Algo me suscita el cine moderno reciente. Ya no me convencen algunas secuencias de ciertas producciones. Quiero pensar que la culpa es mía y que soy el único que aún no se acostumbra a los bizarros efectos por computadora y a la rauda estética del videoclip, aplicada hoy al Séptimo Arte.
A pesar de su verosimilitud, los trucos digitales me dejan la sensación de artificialidad, no obstante a que los realizadores se esmeran en realzar y subrayar detalles intrincados, inimaginables para Cecil B. de Mille o Darril S. Zanuck. Acabo de ver “Australia” y no pocas escenas panorámicas me daban la impresión de un lienzo pintado, al modo de la jungla del reciente “King Kong”.
Si es así, prefiero los pinceles a los pixeles. El mar de “Los Diez Mandamientos” fulgura con más brío en mi memoria que el propuesto por la versión nueva de “La aventura del Poseidón”.
“Australia” incluso me pareció falta de imaginativa en su trama. La historia de la mujer blanca que triunfa en un continente bárbaro, dominado por hombres y elementos salvajes, ya fue mejor narrada en “África mía” de Sidney Pollack. Incluso de ahí copiaron la escena donde se le prohíbe entrar al bar y, al final de su odisea, es invitada con todos los honores a tomar una copa.
El viaje de un grupo de valientes jinetes con reses, desafiando páramos y estampidas, fue contado de manera magistral en “Río Rojo”, de Howard Hawks, con el insuperable John Wayne. La escena donde los huérfanos que llegan a una ciudad en guerra la miré con más emoción en “La posada de la Sexta Felicidad”: Ingrid Bergman salva a unos niños chinos de los malvados japoneses con mejor estilo y menos estruendo.
¿Será que el exceso de posibilidades de imagen ha desgastado la técnica del guión? ¿Los productores y editores vuelven el trabajo del director una caricatura de lo que el artista esboza? Con los sueldos de las estrellas es muy difícil jugarse un fiasco de taquilla; de ahí que los inversionistas exigan temas divertidos, familiares, con pocos desnudos, finales con moraleja y culpables siempre con castigo o redención.
Soy autocrítico y me pregunto si esto no será cuestión mía, generacional. Una vez leí a un crítico afirmar, en un libro editado en los cuarenta, que “Lo que el viento se llevó” era una película muy falsa porque, en la famosa escena del incendio de Atlanta, era inevitable que el espectador no imaginase a la cámara en lo alto de un andamio… Ese había sido un ángulo poco común en un tiempo donde la mayoría de las películas parecían teatro filmado.
Hoy vemos secuencias con grúa, steady cam o lentes microscópicos y para nada nos preguntamos donde metieron el artefacto. Nos dejamos llevar por los magos de la edición y el efecto musical, sin cuestionar donde encaramaron al técnico o si usaron maquetas de plastilina, engrudo o manta inglesa corrugada.
En “Troya” vimos más barcos con animación digital que los que realmente participaron en el desembarco de Normandía en 1944. Los últimos episodios de Star Wars me parecieron abigarrados, con tanto desperdicio de naves espaciales, estallando ante relicarios de estrellas y galaxias en espiral.
Me siguen gustando más la sobriedad presente en los primeros episodios, cuando las técnicas de efectos especiales eran más primitivas y Marruecos interpretaba el papel del Planeta Tatooine.
La escena que más me impresionó por su realismo el año pasado fue en “Expiación”, donde vemos la retirada de Dunkerque ante el poderío nazi. Y lo confirmé al repetirla en DVD: había sido filmada en una playa con actores ingleses y cámara móvil. Nada de pantalla azul, prodigios del Mouse o delirios escenográficos. Sólo imágenes reales. El cine es una mentira que debe decir la verdad de un modo que nos convenza. Y también que nos apantalle. Que nos haga olvidar y, al mismo tiempo, soñar la realidad.
Hay que recordar al buen Alfonso Reyes: “No hay cine malo, no existe una película mala, sino gente que no sabe pensar a través del ojo”. Aunque claro, Alfonso Reyes no vivió para ver Una loca película de Esparta. Pero hay que darle crédito a Don Alfonso: cada parpadeo de asombro es una nueva lección, un recordatorio de lo que es la capacidad de asombro. Cuando eso acaba, así sea un imitador de Godard, el cine abruma en pretensiones (¿Carlos Reygadas?) o en el presente caso, en reiteraciones (¿Hollywood?).
