lunes, 23 de marzo de 2009

Estampas parisinas


Madame Recamier



Paseo por el Museo del Carnaval, en el barrio antiguo de Paris, cerca de la Plaza de los Vosgos y la casa del escritor Víctor Hugo. No era lo que me imaginaba. Como algunas cosas de la vida, lo inesperado resulta superior.



Una hermosa casa llena de cachivaches y objetos bañados por el oro de la historia… El espejo de Madame Recamier; un fragmento bien pulido de la guillotina; el neceser de combate de Napoleón - mapas y coñaquera incluida-; la máscara mortuoria de Voltaire; la cama y el escritorio de Marcel Proust; una maqueta de la demolida prisión de la Bastilla, hecha con uno de sus bloques, primorosamente labrado.



*

Visito a la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe que está en Notre Dame. Me toca misa en español y, al darse el saludo de la paz, los asistentes que se conocen se dan un beso en la mejilla, al igual que los tres sacerdotes que participan en el ritual. Flota el incienso y resuena el órgano. No puedo evitar el recuerdo de que ahí se pegó un tiro Antonieta Rivas Mercado, la novia de Vasconcelos y que, según la leyenda, fue la modelo del Ángel de la Independencia.



*



Los periódicos insisten en la noticia de la secuestradora por la que vino abogar Sarkozi. Allá la mayoría da por hecho que es inocente. La portada del Paris-Match la muestra estrujada por los policías mexicanos. En cambio, el “Courier International” enarbola un diseño con un rancherote norteño bigotón, ante en un espejo donde se materializa Juan Gabriel vestido de charro.

*



Voy al mercado de pulgas que está en un ghetto africano a las afueras de la ciudad y le compro una sabana pintada a un artista congolés, que llegó en los ochentas, becado por Francois Mitterrand. Entre las chácharas, destacan objetos con la imagen de Obama. Para todos es un héroe; es un ícono; ya es un mito.

*

Camino por la orilla del río y, en un callejón del barrio de Saint-German, me encuentro en una tienda de antigüedades un grabado que describe la muerte del príncipe Poniatowski, antepasado directo de doña Elenita, que también anda aquí en Paris. El tipo no tiene idea de lo que vale, así que esta fue una de las pocas veces que le he ganado a un comerciante. Se lo obsequio a doña Elena: esas cosas no tienen precio.
Ahí veo un hermoso cuadro de Chagall del cual me enamoro: Caballo azul junto a una pareja. Y hay un viejo Picasso que muestra una bacanal frente a un toro.

*



Conozco a Florence Olivier, traductora de Ramón López Velarde y amiga mítica, generosa y solidaria de los escritores mexicanos que viven en Paris. Ceno con ella, mi amigo Alain-Paul y Armando Sáenz Carrillo, marchand d’art que es familiar de Carrillo Gil, en un restaurant italiano que está a punto de cerrar porque el dueño quiere volver a su patria. El divertido mesero hindú trata de comportarse con humor mediterráneo y sus patéticos esfuerzos nos hacen sonreír. Desconoce que pronto deberá busca un nuevo trabajo.

*



El Salón del Libro de Paris recuerda en momentos a la FIL de Guadalajara. Sólo que aquí los stands no son divididos en editoriales, sino por regiones, ya que la producción de Francia es inmensa. El stand donde se presentó un libro de Alain-Paul pertenecía a la región de Aquitania, la misma oscura provincia de Gerard de Nerval, el príncipe de la torre abolida.



*


La gente lee mucho en el metro. Y libros buenos, aunque torcí a una mexicana con “El código Givenchy”. Claro que todas las parisinas lucen elegantes, pero son amables y sonríen con naturalidad. A nadie molestan los artistas que tocan el violín o el acordeón. Uno de ellos toca un bolero mexicano; sin querer le doy unas monedas de más, y se queda a tocarme una melodía a mí sólo, mientras los pasajeros me miran como un héroe y yo, que estaba a punto de bajarme, me tengo que ir de paso hasta la atestada estación de Montparnasse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario