martes, 6 de octubre de 2009

El imperio de los sinsentido






Vivimos el imperio del ruido. Hemos vuelto a ser trogloditas. Usted puede ir a muchos cafés o bares de Mazatlán y su rato de esparcimiento, solaz o relajación, puede verse de súbito cancelado por la estruendosa música que ponen algunos meseros, verdaderos dueños, amos y señores del negocio.

Esta dependencia a los estímulos auditivos extremos ya debe de acabarse. Si usted le pide al mesero que quite o le baje un poco al sonido, él se va a ofender, diciendo que la música es para los clientes... Aunque usted y sus acompañantes sean los únicos consumidores, dicho empleado -cuya principal obligación es atenderle- a partir de ese momento hará todo a regañadientes.

Me asusta la ingenuidad de ciertos meseros –no todos, por supuesto - de pensar que, teniendo música de banda a todo volumen, la gente entrará en aglomeraciones al sitio. De por si, algunos atienden con desgano si uno se le ocurre ir a consumir a la hora en que ellos están descansando, acaban de llegar o simplemente se encuentran concentrados en galantear a la cajera o una clienta solitaria.

La semana pasada fuimos a un bar clásico de un famoso hotel de la ciudad. Entiendo que a la raza le gusten las cumbias picaronas con chistes de doble sentido, pero no es el escenario ideal para un grupo de parejas que han decidido encontrarse para conversar y consumir. Si ya no tienen música de piano grabado, de perdida que nos pongan tríos o las grabaciones clásicas de don Cruz Lizárraga, Ramón López Alvarado o Luis Pérez Meza.

Claro que no estoy contra nuestra banda. Pero hay que saber elegir. Si estamos un grupo de treintañeros reunidos, es justo que no nos endilguen reguetón o Daddy Yankee. Acaban de remasterizar a la Beatles, ¿no se han enterado?

El problema no es sólo en donde sirven bebidas y alimentos preparados. Hay centros comerciales de cadena en las que a veces nos ponen cada mamarrachada. La música de supermercado también se está extinguiendo. Hemos perdido a Paul Mauriat, Yanni o Vangelis, que antaño fueron los ambientalistas oficiales del departamento de Blancos, Frutas y Verduras o Salchichonería y Lácteos.

La canción de Diana Reyes, “La Socia”, tiene una ironía que no me desagrada, pero una vez, mientras compraba manzanas, alguien puso en el sonido ambiental una canción con el mismo tema, pero de letra más soez y con una voz que no se compara con lo bien modulada de la Sra. Reyes. Incluso el gracioso empleado le subió el volumen. ¿De donde son esos cantantes? ¿Son de una loma? ¿Vocalizan en el llano?

Ahora lo “in” es el concepto “lounge”: que la gente llegue a relajarse, tomarse el café o la copa en un ambiente sereno. Eso le gusta lo mismo al turismo nacional que a los extranjeros. Para otro tipo de ambiente existe el concepto del Lienzo Charro.

Pensar que Mazatlán tuvo una gran tradición de pianistas y organistas qué, por si mismos, mantenían vivos los negocios y esparcían un sonido refinado. El señor Salvador López Sánchez tenía hasta un programa de radio en la RJ, a pleno mediodía, llamado “Recordar es volver a vivir: vivamos recordando”. ¿Se acuerda usted de él?

No olvidemos a Chava Núñez, Tico Andrade, el señor Oropeza y Tony Álvarez, quien vivía en el segundo piso de la casa de Carla y, todos los días, a las ocho de la mañana, tocaba la melodía de “The Entertainer”… más conocida como el tema musical de la película “El Golpe”.

García Márquez -actualmente en revision- decía que su máximo deseo era ser un pianista de un bar, para estar tocando su música mientras las parejas alrededor de él pudiesen enamorarse. ¿No sería bueno lograr que, con un buen servicio, los turistas volvieran a enamorarse de Mazatlán? La verdad nos urge a todos.

2 comentarios:

  1. Siempre había admirado sus escritos, pero este último que texto tan malo.

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  2. hey brodie, lo ultimo fue lo que mas me gusto

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