domingo, 21 de marzo de 2010

Fumando con Vitola





Yo me fumo dos puros al año. Y son Cohíba. Uno en noviembre, que me regala el arquitecto de Monterrey Jorge González Neri. Otro en marzo, regalo del arquitecto Alejandro García Villalón, más conocido como Virulo.

Más que un vicio, fumar esos puros equivale a la visita anual al Monumento del Soldado Desconocido. He sido un derrotado en las filas del tabaco. Soy como esas damas que se embriagan sólo en Navidad y en las bodas… O aquellos vegetarianos que se comen una hamburguesa cada tres meses a escondidas de su esposa y los hijos.

Me dice Virulo que la hoy popular Niurka es en realidad un invento igual de mexicano que la torta cubana: nadie las conoce en Cuba. A la torta cubana le celebramos su generosidad de carnes. A Niurka, su papel en “Aventurera”.

Antes que Niurka, tuvimos otra artista cubana como personaje de nuestra cultura popular. No tenía la silueta de una vedette del cine mexicano; pero, viéndola bien, su cuerpo es muy similar a la estructura anatómica de las modelos de hoy, tiempos de la anorexia y abulia del bolo alimenticio.

Me refiero a Fanny Kauffman “Vitola”, la genial comediante que aplaudimos no sólo en las películas de Tin Tan, sino que incluso hasta cumplió el reto de interpretar a una imposible mamá de Pedro Infante en “También de dolor se canta, donde la vemos como esposa de Óscar Pulido y a Pedro de maestro de escuela y “estrello” de cine”.

(Para mayor confusión familiar, su futura esposa Irma Dorantes, entonces de 15 años de edad, personifica a su hermana latosa e ingenuota).

Vitola no es cubana de nacimiento: nació en Toronto y su familia vivó antes en una de las regiones más remotas de Canadá, en el poblado de Churchill, sitio perdido en una bahía más intricada que el trazo de una hoja de maple. Alguna vez viajé por las carreteras del norte de Canadá y me tocó ver ese sitio en el fin del mapa.

No es el único símbolo tropical del cine mexicano nacido en páramos boreales donde la nieve es cosa de todas las vidas. Yolanda Montes, “Tongolele”, nació en Spokane, región fronteriza de Canadá y Estados Unidos. A la fecha no habla español con corrección y se hizo amiga muy cercana de Tin Tan porque él hablaba inglés con fluidez. Me dice Virulo que Tongolele nunca estuvo en Cuba.

Vitola es tan cubana como su apodo. Los mexicanos de a pie consideramos al puro un genérico, pero los cubanos, que lo ven como medicina y tampoco conocen el chile habanero, tienen más presentaciones de tabaco que las variedades mexicanas de salsa. Vitola es el nombre de un puro alargado que quizás en algo recuerde a la silueta de esta diva. También se le llama así al molde que forma un puro y a la anilla que lo asegura y de paso, evita que nos manchemos de nicotina.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, la palabra vitola -sin mayúsculas - ha tenido con el tiempo estos significados: 1.- Plantilla para calibrar balas de cañón o de fusil. 2.-Regla de hierro para medir las vasijas en las bodegas. 3.- Cada uno de los diferentes modelos de cigarro puro según su longitud, grosor y configuración. 4.- Traza o facha de una persona… O sea que vitola también es la regla de oro para pedir un puro o medir el aspecto físico de una persona.

Uso la palabra Diva sin temor a cometer una descortesía, ya que doña Fanny Kauffman fue cantante de ópera y dejó de hacerlo cuando vio que la gente se reía al momento de prorrumpir en un aria: así eran de chistosos los gestos nacidos de su esfuerzo vocal. Vea usted “El rey del barrio”, donde Tin Tan se finge maestro de ópera para sonsacarle dinero y ella interpreta un aire que arranca los elogios de Germán Valdés, quien finge hablar italiano: “¡Bela, bela, belísima! Hasta parece una vela”.

