domingo, 13 de febrero de 2011

Amor en letras





El amor en la literatura, comparado con otros temas, es asunto bastante reciente si lo confrontamos con la guerra, el odio, los caprichos de los dioses y los de la naturaleza misma.

Las epopeyas de la antigüedad tienen episodios violentos donde el romance es elemento secundario. La posición de la mujer es terrible, casi como valor de uso o trofeo político.

En el Ramayana o el Mahabaratha de la India, los hombres nunca se enamoran. Ya ni se diga en las tradiciones egipcias, babilónicas y hebraicas.

El gran trasfondo de la Ilíada no es el romance de Héctor y Elena (de hecho, las relaciones homosexuales entre Aquiles y Patroclo son un trasfondo igual de importante que las batallas de helenos y troyanos).

Nos encanta creer que el enfrentamiento entre Troya y los griegos surgió por un gran amor: en realidad, lo que estuvo en juego fueron las rutas comerciales de Oriente que tenían su base en Turquía. Como todas las guerras, el asunto era el dinero.

Los arqueólogos descubrieron en Troya restos de jade y demás evidencias de un encuentro refinado con las culturas asiáticas… en ese tiempo, los griegos eran una horda de pastores que peleaban entre si a lo largo de su árido país, al calor de vinos resinosos. Querían acceso a ese mundo y esta guerra los benefició, así como los enfrentamientos con Persia. Y en su mitología, las mujeres son crueles como Hera, imprudentes como la ninfa Eco o madres asesinas como Medea.

El ideal del amor, como tema principal en una creación literaria, analizado de principio a fin y donde los personajes viven atrapados por su hechizo, surge hasta la Edad Media. Es en el llamado “Amor cortesano” de los poetas provenzales y su versos galantes donde los académicos han situado el origen de este tema que hoy es infaltable en la poesía, el cine y donde quiera que la creatividad necesite dotarse de interés para las masas.

Antes, hubo breves epigramas amorosos en la antigua Roma, hechos por Catulo, Marcial y Propercio, poetas fallecidos antes de los 30 años y que por ello quizá sus obras fueron consideradas pecados de juventud.

El romance era algo poco serio para tomarse en cuenta en la literatura, acaso una desviación adolescente. El matrimonio, como hoy, era cosa práctica y razonada. Gracias esa visión, el gran poeta de Roma fue el pomposo Virgilio, que murió a edad avanzada mientras paseaba en la galera del emperador Augusto.

De estas dos fuentes, surgió la poesía de Dante Alighieri y la menos conocida de Francisco Petrarca. El amor a Beatriz Portinari es el sosten de La Divina Comedia y en su infierno revolotean dos amantes suicidas, Paolo y Francesa.

Petrarca es el primer gran enamorado de la literatura, tanto en los textos como en la vida: sus “Sonetos a Laura” surgieron por una mujer que lo dejó fulminado el 6 de abril de 1327, mientras salía de la misa de Viernes Santo a las 15:00 hrs. Antes de él, A NADIE se le había ocurrido darle importancia poética a un enamoramiento y, además, registrar el inicio de su calvario.

Advierto que una cosa es el amor y otra el sexo: éste no falta en las grandes obras de la antigüedad e incluso es la chispeante materia que mueve otras obras medievales como “El Decamerón” (Italia), “Los cuentos de Cantebury” (Inglaterra) y “El libro del Buen Amor” (España). Faltaban largas décadas para llegar a “Romeo y Julieta” o los madrigales de Sor Juana y Gutierre de Cetina. Ni el romance de Don Quijote y Dulcinea llegó a concretarse.

Hasta el tema del amor a Dios se maneja poco en la Biblia: sólo en el Cantar de los Cantares, San Juan y las Cartas de San Pablo se menciona directamente, pero eso mejor lo dejamos para Semana Santa.

domingo, 6 de febrero de 2011

Marquesados Literarios: un paseo por autores y títulos nobiliarios




Los marqueses más populares en la literatura son dos: el Marqués de Sade y el Marqués de Carabás: éste último suele ser uno de los primeros miembros de la realeza que los niños conocen, especialmente si sus padres pusieron a su alcance “El Gato con Botas”.

