lunes, 16 de febrero de 2009

Aquellos carnavales





Viene el carnaval, la alharaca de la chaquira y la lentejuela vueltas huracán, los vientos que vuelan toldos en Olas Altas y llenan los miradas de caminantes con partículas de arena, confeti y algo más.


De los tantos lugares comunes que arrastra nuestra fiesta (“El tiempo en Mazatlán se mide por carnavales”, “Los políticos hicieron su carnavalito X año”, “Fulanita fue reina hace cuarenta años y todavía anda con la corona puesta”, etc.) quisiera demorarme en un aspecto casi nunca analizado por nuestros filósofos de la Plazuela Machado: el carnaval que ya no es como antes.

En realidad, la mayoría de los que enarbolan esa frase olvidan que la diferencia es otra. El carnaval, en líneas generales es el mismo y en ciertas ediciones sumamente mejorado. Los que ya no son como antes son quienes han dicho esa frase y prefieren echarle la culpa a dicha entelequia, antes de diagnosticarse ellos mismos y su estado de ánimo.

Comencé a caer en cuenta de eso cuando vi una encuesta aquí en NOROESTE hace años. En el coro de comentarios, un señor decía que no le gustaba el carnaval de ese momento, pero razonaba que era porque buena parte de la fiesta la disfrutaba más la gente joven y los niños.

Claro que los adultos mayores tienen diversas maneras de integrarse a la bullaranga, y no necesariamente en la contemplación del desfile. También existe gente en la treintena, llena de compromisos y de dramas, a la que no le late irse al malecón a celebrar.

Otro detalle consiste en que el carnaval ya no es lo que fue porque la sociedad ha cambiado. Desde los tiempos de Babilonia – donde se elegía por un día a un vagabundo para que fuera gobernante por un corto tiempo, así como le tocó a Sancho Panza en un pasaje del Quijote- la fiesta suprema es aquella donde el orden social es modificado totalmente.

Ese era el chiste de todo. Desfiles, bailongos y escandalitos surgían a partir de esa movilidad social. Cuando las monarquías fueron intocables, cuando los reyes se consideraban beneficiarios del poder divino, sólo en ese tiempo se permitía la entronización de un soberano, de profunda raigambre popular, aunque esto se suscitase sólo durante la realización de la mojiganga.

En un periodo que las clases sociales mostraban divisiones más marcadas, el encuentro de uno y otro bando era posible durante los días de pachanga que anticipaban la llegada de la Cuaresma. Y la Cuaresma era vigilada y observada por el grueso de la población con el rigor de una ceremonia luctuosa.

Además, Mazatlán era más chico y la gente accedía a menos diversiones. En una ciudad del tamaño de Villa Unión era inevitable que los sucesos de estas actividades afectasen la vida cotidiana y la economía, así como los temas de conversación de una sociedad carente de tele, radio, y a veces hasta de educación.

No hay futuro en pasarse añorando los carnavales de ayer. Es mejor vivir cada uno a su manera. Pero tampoco eso debe impedir que la fiesta, nuestra más auténtica tradición, se desnaturalice poco a poco, sin que nos demos cuenta y que nadie rinda cuentas.

Todo debe cambiar para bien. En el pasado, los reyes no eran coronados porque ya eran reyes que venían de lugares remotos. De hecho, parte del mitote era ir a recibirlos en el muelle o en la estación de ferrocarril, a donde llegaban luego de haber pasado la noche en un rancho.

¿Qué sigue ahora? La siguiente generación tendrá la palabra. El cetro, la estafeta y la inspiración aguardan para mantener viva la fiesta que a todos nos reúne.

1 comentario:

  1. Tu artículo deja varios temas pendientes como son el de la fiesta del pueblo, convertido en hueso en manos del gobierno municipal; el del cascarón, suprimido por Higuera y la lista se agranda lo suficiente para otro artículo.

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