domingo, 13 de diciembre de 2009

La música de la fiesta





De todos los que hemos escrito alguna vez sobre el cine, poco escribimos sobre esa música mexicana a la que suelen acudir los gringos en sus películas de vaqueros.

A muchos espectadores nos hace reír – o nos molesta – que pongan mujeres con peinetas y castañuelas arriba de una mesa… O que entonen “Cielito Lindo” a ritmo de flamenco, canción que a fin de cuentas es española. (En ningún lugar de México hay una Sierra Morena; en cambio se menciona varias veces en la ópera “Carmen” y los poemas de Federico García Lorca).

Vemos películas donde el mexicano aparece ocasionalmente y le endilgan un jarabe o un sonido de violincitos y trompetas al ritmo de cualquier son jalisquillo.

Sin embargo, no todo es folklore trasnochado o recuerdos de una corrida de Toros en Tijuana. Hay películas donde la música de la fiesta aparece con mayor dignidad, no sólo musicalmente hablando, si no que irrumpe como un toque de humor o coro griego que recuerda a los personajes – y al espectador de paso – el misterio de la vida.

Acabo de volver a mirar “El tesoro de la Sierra Madre”, la cual si está ubicada en México, y que es una auténtica creación conjunta de B. Traven, John Huston y Humphrey Bogart. La toma donde Curtin confiesa que desea comprarse un campo de duraznos porque de niño vivió en uno en California, es acotada con música mexicana, la cual aparece de nueva cuenta al final, cuando el oro es llevado por el viento y el viejo Howard, carcajeándose como sólo sabía hacerlo Walter Houston, le dice que se vaya a Texas a consolar a la viuda de su amigo, aprovechando que ya viene el tiempo de la cosecha.

En “The Wild Bunch” (Pandilla Salvaje) el grupo de bandidos gringos es recibido con algarabía en un pueblo mexicano y al despedirse cantan a coro Las Golondrinas. El Indio Fernández, encarnando un general huertista cuyo asistente es el joven Alfonso Arau, arma una fiesta donde “El son de la madrugada” resuena discreto mientras los cowboys se bañan en unas barricas de tequila… Al final todos acaban muertos, menos el mexicano que se lleva las cajas de parque para su pueblo rebelde.

La secuencia donde el Indio Fernández, entre balas y cañonazos, le mienta la madre a los villistas antes de subirse al tren militar, es de oro molido. Otro director mexicano que por ahí anda es Chano Urueta, interpretando a uno de los viejos campesinos del pueblo rulfiano

Quizá el compositor de más lujo que acometió melodías incidentales en un western fue el francés Maurice Jarré, en “The professionals” con Lee Marvin, Jack Palance y Claudia Cardinale. La escena donde todos los bandoleros mexicanos se están emborrachando, mientras los güeros colocan la dinamita, posee una melodía muy grácil, con guitarras, salterios y marimbas, digna de nuestros mejores huapangos populares.

Maurice Jarré es el mismo de “Dr. Zhivago” y “Lawrence de Arabia”. También musicalizó “Un paseo por las nubes”, pero la falsa serenata mexicana es del cubano Leo Brouwer.

Otra de mis favoritas es “El secreto de milagro”, dirigida por Robert Redford, en donde un vals resuena a cada momento, a veces entorpecido con un bandoneón argentino que nada tiene que hacer ahí... La escena final, donde Carlos Riquelme va a la fiesta acompañado por La Muerte, es de una plasticidad melódica que sólo el cine y la memoria permiten apreciar al mismo tiempo.

Los verdaderos historiadores del Oeste dicen que en ese mundo abundaban mexicanos y apaches en indumentaria de cowboy, incluso mestizos de ambas ramas, nada más que en el cine no aparecen tantos como deberían. De hecho, afirman que nadie podía andar en la calle con el arma a la vista sin que fuera detenido de inmediato por el Sheriff.

De ahí que no es raro que nuestras melodías flotasen ahí, no solo como telón de fondo, sino también como un espíritu omnipresente. Donde había verdadera fiesta, ahí siempre estaba nuestra música. Y también estaban la acción y la celebración del triunfo de la alegría por encima de la muerte.

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