domingo, 19 de abril de 2009

Día de la Imaginación: territorio salvaje...



Stand de la Editorial Christian Bourgois,
atendido por Mathieu Bourgois,
excelente fotógrafo y gastrónomo

Me he fijado que la gente que dice que los libros están muy caros es la misma que nunca compra. Y se quejan como si estrenaran uno a la quincena.



¿Repetirlo constantemente es la manera en que se justifican de pertenecer a esa terrible mayoría que sólo lee medio libro al año, según la tradicional encuesta invocada cada año la semana del 23 de abril, Día Mundial del Libro?



Hace días compré un ejemplar de “Noticias del imperio”, de Fernando del Paso, una obra maestra que me costó ciento treinta pesos… Si hubiera preferido el cine, sumando los gastos de gasolina, propina al cuidandero, refresco y palomitas, el costo habría sido mayor, aún en miércoles de dos por uno. Mucho se quejan de que el cien es caro, pero nadie deja de ir. El cine duras dos horas y un libro diez, o toda la vida.
Existen libros que valen hasta trescientos pesos… precio menor que una prenda de moda en un gran almacén o tianguis. Igual a una buena cena de sushi.



El día del libro también es el día mundial de la imaginación. En los libros no sólo se ejerce ese don: también se ejercita la mente para visualizar y lograr mejores cosas.



La imaginación es el único territorio donde el hombre puede ser libre. (La frase es de Luis Buñuel). La literatura, pienso yo, es la única nación donde el hombre es libre.
Digo nación como noción de un espacio con fronteras, con leyes propias; terreno ya explorado por otros, medido, legislado y en vigilancia. Un territorio es un lugar aún sin colonizarse o habitarse por sociedades organizadas. Hay mapas antiguos donde África muestra espacios en blanco y solo hay frases como “Territorio Mandingo”, equivalente al “Aquí hay dragones” de la cartografía medieval. (El equivalente moderno para mi sería "Territorio de Og Mandino".)



Todavía en el Siglo XIX el mapa de Estados Unidos mostraba espacios como “Territorio de Utah”, o “Gran Desierto Americano”. Mis libros de primaria enseñaban un México con dos territorios: Baja California Sur y Quintana Roo. Uno era la vegetación salvaje y el otro un desierto.



Hay algo más primigenio en decir que la imaginación es territorial: como una fiera que merodea un espacio en busca de caza, paseándose impune, hasta que la destruye una fuerza mayor, orinando donde le viene en gana para marca su sitio, su existencia, su presencia. Decir: “De aquí soy. Aquí estuve. Esto soy”. En esto creo, como acuñó Carlos Fuentes.



Gracias al libro, la imaginación del país de la literatura se pasea por un sitio ya pacificado que tampoco es el paraíso. Un continente que ya posee una red de caminos y cuyas principales áreas pantanosas han sido drenadas, así como la desorientada Europa Medieval a la caída del Imperio Romano.



Cayó la hegemonía de los Césares, pero quedaron los caminos de piedra; los puertos fluviales y los ríos domesticados por canales, acueductos y puentes de reglamentario arco romano; el idioma latín como lengua para hablarse con inmediatez y franqueza. En ese entorno de epidemias, reinos combatientes e intolerancia religiosa, fulguraron los sonetos de Petrarca y las grandes catedrales.
En ese territorio, que aun no era una comunidad de naciones, ya se templaban la lira y se reemplazaba el arco por la ballestas. La pólvora se usaba para derribar murallas y cauterizar heridas. Y de villa en villa, de señorío en señorío, los trovadores cantaban e intercomunicaban a nobles y a villanos... Nacieron así el romance caballeresco y la poesía provenzal amorosa.





*



No hay nación perfecta, ni siquiera la de la literatura. Pero vale la pena soñarla despierto. Vale la pena, en este Día Mundial del Libro, hacer una apuesta por la imaginación. Entrar a ese territorio salvaje y plantar ahí nuestra bandera propia
. Conquistar un territorio y volverlo una nación incluida en la República de las Letras.

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