lunes, 22 de diciembre de 2008

Aprendiz de Alquimista




Yo fui de esos niños que en Navidad pedían juguetes extraños, además de los reglamentarios para quien tuviese una infancia normal y promedio.

Uno de los que más enseñó aspectos inesperados del conocimiento fue mi Juego de Química, el cual solicité con la secreta intención de volar por los aires, inventar una nueva fórmula secreta o quizás convertirme en un científico excéntrico.

De hecho, cuando me preguntaban que iba a ser de grande, yo respondía con esa última opción. Aunque, por supuesto, usaba otra palabra más patológica y popular para definir el concepto de excéntrico.

Antes de tener el equipo, yo ya hacía experimentos por mi cuenta, para grave aflicción de mi mamá que tenía luego que limpiar el tiradero o se topaba con las cosas de la cocina en sitios inesperados, por no hablar de manchas en la ropa o estropicios causados por el fuego… una vez casi sequé el mango del patio, andando en esas actividades extra-curriculares del desarrollo del conocimiento personal.

Los experimentos los copiaba de las enciclopedias y los libros de primaria, ya que en las dos primeras escuelas que estuve casi nunca los hicimos, por lo que yo llenaba ese vacío educativo poniendo manos a la obra, incluso mucho antes de que llegáramos a esa sección del libro de Ciencias Naturales. En menos de una semana los hacía todos y me sentía vacío al no tener más opciones de actividad.

Hasta que llegué a la Escuela Gabriela Mistral, las maestras de ahí nos hacían realizarlos sin excepción, lo cual era bueno para eliminar un poco la rutina de las clases.

Mi primer juego de Química me ayudó a aprender algo más que el compromiso inmediato con la evidencia empírica y experimental: desarrolló en mí los principios de la comprensión lectora, detalle que de seguro no previeron los fabricantes y diseñadores del juguete.

Paso a explicarme: a diferencia de las instrucciones de mis libros de texto gratuito y las enciclopedias infantiles, la redacción del folleto era bastante árida para un niño de siete años. De entrada, el manual me hablaba “de usted”, mismo tono que usan los padres al regañarnos: “Coloque dos cucharadas de sulfato de fierro y amonio en un tubo de ensayo”, etc, etc.

Los otros textos que había leído eran más amigables y, por lo tanto, mas ignorables de ser el caso: “No vayas a encender tú sólo la lámpara de alcohol. Pídele ayuda a un adulto de tu familia”.

Así que fue una especie de shock tener que descifrar una escritura compleja y algo pedante, tal vez redactada por alguien sin conocimientos de pedagogía infantil, además con cierto desgano, cosa que a esa edad alcancé a percibir de cierta manera.


Mi primer problema fue con el tubo de ensayo. Quien hizo el manual, daba por hecho que los niños sabíamos que era eso. Y para mí, un tubo era una cosa con dos orificios en cada extremo: a veces ayudaba a mi papá cuando soldaba alguna instalación en su época de contratista. El manual - que en realidad era una hoja doblada con tinta azul - me obligó a un proceso de deducción para adivinar cual era el tubo de ensayo.
Menos mal que no incluía una retorta, que es otra de las cosas que menos se parecen a su nombre y aparecen seguido en las películas de "El Santo", sin que ninguno de los personajes las mencione... Si el juguete hubiera incluido un arma laser, un reactor nuclear o un tunel del tiempo portatil no habría tenido ninguna dificultad para identificarlos.

La magia del regalo tuvo dos etapas: al concluir todos los experimentos y cuando se me acabaron los reactivos. Pero seguí haciendo experimentos por mi cuenta, inventando formulas y, si jugaba con mis amigos y primos a algo escenificado, como policías y ladrones, “El Hombre Nuclear” o “Viaje al fondo del mar”, los artefactos de mi laboratorio personal fueron muy útiles para darle realismo a las actividades, hasta que se fueron quebrando uno a uno y comenzaron a gustarme las muchachas.

No todo se perdió. Hace días, a un biólogo le urgía conseguir a deshoras un microscopio profesional para llevárselo de madrugada a una granja acuícola. Le dije que yo tenía uno en la casa y correspondió a mi cortesía preguntándome si me lo había robado de alguna prepa de por ahí, ya que su incredulidad no tuvo límites. Les espeté en la cara anunciándole que, desde 1977, ese microscopio estaba en mi cuarto, junto a mis libros y la colección de piedras volcánicas. Fue un regalo de mi tía Fermina Rodríguez de Xamán, profesora de Ciencias Naturales.

Era buena época para ser niño científico. Faltaba poquito tiempo para el año 2000 y se suponía que las utopías del cine y la tele serían objetos cotidianos. Nada fue como lo anunciado. Le pregunté mi jefe que edad tendría yo en el año 2000 y él me dijo que para entonces sería un señor de treinta años. Ya me imaginaba tripulando el Skylab, malhadado artefacto que aparecía seguido en los noticieros con música de Isao Tomita.

A los niños raros como yo ahora les llaman “índigos”. Hasta en eso, el tiempo pasado fue superior: antes decían que éramos “superdotados”, lo cual, por supuesto, se escucha y suena mucho mejor. Índigo suena a despectivo clasemediero, como una combinación de "indio-móndrigo", mientras que superdotado suena más cercano al mundo de la ciencia ficción, el espacio y los secretos procesos de la química del pensamiento, procesos que a usted le permiten leer este texto y a mi recordar esa infancia luminosa, indestructible y sin tropiezo.

4 comentarios:

  1. Cuando se es niño se quiere ser miles de cosas, al final de grandes no somos lo que soñábamos de niños. Antes muchos querían ser súper héroes y ahora quieren ser políticos y curas para no trabajar y les paguen u.u. Ya se me esta haciendo tentador eso.
    Me hizo o me hiciste no se como decir recordar me infancia introvertida.
    Si se puede deberías de comentar o recomendar algunos buenos Autores y libros en tu blog para conocer.

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  2. La infancia siempre será el patrimonio que nos llevamos a cualquier parte, creo que lo dijo Leon Tolstoi.

    Buena idea la tuya, aunque a veces soy reacio a tratar de imponer un criterioo gusto literario. De momento te recomiendo el blog del amigo Irad Nieto, sinaloense y colaborador de Noroeste en Culiacan: http://akantilado.com/

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  4. Isao Tomita.
    Profeta musical que se adelantó a su tiempo un cuarto de hora, para que luego su tiempo lo rebasara y relegara al olvido... Creía yo ser el único en recordarlo (siempre nos creemos únicos), pero veo que mi hermano el de Mazatlán le guarda una casilla en su memoria. Si alguien quiere enjuagarse los oídos con cómo, en el pasado, sonaba el futuro, vaya aquí:

    http://www.isaotomita.net

    Alain-Paul

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