lunes, 25 de octubre de 2010

Tres grandes figuras al vuelo




Es demasiada coincidencia que, a la par de las masacres en diversos puntos del país, se estén muriendo varios de nuestros hombres de letras. Monsiváis, Dehesa, Esther Seligson, en fin.

Sumamente trágica también fue la semana anterior para la literatura mexicana: se fueron tres grandes figuras, cada una de ellas un verdadero hito en su campo. Friedrich Katz, Antonio Alatorre y Alí Chumacero.

Primero fue don Friedrich Katz, el mexicano nacido en Austria que, de tan agradecido por lo bien que trató México a su familia al salir de un país ocupado por los nazis, le regaló a nuestro México la mejor biografía que existe del Gral. Francisco Villa.

Katz no sólo fue gran historiador: su prosa era de gran calidad, algo que aumenta su mérito al tratarse de un ensayista de largo aliento. Si bien en su español verbal en ocasiones se confundía con un verbo o algún género específico, siempre compartía cosas deslumbrantes, hilando las ideas con suma pericia magisterial.

Katz, además del periodo revolucionario, investigó un campo fructífero y revelador: el espionaje en México, a través de las redes en el extranjero, revisando tanto informes desclasificados como libros de memorias de espías jubilados. En esos documentos es donde se encuentran los mejores secretos de nuestra historia.

El pasado viernes se fue uno de los primeros escritores que leí en mi infancia. Don Antonio Alatorre, de los más grandes hombres que nos dio Jalisco en el siglo XX, orgullosamente oriundo de Autlán. (¿Ya se fijaron que tanto él, como Arreola y Rulfo, nacieron en pueblitos pequeños y retirados de la pretenciosa Guadalajara?)

Fue uno de los creadores de mis libros de texto gratuito, editados en 1972, y en la primaria leí bastante cuentos suyos, además de los firmados por su esposa Margit Frenk, la maestra sonorense Armida de la Vara y Gonzalo Celorio.

De ellos, sólo quedan Margit Frenk y Gonzalo Celorio, que cuando lo conocí y le agradecí por esos libros, me sorprendió que fuera tan joven, ya que los otro autores eran figuras venerables desde entonces. Yo tenía 23 años y me dijo (con cierto sobresalto porque toda la vida he aparentado más edad de la que tengo), que tenía incluso un hijo de mi edad. Celorio, nacido en 1948, colaboró en esas ediciones a la edad de 23 años, mientras que los otros autores habían venido al mundo por la década de los 20.

Por fortuna, llegué a conocer a Alatorre, creador de un libro infaltable que se llama “Los 1001 años de la lengua castellana” y que seguido releo para recordar la maravilla del idioma castellano y sus orígenes. Estuve con él en un extraño coloquio de escritores en donde el otro participante y yo mejor decidimos callarnos para que el Mtro. Alatorre hablara todo el tiempo que le diera su gana. Cosa que así sucedió.

Como muchos de los grandes escritores, tenía dos cualidades únicas: la sencillez y la naturalidad.

Alí Chumacero, nacido en Acaponeta, Nayarit, fue uno de los más monumentales poetas mexicanos. Fue gran amigo del sinaloense Gilberto Owen, a quien le mandó unas cartas muy divertidas y hermosas que en su momento se publicaron en sus obras completas.

Su poema “Responso del Peregrino” es un bello epitalamio –poema hecho con motivo de una boda- en donde se reconoce como pecador y maneja en secreto inesperadas simbologías religiosas. Además, fue un gran maestro de escritores por décadas en el Centro Mexicano de Escritores y eso no es escaso mérito

Alguna vez, en un evento del INAH al que fue para pelear el rescate de una zona arqueológica de Nayarit, le preguntaron con sorpresa si tenía trabajo en ese instituto, al ver la manera tan oronda como se desempeñaba. Alí dijo que sí, ya que su principal función era fungir como “monumento nacional” y recogía en persona el cheque necesario “para su mantenimiento”.

Descansen en paz, estos tres inquietos caballeros de la letra, verdaderos maestros del idioma.

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