lunes, 18 de agosto de 2008

Mark Twain

El Octavo Día

MARCA DOS

La infancia es terreno recuperado al que siempre podemos volver. Quien deja a sus hijos una infancia luminosa, les entrega un paraíso para toda la vida: no hay mejor herencia que ese tesoro.
Los libros que leemos de niño también nos acompañan en este viaje. Para mí, la novela que marcó esos días es “Tom Sawyer”, genial creación de Mark Twain, donde evoca su infancia en el Mississippi.
Muchos escritores prefieren mencionar a Huckleberry Finn, su otra obra maestra. Es una propuesta más variada, con elementos más modernos y fundamentada en el vagabundeo. Hemingway, Faulkner y Borges la mencionaban seguido.
Yo prefiero Tom Sawyer. Ni modo. Algo en mi se identificó tempranamente con ese libro. Certos pasajes los releo e imagino con escenas que ocurren el barrio de mis abuelos, allá en el centro, y los momentos campestres los ubico en Copala.
Incluso repasé varias veces la trama con esa adaptación mexicana, transmitida cuatro veces al año por el canal 2: “Las aventuras de Juliancito”… A fuerza de repetirnos esas películas, junto con las de Pily y Mily, Marisol o Nino del Arco, Televisa quería que fuéramos idénticos a los ciudadanos de la España franquista.
Twain tiene algo más que su divertida obra de ficción. Fue de los primeros escritores en América que asumieron un papel comprometido con la verdad, ya que él se había formado primeramente en el periodismo.
“El nuestro es un oficio útil, una digna vocación. Con toda su frivolidad tiene un propósito serio, un objetivo, una especialidad y le es constante: burlarse de los farsantes, denunciar las falsedades pretenciosas, reírse de las estúpidas supersticiones hasta que desaparezcan”
Con esa frase, Mark Twain englobaba las obligaciones principales del periodista y del escritor: labores que volvió una sola, a través de un apostolado ejercido con el único compromiso de decir la verdad a través del arte.
“Quien por instinto libra esa guerra es el enemigo natural de las realezas, las aristocracias, los privilegios y demás estafas semejantes, así como el amigo natural de los derechos y las libertades humanas”, concluye.
Hoy en día recordamos más a Twain por Tom Sawyer o “El príncipe y el mendigo”. Olvidamos que fue un líder de opinión y su voz era la conciencia viva del norteamericano promedio de su época.
Incluso iba más allá. La misión de un escritor y un periodista es la de ser un visionario y tratar de ir más adelante del consenso. Apenas estamos recapitulando las atrocidades que cometió el rey Leopoldo de Bélgica, a quien en México sólo tenemos ubicado como “El papá de Carlota”.
Twain señaló en aquel tiempo los crímenes realizados por la corona belga en el Congo, además de la desmedida explotación a los naturales de África. Lamentablemente, ningún diario de Estados Unidos quiso publicar sus comentarios por temor a provocar una guerra.
Era un estilista perfecto en el manejo de la prosa. Buscaba siempre el término preciso al escribir en letra impresa. Para él, la diferencia entre una palabra correcta y la casi correcta, era la misma que existe entre el relámpago y una luciérnaga.
Samuel Clemens, su nombre real, eligió el seudónimo de Mark Twain al referirse a un viejo término de navegación fluvial, pronunciado en inglés arcaico. Cuando la sonda de los buques del Mississippi marca una profundidad de cuatro brazas, la nave podía viajar sin riesgo. Al llegar a la marca número dos (“mark twain”) era cuando comenzaba el peligro y había que andarse con precaución.
Así definía Twain su misión. Al filo de la navaja, en esa línea casi invisible que separa lo verdadero y lo importante del resto de las cosas de la vida.

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