Encendimos por ella un puro y también, una sonrisa como vela.

sábado, 13 de marzo de 2010

Magia y Palabra





Es curioso: la palabra “gramática”, utilizada con energía en la enseñanza del idioma, estaba relacionada en su origen más con la magia que con el lenguaje.


Hoy no lo parece, pero muchas palabras en su origen fueron atrevidas metáforas, las cuales decimos en el momento actual sin buscar su real y primigenio significado. Alguien escuchó en una tormenta al cielo decir el nombre del dios Thor y de ahí surgieron la palabra “trueno” y sus derivaciones. (Thunder en inglés)


La raíz griega es grammatiké tekné (arte de escribir). Durante la Edad Media, la gramática (grammar) incluía todo conocimiento, incluso la magia, asunto muy común del cual aún la ciencia no había demostrado su gran dosis de superchería.


De hecho muchas ciencias hoy respetables, como la química y la astronomía, tuvieron su base en profesiones ejercidas originalmente por pícaros como los alquimistas y los astrólogos. No era raro que algunos científicos serios (véase el caso de Kepler) se revistieran de un aire de misticismo para ganarse credibilidad y, de paso, también la vida.


De “grammar” se derivó en el escocés a gramarye, en el entendido de “encantador”; pronto la palabra se convirtió en glamer y por último de ahí surgió el vocablo ingles glammourous: aquel que posee dones obtenidos por encantamiento.


En esa antigüedad sin glamour, el mago y el gramático se confundían, así como el encantador que rezaba palabras mágicas y el hombre inspirado que invocaba palabras llenas de magia.


Escuchamos a los magos decir “abracabra” y esa es una palabra que puede escribirse en un triángulo y leerse igual de arriba a abajo. Los genios, que son personajes de las Mil y Una Noches, suelen decir ¡Alakazán!, una variante - o quizás el origen - de ese concepto. La palabra “alquimia”, y casi todas las que comiencen con “al”, son de origen árabe: albañil, alfeñique, alcahuete, alcantarilla, etc.


Dentro de un mundo con exceso de analfabetismo y credulidad, el poseedor del don de la palabra escrita pasaba por un ser extraordinario. Aquellas personas que no sabían leer y escribir llevaban consigo conjuros u oraciones, seguros de que portar un papel escrito los protegía de la desgracia o los males de los hombres.


En el Tibet, hay templos donde las oraciones están escritas en rollos de papel, forrados de metal para que no se dañen. Los peregrinos caminan haciéndolos girar y ese acto vale por una oración.


No es de extrañar que los libros fuesen respetados como objetos mágicos. En el mundo islámico, a la fecha, un ejemplar de El Corán no debe de ponerse en un librero o estar abajo o encima de otro libro. Debe de estar en un mueble propio, de preferencia en una mesa. Si uno entra a una casa de musulmanes piadosos, no es raro que encontremos un Corán colocado reverentemente en un atril, así como aquí en México muchas familias lo hacen con una Biblia.


Los hebreos también fueron un pueblo del libro y creían en la magia de las palabras. Para algunos de ellos, un bebé recibe el espíritu al momento que dársele nombre. Los judíos ortodoxos no pueden dar a un recién nacido el nombre de un familiar vivo: lo bueno es que el Pentateuco les ofrece gran diversidad de opciones.


Una leyenda dice que los rabinos medievales podían crear un “Gólem”, especie de Frankenstein de arcilla usado en las sinagogas para trabajos menores. Para darle vida, le escribían en la frente la palabra EMET, que significa VERDAD. Si se deseaba desactivarlo, se le borraba una letra y quedaba MET: muerto en lengua hebrea… Una vez un rabino lo dejó crecer demasiado y, al borrarle la letra con una escalera, el mono cayó encima de él, matándolo de inmediato.


