martes, 19 de agosto de 2008

En Chino




Lo más terrible de las Olimpiadas es que revelan, más que nunca, las limitaciones de nuestras televisoras.
Por más que presuman sus avances técnicos, sus alardes de sincronía y enlace, además de dominar el conocimiento de lo que ocurre aquí y en China, la creatividad de nuestros comunicadores continúa en los años setenta.
Hay cosas de las Olimpiadas que no deberían ser narradas ni por los comentaristas deportivos o aquellos que sienten fascinación por la política como extensión de la nota roja.
Aspectos culturales, como la ceremonia de inauguración, ameritarían ser descritas de un modo y un tono distintos al de un escandaloso partido de futbol soccer.
¿De que sirve que los chinos reproduzcan una atmósfera onírica, perfumada de silencios dramáticos, si los comentaristas no se callan la boca entre cada eco musical?
¿Para que esos despliegues de percusiones, cantos sincopados y coreos rítmicos si nuestros narradores prefieren extenderse en chistes malos o leer, sin ningún cambio o matización, la información que les han inoculado con el kit de prensa?
No necesariamente todos los enviados deberían de opinar aquellas cosas que nosotros mismos estamos viendo en pantalla… esos ejercicios de obviedad ya ni se dan en los programas infantiles, pero aquí prosiguen en cadena nacional.
La televisión francesa realiza producciones con voces educadas, donde a diferencia de nosotros y los gringos, los narradores saben utilizar los recursos dramáticos y estéticos del silencio.
Y eso desde hace décadas… recordemos los documentales de Jacques Cousteau que recreaban con maravilla el mundo del silencio.
Qué lejos estamos de hombres cultos como Fernando Marcos, Paco Malgesto o Pepe Alameda, para mencionar a solo tres voces de la vieja escuela deportiva que, además de conocedores de su campo, mantenían un vocabulario variado y un conocimiento cultural bastante amplio.
El propio Alameda, quien apareció en su momento en el canal local hablando de toros, fue un gran poeta secreto y propietario de un discurso verbal irrepetible, según cuentan algunos escritores reconocidos que compartieron con él su peña y su tertulia.
Tampoco se trata de que envíen a Monsiváis, la versión moderna de Juan José Arreola, en calidad de santo cívico y guardián del buen gusto televisivo. Cada cosa en su sitio. Monsiváis está muy bien en su Museo del Estanquillo.
Mandar comediantes a recorrer las calles de un país extranjero, haciendo desfiguros y jugando con la ventaja de desconocer el idioma, como que ya es un recurso demasiado manido. Esa pobre gente de la que hacen mofa en su cara, así como a no pocos de sus sitios sagrados, merecen un poco de respeto.
Recuerdo cuando en Italia 90 Fernando Schwartz anunciaba que Florencia era una hermosa ciudad colonial, cosa totalmente imposible, ya que los españoles – ni nadie en la historia – ha colonizado esa noble república toscana.
Colonial no es sinónimo de antiguo. Fuera del DF, no todo es Guanajuato.
Por algo el escritor Daniel Sada exigió hace años que los comentaristas deportivos de televisión deberían de leerse, cuando menos una vez en su vida y antes de agarrar el micrófono, una traducción decente de La Divina Comedia.
Pero bueno, ojalá que cuando la Olimpiada se haga en Monterrey, nuestra televisión alcance un nivel decoroso, que no solo esté desprovisto de lugares comunes, frases repetitivas y humor localista, sino que, además de informarnos con calidad, sea capaz de entregarnos un producto noble y digno de presumirse en el extranjero.
Y eso, ahora si que está en chino. O mejor dicho, en mandarín.

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