Estamos en temporada de vampiros. Flotan en el aire previo a las festividades de noviembre, la novedad de Crepúsculo y los recientes sucesos de la política nacional. Hay una Transilvania del espíritu que emerge de diferentes maneras en el ánimo.
Por el lado de las leyendas, la palabra Transilvania en mi niñez me despertaba un desasosiego peculiar. Saber que existía una región del mundo, catalogada como hábitat natural para los vampiros, irradiaba en mí las más diversas elucubraciones. Y como los vampiros no eran reales, la conclusión natural fue que ese país no existía, así como la Tierra Media de “Lord of the rings”.
Una vez leí que Jules Verne tenía un mapa inmenso en su oficina (¡usaba una oficina para hacer sus novelas!) donde trazaba las rutas de sus personajes a lo largo del globo terráqueo, entonces no del todo descubierto. La idea era buena y un día me puse a buscar en un atlas en que lugar del mundo estaba Transilvania. Por supuesto que no la encontré, confirmando así mi suposición. Quizás era un sueño o una pesadilla colectiva.
Transilvania aparecía lo mismo en Plaza Sésamo, Scobbie Doo, La Pantera Rosa o las películas del Santo, que en mis tiempos aún podían verse en el cine. Pero en los mapas no había rastros de ese bizarro país donde la presencia del ajo es un insulto social.
Hasta que un día tuve en mis manos un diccionario bien hecho - nada de esos que uno busca la palabra “Letrada” y te responden con que “Dícese de la esposa del letrado”, como fue el caso de la Real Academia… Descubro que Transilvania es una región de Rumania, un país que nunca apareció en las noticias por años, salvo cuando Nadia Comaneci ganó sus premios y, diez años después, al ser destronado Nikolai Ceausescu, dictador y vampiro mayor de esta cultura salpicada por el mar Negro.
Leí de adolescente “El hombre hueco”, clásica novela de John Dickson Clark, cuya escena cumbre acontecía en Transilvania, nada más que en este caso también era parte de Hungría. Bueno, no podía imaginar que Europa central tenía varios “países ferry”, que un tiempo fueron reinos independientes, luego Imperio Austriaco, al rato Alemania, y al final parte de Yugoslavia o del bloque soviético, sin moverse de su espacio, yendo de Oriente a Occidente con la gente dentro de sus aldeas. Eso si que fue sobrenatural.
Una vez imaginé una historia de suspenso que ocurriera en Transilvania. Siguiendo el ejemplo, me fui al diccionario y al mapa. Los nombres de las ciudades eran rarísimos, por no decir feos: Sibiu, Brasov, Cluj, Timiosara… sólo Bucarest sonaba normal. De la Segunda Guerra Mundial solo se registraba que tuvo el dictador pronazi Antonescu y ya era todo, salvo que luego el país se alineó al Pacto de Varsovia… Con tan poquita información ni siquiera podía escribirse un cuento de hadas, concluí. Transilvania continuaba inaprensible.
Hoy la Internet y los nuevos canales nos permiten, de vez en cuando, darnos una asomada a esos mundos perdidos. Sí, Transilvania fue arrasada por la dictadura de Ceaucescu: decenas de aldeas medievales fueron destruidas para darle paso a la modernidad, especialmente las de origen húngaro, para homogeneizar la cultura y la población. Típica propuesta de un déspota inseguro de su propio pueblo.
Aquí vivió Vlad Tepes, el empalador, y el irlandés Bram Stoker ambientó su infaltable Drácula. No hay mucha literatura sobre esta comarca, pero ha sido suficiente para darle un sitio en las pesadillas y evocaciones de todo el orbe.
Transilvania significa “Más allá del bosque”. En húngaro tiene el poético nombre de Erdély. ¿No es significativa la diferencia que pueden hacer unas pocas palabras
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