domingo, 7 de junio de 2009

Camus: intelectualidad y política









Uno de los escritores que más admiro fue también uno de los más discretos y extraños. Extraño por que su vida fue peculiar y a su manera tranquila.



Hablo de Albert Camus, autor de “El extranjero” y “La peste”, donde narra una epidemia en la ciudad de Orán, en África. Por motivos evidentes, hoy esta novela está siendo releída con verdadero interés en buena parte del mundo. El mal que narra Camus cobra vigencia.


No sólo denuncia el problema de la salud. También el de la ignorancia como madre de los vicios y el fanatismo en su forma de soberbia social. “La peste” es vista por algunos como una metáfora de los avances del nazismo en Europa y el mundo.


Acudo a él porque, si bien es reconocido por su postura existencialista, hay dos renglones fundamentales en los que se mantuvo firme y que hoy en México, de cara a las elecciones, están en la mesa de discusión: su firme negativa a aceptar la pena de muerte y la necesidad de que intelectuales y artistas no se plieguen a los movimientos políticos sin discutir antes sus contradicciones.


Merecedor del Nobel en 1957, Camus fue contemporáneo de otros intelectuales franceses que movieron y conmovieron el siglo XX, André Malraux y Jean Paul Sartre, ejemplos para muchos sobre el papel del intelectual en la política. Estos dos últimos fueron marxistas comprometidos. Sartre apoyó al feminismo y a Fidel Castro; Malraux, como ministro de cultura de Charles De Gaulle, realizó actos memorables. Gracias a él se le devolvieron a México las banderas perdidas durante la Intervención Francesa de 1862.


Albert Camus alzó su voz pero tuvo un papel más discreto. Además era más entrañable. Entre los escritores circula una trivia: ¿en que se parecen Camus, Vladimir Nabokov y Juan Pablo II? La respuesta es que los tres fueron porteros de talento en ligas juveniles europeas.


La historia de Camus es tierna. Tuvo una infancia solar en el norte de África y jugaba de portero porque su abuela le prohibía desgastarse los zapatos. Mario Vargas Llosa se lo encontró muy joven en Paris, en la entrada de un teatro, y le preguntó en su mal francés si en efecto era Camus en persona, a lo cual éste le respondió en perfecto español y con un acento de ninguna parte, ya que su mamá era española de Orán.


La pobreza nunca le faltó, especialmente en su primera época de escritor. De ese tiempo dice que “saber permanecer sólo en París, durante un año, en una habitación miserable, enseña más al hombre que cien salones literarios y cuarenta años de experiencia de la vida parisina. Es algo duro, espantoso, a veces atormentador y siempre lindando con la locura, pero en esa vecindad la calidad de un hombre debe templarse y afirmarse – o perecer. Y si perece, en porque no era lo suficientemente fuerte para vivir


Albert Camus varias veces criticó a Sartre y Malraux que se plegaran demasiado a los dogmas del socialismo y la militancia partidaria. Decía que se habían subido al comunismo como quien se sube a un asiento y va hacia donde el movimiento se dirige sin chistar. Si el comunismo iba a la gloria se iban juntos, pero si se marchaba a la dictadura y la corrupción, nadie decía nada para no darle argumentos a los enemigos capitalistas.


También criticó el cristianismo y a la derecha. En resumidas cuentas, rechazó con gran inteligencia los defectos de aquellas ideologías que alejaban al hombre de lo esencialmente humano.


Al momento de su temprana muerte, él y Sartre estaban distanciados, pero él pidió decir unas palabras en su sepelio y concluyó con una frase sincera: “Estábamos peleados al momento de su muerte, pero estar peleados es otra manera de estar juntos”. Las cosas entre los grandes hombres nunca son sencillas.


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