ResponderEliminarQue sea una queja generacional no hace menos válida la queja, porque el problema también es generacional. De estilo. Si hoy se volviera a filmar (por tercera vez) el clásico, Psicosis, la famosa escena de la bañera se re-escribiría visualmente con sangre, música de metal progresivo, y cámara lenta en cada golpe que se asesta mientras brota sangre al por mayor. Una explicación pedante sería de parte de los Sociólogos del cine (es decir: críticos frustrados disfrazados de académicos) en que, el Imago, representación de la imaginación, queda plasmado en la cinta de la historia social. Lugar común
que no viene al caso, porque debería haber
un Todo, todo el tiempo y en todos los lugares que nos represente a todos.
La estética del videoclip no es una condena del tiempo sino una consecuencia de la industria. Cuando algo deja dinero, la lógica es seguir la formula hasta que se agote. Lo mismo con el cine. Es la lógica del cine de moda. El cine negro, -o en tendencias literarias- el realismo mágico latinoamericano, murieron de agotamiento, de repetición; como todo lo bueno que es manoseado. La moda hoy es el cine Matrix: la estética hiperrealista, la bala saliendo en cámara lenta en su trayecto al corazón del villano en turno. Basta comparar la versión original y la actualizada de La Profecía. Un estilo diferente no es malo hasta que deja de ser diferente. Cuando se repite vía estándar. Pero no todo es estética, también falta argumento; pero siempre ha faltado, eso no es monopolio de una generación. ¿Cuántas situaciones dramáticas puede haber? Creo que 34 ó 36, según se lea la poética de Aristóteles o un informe actualizado. La originalidad de una historia depende de su narrativa (¿o era al revés?). Las grandes obras también pueden ser nocivas, disolviendo cualquier intento de invención en la inevitable comparación, o peor aún, creando un canon, donde todo lo que sea inferior a Kurosawa es basura. Se habrá perdido la capacidad de asombro.
El joven entusiasta cinéfilo se convierte en crítico intelectual, hombre de catarata
que se refugia en el canon de su época evocando la Nouvelle vague, alabando el cine de autor. Sabe de cine pero ya no le asombra. No ama al cine sino al canon, a su versión de lo que es cine. Hay que reeducar la mirada. Ya no hay géneros puros; ya no es tan fácil distinguir a que públicos se dirige. Que no se quiera explicar el hilo negro del mundo, no la hace inferior a una que sí. Cada película y toda obra –como ya explicó Gabriel Zaid en analogía a los libros- por el hecho de ser popular nos dan excusa a una conversación. ¿Ya se olvidó la polémica que suscitó Batman, El caballero nocturno, por las interpretaciones políticas que se le atribuían? Hasta salió en el Blog de Letras Libres. Es cierto: hay un cine hiperbólico que se desgasta en grandes efectos y grandilocuentes argumentos, pero hay que ser autocríticos: también hay espectadores hiperbólicos, no pendientes de grandes producciones sino de cine de arte, epíteto para designar el cine que representa una fracción de idealidad personal, el canon.
Hay que mirar más allá. ¿Si Alfonso Reyes hubiese conocido Una loca película de Esparta sostendría su opinión? Incluso en las fofas conversaciones se ocupa hablar un mismo nivel. Incluso el iris debe acostumbrarse a dialogar a distintos niveles. Por amor al cine. No hay cine malo, no existe una película mala, sino gente que no sabe pensar a través del ojo.
Fijate que coincido contigo en varias cosas. Y estoy muy agradecido con un gran amigo de la familia, Felipe Gutierrez, que cuando yo estaba en prepa y ya andaba de cinéfilo, me dio un sano consejo, luego de una charla en la que hablamos de Kurosawa, Bergman y demás archipiélagos de genialidades: "no te compliques la vida, goza el cine tal como es. Si ves puras películas de Kubrick o de los europeos al final nada te va a gustar".
ResponderEliminarY sí, desde esa época deje de clavarme en el tipo de encuadres y demás proezas técnicas para mejor dejarme llevar por la magia. Claro que sigo con el ojo crítico, reflexionando y mentalizando los laberintos del Séptimo Arte, pero en aquel momento estuve a punto de dejar de ver las películas de Spielberg, a quien los críticos de entonces se lo acababan por ser demasiado chabacano... Me río y me preocupo de solo pensarlo.
Por cierto, "Psicosis" en su momento fue también famosa por un detalle extraño: es el debut de el excusado en el cine. No hay ninguna película antes de "Psicosis" en la que se vea la taza del baño. Los cineastas consideraban poner en pantalla este mueble tan indispensable para la vida diaria.
Gracias por tu comentario: es bastante iluminador.
Juan José