Hoy, en hebreo moderno, la palabra Gólem equivale a “tonto”. En verdad, son sorprendentes la magia y vida propia que adquieren con el tiempo las palabras.

domingo, 7 de marzo de 2010

La locura de San Juan de Dios





A los 21 años descubrí que nací el mismo día que nació y murió un “santo loco” aunque, por supuesto, en diferente época. Definido así por sus contemporáneos, no sólo pasó una temporada en un manicomio, si no que luego fundaría varios de esos sitios y llegaría a morir a consecuencia de una locura.


Mi intención aquí no es hacer propaganda religiosa o anticlerical, si no rescatar a un más que curioso personaje de la historia. Si usted es ateo o pertenece a una religión que no venera a santos fallecidos, tome este texto como un ejemplo de literatura fantástica, como decía Borges. Pero tome en cuenta sus valores.


San Juan de Dios, santo que hoy celebra su nacimiento para el mundo y para el cielo, fue un personaje peculiar. Y no me enteré de su vida leyendo una libro piadoso, si no en el suplemento Sábado, que dirigía Huberto Batis, donde lo mismo se publicaban reflexiones de política cultural, traducciones de Nerval o Ezra Pound, dibujos eróticos y repentinos análisis filosóficos.


Pertenezco a una generación que considera la locura un estado de gracia. Leí y vi de niño adaptaciones de “El Quijote” y en la secundaria alguien puso en mis manos “El loco”, de Gibran Jalil Gibran, excelente escritor que, de manera inexplicable, pasó a formar parte del gremio de la autoayuda gracias al manoseo de sus parábolas.


Todo gran santo fue antes un gran pecador o llevó una vida mundana. Juan de Dios de joven fue pastor, vendedor de libros, soldado bajo las órdenes de Carlos V y estuvo a punto de ser ahorcado por descuidarse durante una guardia.


Participó en la defensa de Viena de los turcos y, como Cervantes, vivió un tiempo en el norte de África. Sería en Granada, durante 1539, cuando sintió el llamado de la fe absoluta, total y pura.


Ahí, luego de escuchar una plegaria de Juan de Ávila – elevado a santo en su momento – fue cuando lanzó unos gritos, reconociéndose como pecador y de inmediato vendió su pequeña librería y repartió el dinero entre los pobres. Tenía 39 años e ignoraba que le quedaban 16 de vida.


Luego de esa epifanía, empezó a correr por las calles, desnudo y recibiendo palos y pedradas, hasta ser recluido en un manicomio. Pasó largo tiempo en esos sitios hasta que Juan de Ávila le invitó a gastar sus energías en una verdadera “locura de amor”.


Algunos historiadores sostienen que padeció y superó una enfermedad mental; otros afirman que se fingió loco para ponerse a prueba a él y a su prójimo, imitando a San Simeón, personaje que inspiró a Buñuel la trama de “Simón del desierto”.


Juan de Dios fundó varios manicomios y mejoró el trato a los residentes: su experiencia previa en ellos fue fundamental, aunque hay testimonios de que fue mal administrador y, poco antes de su muerte, casi no salía a la calle para que no encontrarse con gente a la que le debía… También le tocó un incendio y salvó a varios reclusos padeciendo varias quemaduras, por lo que también se le considera protector de los bomberos. Falleció luego de que trató de salvar –inútilmente- a un joven caído a un río helado el 8 de marzo de de 1550, día de su cumpleaños.


Su primer hospital lo construyó junto con dos hombres que se odiaban, ya que uno había asesinado al hermano del otro. Logró volverlos amigos y Antonio Martín, uno de ellos, sería el heredero en la empresa.


Repaso su vida sin ninguna irreverencia. Usted puede corroborar esta información en Internet o, de preferencia, en un libro docto de santidades. Lo que me encanta de este personaje es su humanidad; no sólo en el sentido humanitario de hacer el bien, si no de su existencia llena de calamidades, equívocos y confusiones, similares a las que enfrentamos a diario todos los mortales. ¿O no es así?

lunes, 1 de marzo de 2010

Alexis Carpentier





¿Cómo veríamos y recordaríamos al escritor Alejo Carpentier si no hubiese castellanizado su nombre? Una polémica acta de nacimiento lo registra como Alexis.

