Julio Cortázar, de niño.
Uno de los cuentos que más me divierten de Julio Cortázar es de tan sólo tres páginas y acontece en el Día de la Madre.
La trama ocurre así: están los hijos entorno de la mamá, pero en la reunión no se encuentra el más pequeño de todos. Al preguntar la progenitora por él, le dicen que no tarda en llegar, qué, precisamente, a él lo comisionaron para ir a escoger y comprar el regalo.
¿Motivo de esa decisión? No porque fuese por coincidencia el niño consentido, sino porque tanto la madre como el retoño comparten el gusto por la música clásica. Así que sólo ese endiablado genio precoz posee la capacidad de elegir mejor que nadie el regalo.
La señora, con esa clarividencia que sólo pueden tener las madres, le dice a su rosario de hijos que le va a regalar la Sinfonía número 3 de Gustav Mahler.
En ese momento, aparece el comisionado del presente y, en efecto, lleva en sus manos un disco con la Sinfonía número 3 de Mahler que provoca la ovación unánime.
Para fines de mejor visualización de la historia, creo pertinente señalar que el disco es un LP de acetato, de esos grandotototes que venían envueltos en plástico trasparente y eran objetos tan caros y selectos que, al regalar uno de ellos, no era necesario envolverlo en papel de obsequio. Debían de lucirse de manera evidente, como si fuesen una botella de Grand Marnier o coñac Napoleón.
¿Cómo supo la mamá que le iba a regalar ese disco? No porque ella fuese fanática de Mahler… como buena madre, sabe que precisamente ese es el disco que le falta a su hijo para completar su colección de música sinfónica europea del siglo XIX.
Casi nadie ha leído ese texto porque se esconde en uno de los libros misceláneos del genial cuentista argentino, en donde revuelve cuentos con poemas, fotografías, ensayos y una que otra vacilada.
Lo he contado a los amigos y algunos me honran pensando que ese cuento no existe, que lo acabo de inventar en el momento y que le doy crédito a don Julio para que no piensen que me ocurrió a mí en la vida real.
Por cierto, este año le regalé a mi mamá una bicicleta estática para hacer ejercicio a la que he dado buen uso, aunque mi corpulencia actual no lo denote a simple vista. Mi hermana mayor no se dejó y le compró un elegante sillón que, ese si, no se me permite dar uso con la intermitencia dedicada a la bicicleta.
Parece ser que una tradición indisoluble del 10 de mayo es la de los regalos utilitarios y pragmáticos. Suelen ser denostados por algunos, pero lo cierto es que muchas veces la misma destinataria sugiere una lavadora o un refrigerador, objeto que a fin de cuentas van a aligerarle la inevitable carga laboral de todos los días o de toda la vida.
Quizás el regalo más espectacular y simbólico dado el día de la madre, (y también el más importante hecho por un político mexicano), fue el de aquel Presidente de México que decidió que debía de celebrarse todos los 10 de mayo, aunque no cayera en fin de semana, debido a que ese era el mismo día del cumpleaños de su jefecita santa. (Una versión habla de una encuesta propuesta por el periodista Rafael Alducín, pero otra sostiene que a miles de burócratas se les obligó a votar por ese día, en una "quedada bien" de varios funcionarios ambiciosos).
En la mayoría del mundo civilizado, el día de la madre es una fecha movible, al igual que el día del Padre y la Semana Santa, gracias al imperfecto calendario gregoriano. Otros lo festejan el segundo domingo de mayo, aunque en Francia es el último, salvó que el primero caiga en Pentecostés… (Todos los calendarios, incluyendo al azteca, el maya y el chino, son más perfectos que el calendario gregoriano)
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