domingo, 1 de febrero de 2009

Candelas en fiesta


Tomé esta foto en Tenerife, hace unos dos años,
mientras buscaba la Plaza de la Candelaria,
motivo de este breve texto.




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Cada vez miramos menos velas en las casas y algo similar ocurre con los cerillos. Fuera del Feng Shui, la aromaterapia o la fe católica, su uso es menos doméstico que escasas décadas atrás.

Las cocinas se equipan con encendedores portátiles y los previsores mantienen una lámpara de mano junto al buró, lista para los apagones, aunque a veces ésta aguarda con sus pilas ya vencidas, incluso impregnadas de herrumbre… Es el momento triunfal para el brillo milenario de las velas: la casa olerá a antorcha y los rostros fulguran como esfinges iluminadas por la luna de Egipto.

¿Quién no ha ido a un rancho y ha gozado de fresca agua de cántaro, servida en un vaso que fuera veladora? Esos coloridos dibujos son inconfundibles y allá los vemos secándose en un esbelto artefacto de alambre, diseñado y adquirido ex profeso.

Antaño, las velas eran parte cotidiana de la vida como hoy son la Internet y la televisión. Mazatlán tuvo varias fábricas de velas y cerillos para uso local. Hoy solo queda una sola, en la colonia Montuosa, y lo sé porque una vez acompañé a una amiga piadosa y algo esotérica a abastecerse.

Tan fundamental eran las velas en el alba de la humanidad que hasta existían celebraciones especiales para bendecirlas. Hoy celebramos la fiesta de la Candelaria, que si bien homenajea la presentación de Jesús en el templo, también en algunos sitios acontece la procesión de las candelas y se bendicen las velas que auxiliarán a los muertos.

La raíz tribal de ciertas festividades del judaísmo y el cristianismo aparece como una impronta desleída. En ciertas parroquias agrarias, hoy bendicen las semillas que comenzarán a sembrarse próximamente.

Para Jorge Ibargüengoitia, irónico escritor y aparte ingeniero agrónomo, dicha precaución no era por demás. En un texto suyo sostiene que en climas fríos se espera con temor la última helada del invierno, la cual por lo general ocurre el 19 de marzo, día de San José.

Para los campesinos que él trató, el fenómeno debe suceder ese día específico o convertirse en un simple nublado providencial. En ese último caso, la cosecha se salva y es cuando San José hace el milagro de sólo mandar lluvias o nublados.

Luego hay que esperar a que San Antonio mande el agua temprana el 13 de junio y después San Juan cumpla con su ancestral misión del 24 de junio. Este acontecimiento se da seis meses exactos antes del nacimiento de Cristo: Juan vino a preparar el camino y a bautizar por agua antes que Jesús de Nazaret.

No hay que descuidar tampoco a San Miguel, patrono de Culiacán por cierto, quien el 29 de septiembre tiene la misión de evitar la primera helada del año, la cual puede tener efectos desastrosos para el maíz.

Ante toda esta danza cósmica, atmosférica y piadosa, era natural que el día de la Candelaria irradiase un poderoso fulgor de esperanza e inicio de un ciclo solar y humano. La figura del Niño Jesús, atesorada en muchos hogares, se viste de un simbolismo que la agricultura hidropónica olvida.

Quizás es el momento en que el año comienza verdaderamente para muchos. Hoy se sacan del almácigo las plantas del tomate, la sandía y el melón para colocarse en surcos repletos de agua rodada. También es la fecha para realizar la poda.

La fiesta se da en Aguacaliente de Gárate - aquí cerca de Mazatlán- y en las Islas Canarias, España. Tlacotalpan, Veracruz, hace lo propio: su Virgen de la Candelaria llegó ahí durante el naufragio de un grupo de marinos canarios. Allá un grupo de queridos amigos seguramente deben de darle en estos momentos al corazón su fiesta y su parte.

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Fiesta de velas, celebración de candelas, agricultores o urbanícolas, ateos o creyentes, recordemos la Candelaria y el milagro de amanecer vivos y con luz esta mañana.

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