El sólo nombre de Alejo tiene resonancias patriarcales, vecinas a Europa Oriental o la literatura rusa. A pesar de tener el derecho de usar ese nombre de pila -que hoy resuena muy juvenil-, el nome de plume del fundacional autor cubano fue la traducción castellana hoy conocida.

Es interesante repasar por qué el escritor modifica más de identidad que el humano común. ¿Hizo bien Henry Beyle en trasmutarse en Stendhal? ¿Leeríamos igual “Rojo y Negro” si fuese signada con ese pacífico nombre de oficinista o burócrata del segundo Imperio? El apellido Beyle salió de las fronteras y, según registra Sergio Ramírez, allá se convirtió en Debayle, primer apellido de la musa de “Margarita está linda la mar” y segundo del dictador Anastacio Somoza.

Hay escritores que nacieron con nombres definitivos: Conde León Nicolaievich Tolstoi, Roger Martin Du Gard, Príncipe Guiseppe Tomasso di Lampedusa o Alphonse Louise María Prat de Lamartine.


Otros acudieron a referencias menos escandalosas. Durante la ola antigermana, Ford Madox Ford se quitó el apellido Hueffer y asumió el reiterativo nombre con que lo conocemos. Alberto Pinchele prefirió apellidarse Moravia sin necesidad de conflictos bélicos. H. H. Munro, nacido en Birmania y muerto en las trincheras de la I Guerra Mundial, es el celebrado cuentista que firmó como Saki.

Dos imprescindibles autores en lengua inglesa fueron bautizados con accidentes geográficos: Óscar Fingal Wilde (una caverna en una isla desierta) y Joseph Rudyard Kipling (el lago británico donde sus padres se conocieron).

Edgar Allan Poe y Truman Capote honraron a sus padrastros conservando sus apellidos, mientras que Virginia Woolf y Karen Blixen asumieron los de sus respectivos cónyuges. Sidonie Gabrielle Colette confío en la solitaria originalidad de su apellido, mientras que Marguerite Crayencour prefirió anagramatizarlo en Yourcenar.

Los anglosajones aman las ecuaciones: H.D. (Hilda Doolittle) optó ser recordada con sus iniciales y Edward Estlin optó por sobrevivir en minúsculas como e. e. cummings… T. S. Eliot se llamaba Thomas Stearns y dos iniciáticos novelistas, J.R.R. Tolkien y C. S. Lewis, compartieron la pasión por las sagas así como el gusto por las abreviaturas.


Neftalí Reyes Basualto y Félix García Sarmiento eligieron los rotundos seudónimos de Pablo Neruda y Rubén Darío. Lucila Godoy de Alcayaga es tan Gabriela Mistral como doña Juana Fernández Morales es Juana de Ibarbourou. (¿Ya se fijó que los dos Nobel chilenos usaron antifaces nominales?)


Vicente Huidobro se quitó el García intermedio y don Juan Carlos Onetti sostenía que originalmente su patronímico había sido O’Netty. El boticario Felipe Camino se convirtió en el poeta León Felipe y aun no estamos seguros si Ret Marut, Hal Croves o Traven Torsvan correspondieron al esquivo B. Traven.


Pero el rey de los seudónimos en México fue Manuel Gutiérrez Nájera: el Duque Job, Puck, Recamier, Tick-Tack-, Perico el de los Palotes y un genésico etcétera colman su bibliografía en publicaciones porfirianas.


Alexis Carpentier suena más a nombre de poeta. Y la ingeniera verbal y la maquinaria de emanar poesía con la prosa son uno de los atributos más portentosos del autor de “El siglo de las luces” y “Los pasos perdidos”. El nombre no siempre es lo de menos: en el caso del escritor, es donde cada palabra adquiere mayor resonancia. Una seña de identidad para ubicar la figura invisible oculta tras el misterio de sus páginas.