miércoles, 26 de octubre de 2011
ESCRITURA CONFESIONAL
Hay una literatura que nace del dolor: mana de una herida abierta que vuelve tinta y oración todo aquello invisible surgido de ese fuego interno.
La escritura nacida de una búsqueda interior, necesariamente, aterriza en los puntos más débiles o febriles de un alma en pugna.
Aquello que duele, templa y fortalece. Escribir, aunque sea para uno mismo, puede ayudar a ver las cosas con claridad o darlas por concluidas. Si no es así, auxilia a pasar a la siguiente página.
Antes del hallazgo del psicoanálisis o los grupos de ayuda, el ser humano tenía como recursos la evasión, la religión o la escritura. Todavía Jung en el siglo XX proponía que la verdadera terapia era aquella que se acercaba a lo sagrado.
"El verdadero dolor, el que nos hace sufrir profundamente, hace a veces serio y constante hasta al hombre irreflexivo; incluso los pobres de espíritu se vuelven más inteligentes después de un gran dolor," dijo Fedor Dostoievski
Quien sabe si Dostoievski, dotado de un psicoanalista y medicamentos apropiados, hubiera podido escribir sus grandes novelas. No recuerdo que escritor francés decía que “la enfermedad es el viaje de los pobres”. La tribulación, por supuesto, no puede ser el entretenimiento más deseado.
Poemas como “Algo sobre la muerte del Mayor Sabines” de Jaime Sabines o “Nocturno a mi madre” de Carlos Pellicer son un grito ahogado ante la muerte, su misterio inexplicable y el dolorido gemir que se vuelve música de palabras.
Hace poco leí un libro llamado “Cenizas de mi padre” del cineasta Claudio Isaac. Narra algunos episodios de la vida de su progenitor e inclusa realiza un viaje a Akron, Ohio, a donde fue su padre como concursante de un certamen internacional de natación.
Un notable escritor reseñó con justicia el libro y al final concluye que pudo haber sido una excelente novela. Bueno, aquí me detengo, ¿tiene que ser novela un libro para qué sea bueno?
¿Por qué en México la literatura confesional se considera un subgénero?
En Francia, nación rigurosamente cartesiana, incluso se han dado best sellers de ese tipo como “L’Amant” de Marguerite Duras, para citar a uno muy conocido.
El rechazo a leer libros “deprimentes” es producto de una negación. Al compartir un dolor, terminamos sintiéndolo y por esos muchos se niegan a ir a la casa del duelo o al libro donde un alma se desgaja en fragmentos. Para dramas ya tengo los míos, suelen decir.
Pero algo nuevo hay en la gente que la impele a verse reflejada en ese espejo de funeraria obsidiana. Qué libros tan duros como “Las cenizas de Ángela” hayan obtenidos imbatibles índices de venta nos habla de la necesidad de un sector de encarar las furias que enfrenta una otredad.
Si usted no desea leer el drama ajeno, pero desea sublimar el suyo, la escritura puede darle sosiego. No tema hacerlo mal: una manera de soltar la pluma es escribir una especie de carta a los hijos o a los padres y así las ideas fluyen más libremente. Y esas palabras no se las lleva el viento.
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