domingo, 11 de octubre de 2009

El Arpa y la Sombra





Don Alejo Carpentier –brillante escritor cubano, de prosa barroquísima y sabor tropical – hizo en sus últimos años una divertida novela en la que narra uno de los sucesos olvidados de principios del siglo XX: la propuesta de volver santo de la Iglesia Católica a Cristóbal Colón.


Sí: existía la firme intención de hacerlo, ya que se decía que su gran milagro era haberle llevado la cristiandad a media parte del mundo. La propuesta no prosperó por varios motivos, entre ellos que el Signore Colombo nunca tuvo una vida pía, dejó hijos naturales sin protección ni reconocimiento, además de jamás haber realizado el menor milagro sobrenatural.

Fue una propuesta surgida porque, a pesar de las grandes obras evangelizadoras, en el continente americano, éste podía presumir muy pocos santos. México durante décadas solo tuvo a San Felipe de Jesús, mientras que en Suramérica estaban San Martín de Porres y Santa Rosa de Lima, entre los más conocidos.

Históricamente, había dos motivos para esa situación: uno fue que la candidaturas de santidad ya entonces eran más revisadas y exigían mayor tiempo que en la Edad Media.


Difícilmente alguien que iniciaba una causa la veía concluida. Los tribunales del Vaticano son muy exigentes e incluso tienen una lipsonoteca, nombre que se la da al sitio donde se guardan restos o fragmentos de osamentas de santos. Es un requisito contar con una evidencia física de su cuerpo.

El otro es porque la iglesia estaba preocupada por un continente donde, durante un mismo siglo, se ejecutó a un príncipe europeo y varios sacerdotes (Hidalgo, Morelos, Matías Delgado en Centroamérica) se alzaron en armas contra los poder reales.

En la novela, vemos a modo jocoso el juicio de Colón, donde el Abogado del Diablo (así se le llama al sacerdote que objeta la causa de algún candidato a los altares), luego de descalificar al gran almirante enumera la alta cantidad de mártires americanos, especialmente en Zacatecas, mencionada con varios candidatos.

Sinaloa desde hace años tiene un candidato, aunque don Alejo no lo menciona en su libro: Hernando de Tovar, quien fue torturado por los indígenas tepehuanes y de quien se conserva la tapa de su cráneo, el cual fue usado como vasija por sus verdugos. Hernando de Tovar nació en Culiacán y era hijo de doña Isabel de Tovar, quien inspiro el primer poema hecho en México: “Grandeza Mexicana”.

Como es nuestra obligación ser sincero, debo advertir al lector que la novela es de una lectura un poco difícil, de inicio lento y lenguaje lleno de cultismos, aunque al final la situación se desenvuelve más ágil y el juego de Carpentier con la historia arranca la carcajada por su desenfado.

Cada año se dan las manifestaciones de grupos indígenas e indigenistas en el monumento de Colón con un acto de repudio a su acción. Por el lado de los castellanistas, están las réplicas de que, de no ser por la Corona Española, nuestro destino hubiese sido otro.

Está comprobado que a Colón se le mandó poner cadenas cuando intentó esclavizar a los indígenas sin permiso, ya que ante la falta de hallazgos de oro en los primeros tiempos del descubrimiento, intentó compensarlo con mano de obra barata.

Si usted le reclama a un español con la frase de que “sus antepasados nos esclavizaron” él responderá con un discurso que ya tiene listo: “No señor, mis antepasados se quedaron en España y por eso nací allá. Los de USTED son los que esclavizaron a su pueblo”.

Vale la pena reflexionar siempre ambas caras de la moneda al llegar esta fecha. El encuentro de dos culturas y el encuentro de dos barbaries que, muchas veces, fueron una sola y aun siguen haciéndose la misma eterna pregunta.

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