sábado, 6 de agosto de 2011
En Huasca de Ocampo
Acabo de volver de Huasca de Ocampo, Hidalgo, pueblo mágico donde participé en un encuentro de creadores del Fondo Nacional de las Artes donde funjo como tutor de novelas. He aquí mis impresiones de la región en el terreno turístico. (El del encuentro de las diversas tribus de escritores, pintores, coreógrafos y artes en ascenso me llevaría toda una novela).
Las actividades fueron en la inmensa e inundada Hacienda de San Miguel Regla, terrorífico recuerdo del Conde de Regla, Pedro Romero de Terreros, amplio hotel en cuyo centro yace el antiguo casco, inundado a manera de lago artificial, por el cual uno puede remar bajo los árboles musgosos y entre los patos crocantes... Es tan peculiar que han filmado ahí varias películas de terror,
Nos tocó una boda de postín el sábado, realizada en la Iglesia dedicada a San Miguel Arcángel que está a la entrada y me sorprendió que durara tanto la ceremonia… luego supe que el novio se tardó dos horas en llegar a la cita y por eso los invitados estuvieron tanto tiempo afuera del templo, sin saber si entrar o volver al rato.
Por fortuna, el domingo tuvimos mañana libre y bajamos a la barranca vecina donde están los prismas basálticos, formaciones rocosas de amplias figuras rectangulares donde una cascada irrumpe con gracia. Si bien el sitio ya luce un poco “teoticahuanizado” -por la cantidad de puestos que venden cosas ajenas a la cultura de la región,- la visión del torrente y su frescura pagan el viaje.
De ahí, la visita obligada era ir a Huasca a disfrutar la barbacoa, el pulque y los mixiotes, y si bien un taxi nos cobraba 60 pesos, un amable señor nos dijo que yendo en lancha a través de la presa que cubre otra vieja hacienda nos ahorraríamos un buen trecho de camino, además de la mejora del paisaje. En efecto, por diez pesos por persona emprendimos el recorrido lacustre y el lanchero nos paseo cerca de la chimenea de la hacienda, único punto visible del viejo esplendor.
Cerca de Huasca hay un Museo de los Duendes, ya que en esa región hubo muchas minas e ingenieros británicos que vivieron por décadas con sus familias, las cuales trajeron de allá sus creencias.
También el gusto por los “pastes”: unas empanadas de hojaldre a las que les ponen salchicha, arroz con leche, carnita de puerto e incluso mole.
Lo que quiero recalcar es que la gente era muy servicial, pero no a la manera de los estados del sur, donde son de una cortesía natural de nacimiento hacia el visitante y hasta el tono de voz revela esa educación. Parece ser que todos estaban conscientes de la necesidad no sólo de atender bien al turista, sino de ayudarlo a ahorrar, encontrar lo mejor y sentirse en confianza.
El boom de Huasca es reciente, aunque siempre tuvo un público fiel entre habitantes del centro del país. Un amigo filmó una película ahí hace años y dice que la producción acabó diciéndole “Guácara de Ocampo” por lo aburrido que era antes. Hoy tienen tirolesas, gotcha, buenos restaurantes y tiendas de golosinas.
De regreso a Mazatlán, mi vuelo nocturno llego muy demorado y, para no exponer a mi familia, me vine en un taxi del Aeropuerto que no me encendió el aire, se vino a una velocidad agresiva llenándome de polvo por las obras inconclusas de ambos puentes a la entrada de la ciudad y ni las buenas noches me dio al dejarme en casa. Así, ¿cómo vamos a levantar Mazatlán?
Para la otra, mejor le doy una lana a un vecino que tiene vehículo y necesidades... Quizás falta que nos den algunos cursos para recordar que hasta los viajeros locales requieren atención. O que conozcamos la verdadera pobreza y entonces, ahora sí, cuidemos a una de las pocas industrias que mantienen vivo a este extraño país.
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Juan Jose, gracias por compartir tus vivencias de los lugares que visitas de nuestro Mexico, y que es una forma excelente de promover el turismo, extrañamos tus escritos
ResponderEliminarsaludos