lunes, 9 de noviembre de 2009

Sin tetas - y con drogas - no hay paraíso




Hace unos días estuve en la Ciudad de México dando una charla en un encuentro de la Fundación Nuevo Periodismo Latinoamericano, institución fundada y apoyada por Gabriel García Márquez para impulsar el desarrollo de los nuevos periodistas a escala continental.

Gracias a Jaime Abello, Tanya Escamilla y Cristian Alarcón, me tocó colaborar con un grupo de escritores y analistas del fenómeno de la violencia, además de casi treinta periodistas becados por la fundación en toda América Latina… Era una Babel multicultural, unida por un mismo reto y un problema similar.

Entre mis compañeros de mesa, me tocó compartir el espacio con Gustavo Bolívar, escritor colombiano que saltó a la fama desde hace rato con la telenovela “Sin tetas no hay paraíso”… Quizás usted la conoce.

Gustavo ha tocado ahí el tema de la narcoviolencia. La telenovela ocurre en la ciudad de Pereira, menos mencionada que Medellín, pero igual de conflictiva.

Su presencia fue en un principio difícil de concertar, ya que tiene una agenda muy complicada, pero pudo darse tiempo y asistió. Juro que cuando estábamos en la mesa redonda, frente al público, en ocasiones escribía en su Lap top algunas escenas de su historia. Yo estaba sentado a su lado y alcance a atisbar la pantalla con formato de guión.

Antes de esa telenovela, nos contó Gustavo que armó una historia con puros personajes de la vida real y el bajo mundo. Allá les llaman “sicarios”, en vez de los adjetivos que usamos por acá. De hecho, a las nuevas novelas policíacas de Colombia –novelas de papel, aclaro, no las de la tele – la crítica especializada les llama “Novelas de sicariato”.

Tomó a varios tipos de la calle que se volvieron estrellas y armó un serial dramático con ellos. Les fue muy bien por unos años… hasta que hubo un cambio de canal y de programación, por lo que Gustavo se vio obligado a recortar, en menos de una semana, dicha producción televisiva.

Los personajes tuvieron que volver a la vida normal. Y no habían ahorrado ningún cinco. Pensaban que la fama y la fortuna serían, a partir de entonces, un producto permanentemente asequible durante toda su existencia.

A los pocos meses, los artistas en banca rota mandaron llamar al guionista que los había vuelto figuras del mundo del espectáculo. Querían plantearle un asunto. Gustavo asistió entonces a la reunión.

No tenían nada contra él. Quería explicarle su problema. Había sido imposible volver a la delincuencia. Cada vez que intentaban realizar un atraco, “el cliente” los identificaba y les pedía que le dieran un autógrafo, cosa a la que se veían obligados a realizar. Así de plano. Imposible volver al robo callejero de ocasión.

La respuesta mediática era de esperarse, pero más en un país como Colombia. Allá las personas que ejercen la delincuencia organizada gustan de aparecer en los medios. No son como aquí de invisibles y herméticos. Dan entrevistas, aparecen en documentales extranjeros, incluso graban discos cantando canciones mexicanas.

Gustavo Bolívar tiene una postura muy rígida, catalogada de fundamentalista: él no hace apología de ese fenómeno social y lo censura de forma definitiva. Para él, toda aquella persona que fuma un cigarrillo de cannabis es cómplice de las muertes que se dan en la calle. No admite, en su código personal, posibilidad de punto de acuerdo.

Otros participantes tuvieron posturas muy diversas. Desde propuestas a la legalización, aunque el colombiano Francisco Thoumi, quien ha sido asesor de la Naciones Unidas en este asunto, afirma con cifras y gráficas que ese camino no resolvería mágicamente el problema de violencia en Colombia: ni siquiera en pocos años después de aprobarse... Este es un detalle digno de analizar y reflexionarse con mucho detenimiento y cuidado.

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