lunes, 20 de septiembre de 2010

Historia de bullying





Me parece un verdadero acierto que hayan comenzado los educadores a tomar medidas contra el “bullying”. Yo lo padecí durante un breve lapso y la culpa fue de Steven Spielberg.

Por fortuna, no fui una víctima consuetudinaria de esta execrable forma de acoso y ostracismo social. Cuando te llevas con un grupito de amigos, es normal que de de vez en cuando te carguen la mano. Pero confirmo lo privilegiado de mi estatus, sobre todo al recordar a compañeros bastante martirizados.

Yo estuve en tres primarias. La segunda de ellas era una escuela de cartón. No me da vergüenza decirlo. Pudimos habernos ido a la Gabriela Mistral donde estaban todos los primos, pero quisimos estar ahí un año y medio. Era a la vuelta de la casa y estaban muchos de nuestros vecinos, además de un solar inmenso para jugar.

Nos tocó el proceso de creación de la escuela. A pesar de que abundaban niños de hogares muy pobres o en conflicto, nunca padecí de humillaciones repetidas.

El problema fue cuando la escuela al fin fue construida y los grupos aumentaron. Los que estuvimos en las aulas de cartón consideramos unos advenedizos a los que esperaron que la concluyeran. Pero también accedieron bastantes alumnos que nos llevaban dos o tres años de ventaja y más cercanos a las furias de la adolescencia.

En aquella época, el cine era una cosa más extraordinaria que nunca. No todos asistían una vez por semana y quien veía una película no vista por los demás adquiría un papel protagónico a la hora del recreo.

Acostumbrado a compartir con mis amigos esos hallazgos, una vez narré, con el mismo asombro que nunca me ha abandonado, la trama de “Encuentros Cercanos del Tercer Tipo” de Steven Spielberg. Incluí desde la escena de las fallas eléctricas provocadas por los OVNIS hasta el contacto final a través de claves musicales.

Ahí fue donde me agarraron y ya no me soltaron: a algunos les pareció más que divertida la forma en que recreé las cinco notas musicales utilizadas y, peor aún, las señalizaciones manuales para identificarlas, señales que años después supe que eran parte del alfabeto musical de Zoltan Kodaly. Una de ellas incluía inclinar la mano hacía abajo mientras se interpretaba la melodía de “tu-ru-ru-ru-rú”.

También en aquel tiempo la escuela estaba en un proceso de formación laboral y varias veces nos cambiaron de maestros o permanecía el grupo desatendido, haciendo infinitas combinaciones numéricas ordenadas por el director. Eso recrudeció mi leve infierno personal. No había quien me apoyara.

Ya en mi siguiente escuela tuve compañeros de mi edad y fui a un grupo que era el mismo desde primer año y todos se apreciaban. Fin del drama, por fortuna.

Debo añadir que en esos tiempos, no era costumbre tratar mal a los compañeros que eran cerebritos o diferentes. Dichos compañeros recibían sus diplomas y eran visto con respeto, costumbre que yo vi mantenerse en la secundaria y parte de la prepa.

Al segundo año de prepa la abandoné porque hice un viaje largo y a mi regreso - mediados de los 80s-, descubrí que mis nuevos compañeros eran más agresivos y despiadados con los aplicados, los tímidos o los indefinidos sexualmente. ¿Cuál fue el cambio?

Me atrevo asociar que, en ese verano, se puso de moda la película “La Venganza de los Nerds” y todos pusieron en práctica sus jocosos ejemplos. Si bien su mensaje final fue respetar a los demás, muchos de esa generación – y las que vinieron o la vieron en video y tele – se quedaron con el pasatiempo de humillar a los individualistas.

De hecho, no había ningún equivalente en español para la palabra “nerd”. Y, por algo, aún así sigue sucediendo.

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