Del marqués de Sade han corrido más leyendas y referencias que de cualquier otro personaje similar de las letras. Su título era falso; aunque en la ciudad de Lacoste, en Vaucluse, Francia, aun se conserva un castillo que fue de su familia.

Para mayor referencia del mundo de la moda, acotemos que este castillo y casi todo el casco antiguo de Lacoste son propiedad del diseñador Pierre Cardin, quien enfrenta serios problemas con los lugareños por sus actitudes señoriales, las cuales incluyen el hecho de que nunca saluda a los nativos al pasear por la calle.

En la lengua española, pasando a terrenos más serios, tenemos al Marqués de Bradomín, creado por don Ramón del Valle-Inclán y especie de “otro yo” estilizado del autor gallego, y personaje de sus novelas llamadas “Sonatas”. La gente de su tiempo se refería al autor como “El señor Marqués”, asunto que no le desagradaba.

(Hay por ahí una producción fílmica de las Sonatas hecha en España, dirigida por Juan Antonio Bardem, tío del actor de “Biutíful”, en la que aparece María Félix.)

Valle-Inclán es un personaje mitad del siglo XIX y mitad del siglo XX. Sus famosas barbas de chivo provocaron muchos chistes y es pionero de dos detalles modernistas: escribió la primera novela sobre la figura de un dictador latinoamericano (“Tirano Banderas”) y también es el primer autor español de quien se tiene noticias de que fue fumador de algo más que tabaco, según dejó escrito en un libro llamado “La pipa de Kif”.

Camilo José Cela es otro escritor que ha sido elevado a la realeza. Nació en Padrón, también en Galicia, como Valle-Inclán, más exactamente en una parroquia llamada Iria Flavia. Luego de recibir el Nobel, Camilo José Cela fue erigido como Marques de Iria Flavia, distinción que por cierto no se le dio a los dos otros Nobels españoles anteriores: Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre.

Tal vez no les tocó porque la costumbre de dar títulos heráldicos a los escritores y artistas populares nació antes en Inglaterra, donde se nombró caballeros a personajes como Sir Rudyard Kipling o Sir Lawrence Olivier, quienes eran tipos bastante solemnes en los años cuarenta.

Uno de ellos fue cantor literario del Imperio Británico y el otro un emblemático actor shakespereano que hasta se casó con Vivian Leigh, más recordada como “Scarlett O’Hara”.

Más recientemente, se nombró “Sir” a figuras Pop como Sir Paul McCartney y hasta Sir Elton John. Esto fue un intento de las casas reales para ganarse la simpatía de los electores que fue seguido apresuradamente por la Casa de Borbón, también cada vez más cuestionada por sus súbditos. (Felipe González se negó a aceptar un título nobiliario por coherencia con su pasado socialista).

Tengo curiosidad por saber cómo será el escudo de Mario Vargas Llosa. El de don Camilo tiene “dos plumas de oro dispuestas en aspa, sobre campo de azur, acompañadas de tres veneras de plata, una en cada flanco y otra en punta, y en lo alto una estrella de ocho puntas de oro”, según consulté en una página oficial.

Si Gabo hubiese adquirido la doble nacionalidad y, de haberle tocado ese honor, hubiera tenido el redundante título de “Marqués de García Márquez”, aunque quizás él prefería ser “Príncipe de Macondo” o “Conde de Aracataca”.

A ver si uno de estos días, Su Majestad Don Juan Carlos de Borbón y de Borbón, amanece con sentido del humor político y tiene la ocurrencia de, a manera de consuelo, nombrar a García Márquez Paje Oficial de Don Fidel Castro, amo y señor de la isla de Cuba y amigo suyo hasta la ignominia.