domingo, 21 de febrero de 2010

Madero y Washington, 1913






Hoy es el aniversario del nacimiento de George Washington y también de la muerte de Madero, dos próceres que a su manera, tiempo y estilo, lograron una permanente obra libertadora.



En su campaña presidencial, Madero estuvo en nuestro puerto de una manera bastante peculiar. El mitin se llevó acabo en el Circo Atayde, el cual era una empresa circense de origen reciente… fundada aquí en Villa Unión, por cierto.


Entre los organizadores de esa actividad, destaca la figura de un escritor y activista político fundamental para entender el porfiriato. Heriberto Frías, ex soldado que renunció a raíz de la masacre de Tomóchic, en Chihuahua y pasó sus últimos días en nuestro puerto.


La caída de Madero – antes de que se supiese su muerte - fue celebrada con champaña en la embajada de los Estados Unidos. Henry Lane Wilson fue el embajador quien propició muchas de las circunstancias que desembocaron en su renuncia, detención y asesinato, aunque algunos analistas afirman que su muerte era algo no previsto en los planes originales.


Wilson exigió garantías para las inversiones norteamericanas. Él y su gobierno estaban a disgusto con Madero, pues éste había creado un impuesto a la exportación petrolera, algo inédito en ese tiempo.


Haber aplicado ese impuesto, en los primeros años del siglo XX, fue el primer acierto y, al mismo tiempo, el más grande error político de don Francisco.
Don Bernardo Reyes (padre del gran escritor Alfonso Reyes) y Félix Díaz (tragicómico sobrino de opereta de don Porfirio) organizaron un golpe de estado, el cual fue impulsado por el embajador norteamericano. Incluso en el sótano de la embajada gringa se imprimieron panfletos para conseguir adeptos a la rebelión.
Durante la Decena trágica, Madero designó a Victoriano Huerta para enfrentar la rebelión y el embajador instó a Huerta a unirse a los porfiristas por medio de Pacto de la Ciudadela. A pesar de que el propio Huerta y el artillero Felipe Ángeles hubieran podido tomar la Ciudadela, recinto de los alzados, Huerta nunca lo concretó y, además, le impidió a Ángeles llevar a cabo el ataque a ese bastión.
La traición de Huerta culminó con los asesinatos del presidente Madero y José María Pino Suárez. La voz popular rebautizó el acuerdo como el Pacto de la embajada. Y aconteció durante la fiesta de George Washington.
Esto fue demasiado. A Gustavo A. Madero se le asesinó de manera artera e incluso le arrancaron el único ojo sano que tenía, ya que portaba una prótesis. Durante su última noche de vida, los testigos cuentan que Madero la pasó muy triste, llorando la cobarde muerte de su hermano a manos de unos forajidos.
Fue tan burda esta intervención del embajador Wilson que, durante buen tiempo, los gringos no volvieron a ser tan viles y evidentes en sus maniobras de presión a México.


Diplomáticamente, esto fue algo muy criticado, aunque luego harían cosas peores en otros países. (El mejor y más imparcial testigo del momento fue el embajador de Cuba, quien trató de salvar a Madero y lo dejó escrito un libro.)

En descargo a los embajadores gringos, debemos decir que el siguiente, Dwight Morrow, demostraría a su gobierno que México que nunca sería una dictadura comunista. Y posteriormente, Josephus Daniels, convencería a Roosevelt de no atacar a México durante la Expropiación Petrolera, asunto poco analizado por nuestros historiadores.
Morrow amaba México y era amigo de Diego Rivera. Daniels sabía que la expropiación era una causa justa, positiva para el país y, a la larga, también para los Estados Unidos.


Por cierto, Morrow fue suegro de Charles Lindberg, quien conoció a su hija en una visita de buena voluntad a México en 1927. ¿Curioso, no?

domingo, 14 de febrero de 2010

Ah, qué amistades!


Doña Elenita y Don Paco, una amistad de décadas...


*

Cómo vengo de una familia muy saludadora, me resulta difícil entender a esa gente que encontramos en la calle y a veces finge no habernos visto.

A lo mejor tuvieron una mañana difícil o hemos sido impertinentes con ellos en el pasado, pero un ligero saludo, aunque sea un gesto, no quita la civilidad.

Debo reconocer que yo también he incurrido en eso. Soy un alma distraída y los años de miopía han limitado mi capacidad de percepción perimetral. Pasan junto a mí y no los percibo. Incluso, aunque me convenga mirar a la aparición en turno, no me doy cuenta a primera instancia.

En consecuencia, muy seguido saludo a gente que confundo con otra y luego ya no encuentro como remediarlo. Termino creando nuevas amistades.

Es muy fácil reconocer a esas personas que no consideran la cortesía como un asunto permanente. Mi método se basa en la observación. Si alguien no nos quiere saludar, de manera inconsciente disminuye el paso, como arrepintiéndose de toparse con nosotros… luego aceleran un poco, sin darse cuenta, y miran hacia otro sitio, así como distraídos.

Estudié teatro muy joven, con el Mtro. Casto Eugenio Cruz, y desde entonces aprendí la importancia de los gestos, el lenguaje corporal, la manera en que expresamos u ocultamos los verdaderos sentimientos.

Los auténticos distraídos pasan junto a nosotros con la vista al frente, sin revisar aquellas cosas que llevan en la mano o su oportuno celular. Los esquivos se cruzan la calle unos metros antes… a esos antipáticos los castigo interceptándolos en su fuga, obligándolos a que me den la cara, sin revelarles que me di cuenta de sus previas intenciones de fuga. Perdono, pero no olvido.

Con las redes sociales ocurre algo parecido. Dos conocidos, que actualmente detentan un poder político temporal y son mucho mayores que yo, no han deseado aceptarme como amigo virtual, a pesar de que hemos colaborado antes y les he hecho más de un favor.

Esto es fácil saberlo porque el moderador de la red social deja de insistir en que te vuelvas amigo de la otra persona… persona que está activa en Facebook porque te enteras - por la misma red - que ha seguido aceptando a otros amigos. ¿De eso se trata la amistad?

No todos podemos ser amigos de todos. Alguien me crítica por ser demasiado generoso con eso, de tener una bolsa de amigos en vez de un grupo selecto, una élite personal. Pero crecí en un mundo multitudinario, donde toda la gente se conocía y se ayudaba sin necesidad de invocar las relaciones personales o de ocultar los intereses del momento.

Entre lo positivo del carnaval, existe el hecho de que permite reencontrarse con otros o hacerse amigo del desconocido, en un marco de cordialidad y júbilo. El acto de salir a una tradición popular revela ese deseo. Uno se encuentra en el marco de la fiesta con personas de las que a veces no recordamos haber sido presentados o sólo ubicábamos de vista.

Durante mucho tiempo, de manera popular, automática y sintomática, el carnaval fue una celebración espontánea de la amistad. La ciudad ha crecido y ciertos valores decrecido con ella. Aún así, sobreviven focos de esa magia tribal que nos hacía encontrarnos en el rostro de la multitud y reflejarnos sin miedo en el colorido de sus máscaras.

Y así como existe gente que va por la calle, como si fuera la Reina del Carnaval, no deben olvidar que la propia reina sí nos saluda a todos: desde lo alto de su trono y su cauda, en un mensaje silencioso que no debemos de olvidar, mantener y, por supuesto, acatar.