domingo, 21 de septiembre de 2008

Canto para un equinoccio


Equinoccio en Dzibilchaltún, Yucatán

Hoy, lunes 22 de septiembre, es el equinoccio: la tierra emprende un movimiento perfecto, un paso de vals entre la silenciosa música de las esferas; el mundo da un bandazo mientras aquí muy pocos nos damos cuenta.

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Se mueve el planeta de manera imperceptible de una forma inversa a su rotación: hoy la noche y el día tendrán exactamente la misma duración, aunque muy pronto los días se harán mas cortos y el tiempo celeste se prepara para la sinfonía del invierno, invierno que aquí en Mazatlán, más bien, es una sonata para violín y piano sin orquesta.

Los hombres de la antigüedad – y todavía algunos campesinos y estudiosos de lo esotérico – vivían pendientes de los rostros de la luna, la danza de las constelaciones y los acomodos de la tierra. La esfera hoy cambia de posición para seguir rotando con su precisa relojería.
El equinoccio de primavera – 21 de marzo - y el de otoño, que hoy invocamos, fueron tiempos de fiesta tribal, tambores, sacrificios y una que otra guerra.

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Para no complicarnos mucho y no volver esta reflexión un remedo de lo que se encuentra en Internet dando unos pocos clips, recordaremos que el equinoccio es el momento donde el sol queda alineado justamente frente al ecuador, movimiento que da vida y forma a las estaciones… En Argentina, Australia y Sudáfrica comienza hoy la primavera.


Muchos no nos damos cuenta de estas sacudidas. Yo lo hago por un inevitable motivo práctico que no tiene nada que ver con la previsión o la sapiencia: cuando acontecen el equinoccio o el solsticio, el sol refulge por un lado distinto de mi cuarto, despertándome entre unas cortinas que nunca dejo bien cerradas.

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Es impresionante la puntualidad del cambio, así como la luz del sol que ese mismo día entra con similar precisión por las ventanas del castillo de Tulum o la escalera serpentina de Chichén Itzá. Dizibilchaltum - donde estuve con un grupo de mexicanos y canadienses bastante peculiares - es otro de esos sitios donde se aprecia mágicamente. En mi caso doméstico es una coincidencia arquitectónica porque tengo la vista directa hacia el norte y unas ventanas acostumbradas a ser inmensas.

Por verano es más dramático el cambio: el muro vecino a la ventana frente a la que escribo recibe de lleno la iluminación solar, muro que en la otra parte del año se mantiene en una semi sombra… Ojala algo de esa luz palpite ahora en esta página.

Aparentemente, el sol se mueve, aunque la que da una reverencia es la tierra, en medio de su elegante vuelco orbital que, seguramente, pone a bailar a las constelaciones y las agendas de sus devotos.

Ciertos cronistas afirman que las celebraciones del 24 de junio y el 24 de diciembre tienen una deliberada coincidencia cósmica con esta coreografía estelar. La fiesta de San Juan Bautista, tiempo de lluvia y bendición de los cultivos, adquiere aquí su simetría ante el festejo del nacimiento de Cristo, aunado con la renovación del año nuevo.

En el solsticio del 21 diciembre ocurre la mejor fecha para una parranda: es el día más corto del año con la noche más larga

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Uno de los poetas que más admiro fue Saint-John Perse, francés nacido en una minúscula isla del Caribe cuya poesía retumba en lluvias monzónicas, marejadas de palabras y truenos siderales. Sus Cantos para un equinoccio son un ejemplo de pirotecnia verbal celebratoria de este juego de los astros.

Perse decía que el objeto más hermoso del mundo era el cráneo de cristal de roca que preside la sala azteca del Museo Británico. Parafraseando a José Emilio Pacheco, uno de sus devotos lectores, pienso que su cántico equinoccial es una manera de verter en palabras el cuarzo destellante que ahora desciende invisible sobre nuestras cabezas, iluminando así nuestro paso por el cosmos. La vida quizá es un secreto compás de espera al ritmo que hoy, celestialmente, se marca una vez más en el centro de nuestra atribulada esfera.

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