lunes, 8 de septiembre de 2008

DE LA BRECHA





Antes de estas Olimpiadas, el poblado de La Brecha ya había sido puesto simbólicamente en el mapa gracias a un poeta. Y no solo fue alguien que además ejerció con brillantez el ejercicio de periodista a nivel nacional, sino que además por luminosos años fue director de la histórica Escuela de Periodismo Carlos Septién García.
Me refiero a Don Alejandro Avilés, quien también por varios años escribiera una columna en Noroeste, así como diversos y breves ensayos de variados temas culturales en este diario.


A su muerte, acontecida a los 90 años en el 2005, una gran cantidad de periodistas de diferentes diarios, fuentes y estilos le hicieron su homenaje. Personalidades que iban desde la poeta Dolores Castro hasta el fulminante Miguel Ángel Granados Chapa tomaron la pluma para reconocer su legado y vigencia.
Uno de sus alumnos destacados fue el propio Manuel Buendía -sacrificado durante el sexenio de Miguel de la Madrid -, de quien fue incluso padrino de boda.


Don Alejandro fue un intelectual coherente consigo mismo que vivió un entorno arduo y salio adelante. Nunca negó su catolicismo y su fe nunca fue lastre para sus ideas ni tampoco para sus lectores, siendo aceptado de la misma manera que hoy la raza de izquierda mira con respeto a Javier Sicilia o a Monsiváis, que públicamente anuncia profesar una religión evangélica.
Escribió en Excelsior cuando el diario era considerado uno de los mejores del mundo. Cuando Echeverría les cerró las puertas y Julio Scherer y Octavio Paz renunciaron, él hizo lo propio.


Me cuentan que disfrutaba mucho de la vida en familia y que pasó sus últimos días en Morelia, tierra natal de su esposa, y que al ir de compras con ella, solía entretenerse en el departamento de libros, regresando a veces a casa cargado de volúmenes y olvidándose del pequeño detalle de que su mujer le había acompañado al centro comercial.
Así que no eran raras las ocasiones que debía de volverse veloz en taxi, luego de que sus hijos o los empleados domésticos le hiciesen caer en cuenta de su error, sobretodo al verlo volver solitario, o quizás hojeando en la sala los muchos libros que solía comprar en una sola visita.


¿Qué era por fin? ¿Un buen maestro de comunicación o un respetable periodista? ¿Un poeta aceptable que era mejor para el artículo de fondo? Creo sinceramente que, en base a los diversos testimonios, el señor Alejandro Avilés tuvo verdadera calidad en esos tres campos que a veces, de manera inexplicable, suelen unirse.
Quizás, la ardua entrega al periodismo hizo que le quitara a su poética el tiempo necesario para dejarnos una obra más extensa. Lo bueno es que en la poesía, el tamaño no importa. San Juan de la Cruz dejó quince poemas tan perfectos que no tiene caso lamentarse por aquellos que dejó en el tintero.


Revisando los versos de Avilés, con motivo de este homenaje, encontré un poema que me movió, escrito en palabras sencillas, donde imagina el momento en que su cuerpo será llevado en andas por sus amigos al cementerio. Podríamos criticarle el aire españolado de sus versos, pero todavía en su siglo se consideraba al castellano castizo como el mejor y más universal.
Pero más allá de métrica y modismos, Avilés sabía darle su lugar a la poesía y también al corazón su parte:



“Oh amigos, esta noche he recordado

la futura mañana en que vosotros

me llevaréis dormido

como a un obscuro leño en vuestros hombros.


Aún bajará del cielo

la luz que vive, en gozo por el campo.

Y sonará en los aires el sueño de los pájaros.

Y tenderá la tierra entre las sombras sus maternales brazos.


Yo pesaré de gratitud, oh amigos.

Y a cada paso el pecho caminante

recordará las horas

en que tomaba el corazón su parte

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