jueves, 11 de septiembre de 2008

Manual de Minería Fantástica


La piedra al final de la Caja de Pandora

(Ilustración del también poeta
Dante Gabriel Rosetti)

“Te doy el nombre de Pandora, nombre que significa La Mujer de Todos los Dones” anunció Zeus a la hembra primigenia, antes de enviarla a la tierra desde las alturas del Olimpo, sostenida por los brazos de Hermes, mensajero supremo, orlada de sedosidades y aleteo fugaz de amorcillos y ninfas aéreas.


Pandora no sólo fue la primera mujer: fue también la primera en ser creada en una fragua y por las manos artesanas de un herrero. Los hombres se habían vuelto demasiado vanidosos y soberbios, por lo que Zeus mandó a su hijo Hefestos a crear a la mujer; algo más difícil que templar la armadura de Marte o pulir el escudo de Minerva. Luego de darle forma, Zeus le insufló una chispa de fuego divino escapado de los hornos del Urano.


Las gracias, las horas y las musas adornaron su pecho con joyas que no son posibles visualizar ni siquiera en esta vida.


No es aquí el sitio para repetir el grave descuido de Pandora, que entre tantos dones, recibió la veta de la curiosidad. Al fondo de la caja en donde se custodiaban los males que aun afligen al hombre, aguardaba la piedra de la esperanza... Aristarco, Plotino e Hipatia coinciden en el postulado de que ese guijarro estuvo compuesto por el mismo material divino con el cual se mandó darle forma a Pandora, reconocible por un resto de la quemadura que encendiera su alma femenina. De origen, la piedra no representaba la posibilidad de salvar al hombre y la mujer: solo era un fragmento olvidado por Hefestos, luego de destrozar con un golpe definitivo de su mazo, el molde donde diera forma a la dama y que, a su momento y forma, revelaría inesperadas propiedades curativas y también de caritativo engaño ante la catástrofe. (La piedra, no la dama.)

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