miércoles, 1 de julio de 2009

Onetti o la melancolia





Publicado en DIA SIETE con motivo del centenario
de don Juan Carlos Onetti.


Nunca hay que confundir la tristeza o a la melancolía con la depresión, al menos en los fugaces términos que rigen la literatura y sus vidas. La melancolía como ser viviente provisto de sistema anatómico propio ha sido una preocupación desde la baja Edad Media hasta las airadas discusiones de los existencialistas. Pero Juan Carlos Onetti no es un tratadista o alguien que asumiera dicho estado del ser tan sólo como una temática: detrás de sus ojos tristes, disminuidos por unas gruesas gafas y el peso deshojado de enigmáticos recuerdos, Onetti fue y es la melancolía en persona.

Pocos autores de la literatura en lengua española asumieron ese compromiso con valor tan suicida como el narrador uruguayo. Hoy ya es común que leamos novelas de temática desconsolada y participemos del arte que recrea una posición de alta sensibilidad – incluso los jóvenes se agrupan en tribus donde la emotividad es lo definitorio – pero en el momento que Onetti inició su trayectoria, el gusto y los cánones se fijaban en historias agrestes, epopeyas donde el hombre desafiaba la irredenta naturaleza del continente americano. En el universo de las novelas estilo Rómulo Gallegos (Doña Bárbara, Canaima) o demás sagas telúricas (Don Segundo Sombra, La Vorágine, Os Sertoes) aparece con Onettu el callado sufrimiento de los invisibles hombres de provincia. No es sorprendente que por años su vida y confesiones permaneciesen relegadas a la sombra, a lo clandestino, a lo dudoso.

Emir Rodríguez Monegal definió a los lectores de Onetti como los practicantes de un culto secreto. Incluso en los años setenta no faltaba quien le acusara de falta de compromiso con el ideal latinoamericano, ante las mediáticas y diversas actividades de García Márquez, Julio Cortázar o Ernesto Sábato. Vargas Losa afirma que: “antes de Onetti, no hay ninguno que utilice la técnica moderna narrativa como lo hace él, que además utiliza una prosa desligada de la prosa tradicional, convencional. Onetti inventa una prosa a partir de un lenguaje oral, una prosa que simula la oralidad.



La atmósfera es un personaje invisible en sus libros, así como un tono narrativo sedante y parsimonioso, capaz de conferir a sus historias un aura de poética indescifrable. El poeta español Dionisio Ridruejo reconocía en él una capacidad para darle valor a los sustantivos, a base de una acumulación de frases no necesariamente adornadas, pero provistas de un ritmo hipnótico en cuya bruma flotan personajes sonambulescos, duros, atrapados en vidas decrecientes. Esa es su especialidad: los seres despojados de esperanza que, condenados en un mundo sórdido, cumplen con su destino con un desencanto que no necesariamente revela resignación.

También fue de los primeros en crear un universo propio. El escenario de Santa María antecede al Macondo garciamarquino y demás microcosmos que hoy se cartografían en las universidades y las mentes de sus lectores. Ahí la vida no importa y al mismo autor tampoco le importaba gran cosa el destino de su literatura. Cosa curiosa, su novela “El astillero”, que representaría su consagración y reconocimiento, fue publicada antes que “Juntacadáveres”, cuya trama le antecede y explica, pero su edición se difirió y a Onetti nunca le preocupó ese detalle. Sabía que ambas historias nacieron autónomas y capaces de leerse plenamente sin la otra. De hecho podían existir sin que nadie las leyera.

En “El astillero” vemos la decadencia de toda una región, simbolizada en el taller de construcción de navíos abandonado, erizado de grúas herrumbrosas, oficinas de ventanas astilladas y cajones trabados por el óxido. El propio Río de la Plata – que en la novela no se llama así – es uno más de sus ambiguos personajes. Una cosmovisión donde cada capítulo abre y cierra numerosos secretos interiores. En esa neblina resuenan los pasos de Larsen mientras, a lo lejos, el ronco lamento de un ballenato llega hasta la finca del Doctor Diaz Grey. Ahí la fantasmal Angélica Inés suelta su carcajada metálica, echando la cabeza hacia atrás, como si pudiese ver a su risa cristalizarse frente a ella

“Juntacádaveres” narra la penosa creación de un burdel en un pueblo en agonía. Cómo en el momento que se planeó tuvo que cancelarse debido a la presión de una sociedad pudiente, capaz de enviar cartas de protesta con la misma caligrafía del colegio del Sagrado Corazón, Larsen permanece varado en una marea de indiferencia. La historia no narra sólo esa derrota, sino el patético momento en que el burdel al fin es realizado, cuando ya a nadie le importa, cuando Larsen se arriesga con mujeres que vieron mejores tiempos porque esa es su última oportunidad de hacer algo con su destino y su miseria. Muertas en vida que le confieren el apodo que da nombre a la novela.

