domingo, 6 de diciembre de 2009
Dar, recibir y revisar.
Estamos en ese tiempo. Hay quienes practican más un verbo que el otro; algunos esperan que el prójimo o los familiares conjuguen ante ellos únicamente el primero.
Por diciembre, en la casa de usted, aumenta la legión de personas que acuden a pedir para regresar a sus hogares o por simple motivo de la fecha. Algunos tiene una autoestima tan alta que solicitan un aguinaldo sin necesidad de que los conozcamos.
Con gusto le damos su aguinaldo al amable señor que nos trae agua embotellada desde El Habal o a los trabajadores de Aseo y Limpia, que por lo general son eficientes y no dejan basura al paso de su camión recolector. Tampoco traen un chamaco al frente golpeteando a un cencerro y a nuestros oídos.
Ya deben de estar circulando esos papelitos con una versificación para invitarnos a darles un generoso óbolo, que por extraña razón, vienen con una figura de un gallito como el de las barajas de lotería. ¿Será una referencia al gallo de la pasión, a quien los tacaños no acostumbran darle agua ni siquiera en la Semana Santa?
No sé si tengo cara de buena gente o de ingenuo. Mis amigos de la secundaria tenían otra teoría, pero siempre los pedigüeños se dirigen primero a mí, situación que me asalta desde entonces los 365 días del año.
A veces, estoy en una mesa en un lugar público o en una fila y el solicitante se concentra en mí persona, discriminando al resto de los clientes. Suelo preguntarles, ¿y por qué de toda esa gente que está aquí vino comigo? A ver, explíqueme que fue lo que me vio, siempre he querido saberlo y nunca he recibido respuesta satisfactoria...
Como soy una persona que conoce la calle, a la hora de apoyar al que pide le paso el scanner. A los niños de plano no hay que darles, porque a veces son enviados por padres que se niegan a darles escuela y está comprobado que los enseñamos a ser dependientes, a vivir de los demás y, al llegar a la adolescencia y perder la gracia, aprenden mejores métodos para obtener aquello que, por muchos años, se siente dignos de merecer sin esfuerzo.
Por fortuna, con las leyes municipales, nadie puede andar pidiendo en la calle para una institución si no está registrado. Los que solicitan en los cruceros son auténticos. Pero si toca a su casa alguien a media tarde, pidiendo apoyo para un albergue X, hablando en un tono similar al de los vendedores callejeros, medite bien su contribución.
A veces concedo ayuda a quienes piden a la puerta, pero por lo general evito hacerlo con quienes acuden ya casi de noche y mochila al hombro.
Hay gente que solicita tranquilamente para el camión… sin estar en la parada del camión o cerca de una ruta. Por culpa de ellos, los que pueden dar se hacen de la vista gorda después.
No digo que no practiquemos la caridad ocasional; pero analicemos a quien beneficiamos. La diferencia no está solo en el refrán y el acento: mendigo es el que pide, méndigo el que no da. Pero no todos los que nos piden ayuda son mendigos. Existen instituciones nobles, organismos desinteresados y personas que cumplen una misión y lo merecen.
Apoyemos directamente a las instituciones, en eventos como Un día para ayudar, actividades de clubes de servicio, el DIF municipal o el Ejército de Salvación. A quien sepa canalizarlo. Hay un refrán siciliano que dice "Dale un caballo a un mendigo y llegará arriba de él directo al infierno".
Haz el bien y no mires a quien, reza el adagio. Pero en estos tiempos, hay que tener la responsabilidad de saber como y con quien se comparten los dones del trabajo. Regalemos medicamentos a los enfermos, pero no le de dinero a quien tiene una receta enmicada con fecha del 2007. La caridad no debe tener fecha de caducidad: tampoco el buen criterio para ejercerla.
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