo podía darse el lujo de tener héroes muertos porque los vivos le costaban mucho dinero.
Y no se refería en exclusiva a los deportistas que habían viajado y recibido apoyos a costa del erario, sino a los políticos corruptos que recibían grandes sueldos y luego eran ensalzados en ceremonias públicas, con culto masivo a la imagen e imposición de su nombre en obras públicas.
No era raro antes que el Sr. Presidente Adolfo López Mateos inaugurara la Colonia López Mateos, o una inmensa presa con su mismo nombre, durante el ejercicio del poder… a pesar de que esas obras fuesen erigidas con impuestos de todos los mexicanos, sin que los funcionarios hubiesen donado aparte alguna de su capital.
Aunque los funcionarios detentasen gran mérito en cuanto a gestión y sensibilidad a los desarrollos, no ameritaba ponerles su nombre, porque precisamente esa era la función para la que se les elegía y su recompensa ya estaba en el sueldo… por no hablar de otras prebendas de la época.
Con sus defectos y contradicciones, los héroes de la independencia merecen su justo homenaje anual, más allá de que los agarremos de pretexto para irnos de parranda todo un fin de semana.
Pese a que el malinchismo es un fenómeno generalizado, los mexicanos tenemos mayor conciencia nacional e histórica que muchas otras naciones, incluso algunas más antiguas que nosotros.
Al poeta español José Moreno Villa le sorprendía ese fenómeno. Decía que Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo y Benito Juárez seguían bastante vivos… cosa que también aplicaba para villanos como Hernán Cortés o Maximiliano. En España hoy nadie le reclama a Francia la invasión de Napoleón o a los Estados Unidos la guerra hispanoamericana.
Parece ser que esas extenuantes jornadas cívicas donde tomábamos el sol en la primaria han dejado su huella en la personalidad del mexicano. El dibujar una estampita, usando papel de china sobre el rostro de un prócer, dejó su indisoluble marca de agua en nuestra alma, tal como en los billetes que a diario tratamos de hacer rendir.
Nuestros héroes dieron su vida y es merecido invocarlos. A la hora de su estudio, también es fundamental que las generaciones sepan de sus errores para que no se repitan y queden esos grandes vacíos de la memoria.
¿Algún día será revalorada la figura de Agustín de Iturbide, que a pesar de sus defectos, gracias a su visión logró consumarse la Independencia?
¿Nos hablarán a fondo de Francisco Javier Mina - quien merecidamente ilustra esta entrada -y Fray Servando Teresa de Mier, quienes tuvieron un papel más que simbólico en ese movimiento?
Durante el ataque a la Alhóndiga de Granaditas, se cegó la vida de mujeres y niños españoles, detalle que horrorizó al mundo entero. Lamentablemente fue imposible contener a la turba. Decía Allende que no era lo mismo encabezar un ejército que un gentío.
Esa imagen siguió vigente por varias décadas, al grado de que al principio no se les mencionaba mucho a los precursores de la Independencia.
Fue Maximiliano quien, deseoso de legitimarse, instauró el ceremonial laico en torno a ellos: mandó pintar sus rostros en Palacio Nacional, viajó a Dolores un 16 de septiembre y hasta erigió un monumento en la Hacienda de Corralejo.
Nuestros héroes y villanos están más presentes que nunca. ¿Algún día sabremos diferenciarlos en vida?
No hay comentarios:
Publicar un comentario