Caso aparte son los cuentos de Onetti, pequeñas joyas de desconsuelo y cerrada tensión e ignominia. “Tantriste como ella”, “El infierno tan temido” “Bienvenido Bob” o “La casa en la playa”. Mi favorito es “Jacob y el otro”: la historia de un falso príncipe que va de pueblo en pueblo, acompañado de un viejo luchador que reta en pelea pública a los rivales locales, hasta que un día se topa con uno que no está dispuesto a dejarse vencer en el ring. Otros prefieren “La novia robada”, esa melancólica recreación de Moncha Insurralde, asfixiada en la dilatada medianía de su existencia…



En 1941, Onetti perdió un premio internacional ante “El mundo es ancho y ajeno” del peruano Ciro Alegría, tumultuosa historia en la que se cimbra el mundo andino y lo mismo vemos una pelea de toros que una descripción minuciosa del cultivo de la coca. El jurado había preferido premiar una literatura de afirmación en vez de una dudosa propuesta existencial. Ciro Alegría – cuyo centenario celebraremos también este mismo año, el 4 de noviembre próximo – un poco es la Némesis del narrador uruguayo. Hoy el tiempo ha sepultado un poco la obra de Alegría, la cual ya se revalora por méritos muy distintos a los que en su momento le hicieron un autor consentido de revistas como Life y el Reader Digest. La melancolía de Onetti resurge poderosa al tiempo que se aclara un poco la eterna sonrisa de Ciro Alegría. Desde entonces ya se decía que los premios no confirmaban la existencia de grandes escritores.

Como Hemingway, Onetti tuvo cuatro matrimonios, uno de ellos con la hermana de la anterior esposa. Salió de Uruguay durante el gobierno de Juan Maria Bordaberry, justamente aquel que se enfrentó a la guerrilla urbana de los Tupamaros. Aprovechó un viaje a España y radicó en Madrid el resto de su vida, aunque eso era casi un decir, ya que paso buen tiempo recluído en una alcoba cerrada, acompañado de pocos libros y amigos bien escogidos, además de un vaso siempre lleno de Whiskey. Pocos veces saldría de ahí, salvo para recibir galardones como el premio Miguel de Cervantes. Varios escritores que lo visitaron hicieron crónicas mínimas donde lo describen recostado en cama, charlando con su voz de estanciero, mientras su único diente amarillo sube y baja al ritmo de su memoria. Y él, como todos sus derrotados, escapa de la vida a través de la justiciera magia de la ficción.



Onetti: Decálogo más uno, para escritores principiantes

I. No busquen ser originales. El ser distinto es inevitable cuando uno no se preocupa de serlo.


II. No intenten deslumbrar al burgués. Ya no resulta. Éste sólo se asusta cuando le amenazan el bolsillo.


III. No traten de complicar al lector, ni buscar ni reclamar su ayuda.


IV. No escriban jamás pensando en la crítica, en los amigos o parientes, en la dulce novia o esposa. Ni siquiera en el lector hipotético.


V. No sacrifiquen la sinceridad literaria a nada. Ni a la política ni al triunfo. Escriban siempre para ese otro, silencioso e implacable, que llevamos dentro y no es posible engañar.


VI. No sigan modas, abjuren del maestro sagrado antes del tercer canto del gallo.


VII. No se limiten a leer los libros ya consagrados. Proust y Joyce fueron despreciados cuando asomaron la nariz, hoy son genios.


VIII. No olviden la frase, justamente famosa: 2 más dos son cuatro; pero ¿y si fueran 5?IX. No desdeñen temas con extraña narrativa, cualquiera sea su origen. Roben si es necesario.X. Mientan siempre.


XI. No olviden que Hemingway escribió: "Incluso di lecturas de los trozos ya listos de mi novela, que viene a ser lo más bajo en que un escritor puede caer."

2 comentarios:

  1. Aleida Hernándezjulio 05, 2009

    Hola Juan José, tu artículo sobre Onetti me ha sido muy ilustrativo. Tengo algún tiempo queriendo acercarme a este escritor, ahora me siento más obligada; pero es una obligación por placer sin duda.

    Me dio mucho gusto encontrarte en Culiacán, después de tanto tiempo.
    Un abrazo muy afectuoso,
    Aleida Hernández.

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  2. Que gusto saber de ti, Aleida.

    Onetti es muy deprimente... espera que la vida te golpee y lo entenderas mas.

    UN ABRAZO!

    JJR

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