domingo, 21 de noviembre de 2010

QUÉ SI HUBO REVOLUCION




Ya lo sé: a estas alturas estamos tan cansados del debate que hasta se considera ocioso retomarlo, sobre todo por la idea establecida de que la Revolución Mexicana se quedó en el camino.

Esa noción de incomodidad, de duda y molestia hacia el estado que nos gobierna y el estado de cosas que nos desgobiernan, son ya un sentimiento generalizado y preocupante.

Sin embargo, hace días leí algo que me hizo reflexionar hasta cierto punto de lo contrario. Y es en estos momentos cuando más debemos hacerlo.

Desde los años 60, a partir del análisis marxista de la historia y a contracorriente del triunfalismo gobernante, surgió una escuela que denunciaba el fiasco de la lucha armada y sus ideales utópicos.

En ese sentido, no dejaría de recomendar el libro de Adolfo Gilly “La revolución interrumpida”, que por cierto fue escrita durante los 5 años que estuvo como preso político en la prisión de Lecumberri, en la época de Díaz Ordaz/Echeverría.

Ese libro fue de los primeros en poner en duda el éxito del proceso revolucionario; no obstante a que hoy sostengo una tesis divergente, no dejaría de seguir recomendando su lectura por la validez de sus reflexiones, inéditas en su tiempo.

Pero han pasado 40 años desde ese periodo de análisis y hace poco vi una entrevista del historiador Friedrich Katz, recientemente fallecido y autor de una monumental biografía de Pancho Villa, en 1998, donde ofrece otras visiones a raíz de hechos recientes, como por ejemplo, el desplome de la URSS.

Katz sostiene que, a pesar de sus trapacerías, iniquidades y momentos de confusión, la Revolución Mexicana nunca llegó al extremo de la ingeniería social del terror, que es el gran pecado de las revoluciones, como fue el caso de la Francesa, la Soviética, la Camboyana y la mayoría de las que acontecieron en el Siglo XX.

En el caso de China, está la terrible “Revolución cultural” que se resumió en diez años de conflictos, muertes y atraso cultural, luego del fracaso del “Gran salto hacia adelante” propugnado por Mao... A la fecha en China hay represión y un Premio Nobel no puede salir a recibirlo.

Que no hayamos tenido en México grandes grupos de exiliados, asesinatos en masa sistematizados y leyes de prohibición total a la libre expresión y al libre tránsito, es una gran ventaja que casi sólo aprecian los mexicanos de origen extranjero, como fue el propio Friedrich Katz y Jean Meyer.

Un cambio fundamental aquí en México fue la abolición de la burguesía terrateniente como factor político de primera importancia. En toda Sudamérica, espacio en el cual esa élite quedó intacta, fue donde más se prohijaron y multiplicaron golpes de estado y desórdenes que aun los agobian.

El aspecto educativo, en donde se impulso la lucha contra el analfabetismo y la creación de escuelas rurales, hoy es insoslayable por sus alcances, a pesar de lo deteriorado de la imágenes de los mentores y sus líderes.

La burguesía agraria fue el principal enemigo de la industrialización y la preparación de las masas. Luis Terrazas, dueño de buena parte de Chihuahua, se negaba a que hubiera escuelas en sus haciendas: “No necesito abogados, necesito peones”, fue su respuesta.

También tuvimos el acceso de las clases populares al poder político: en Sudamérica y otras regiones sin revolución casi no se vio gente de origen humilde o de aspecto étnico en los cargos de importancia. Demasiados de sus gobernantes han venido directamente de la aristocracia criolla.

En fin, comparto estas conclusiones de uno de los historiadores más respetados que hemos tenido, también crítico a otros resultados adversos de la Revolución, en aras de abonar algo a una reflexión nacional que tanto nos urge. Descalificar un hecho del pasado cuyas consecuencias positivas aún estamos viviendo es algo que debe ser producto de un verdadero análisis completo. Nunca dejaremos de apreciar el ejemplo de Madero, Villa, Zapata y muchos otros: en la Unión Soviética, país cuya revolución por largo tiempo se considero más exitosa que la nuestra, es muy difícil ver hoy a Lenin, Trotsky y Stalin reconocidos como héroes patrios. Y los gobernantes de las provincias no son elegidos por los electores, como es el caso actual de México, si no por la mano inamovible del Zar Vladimir Putin.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Vieja música... ¿nuestra?




Hace días vi la cinta “Enemigos públicos”, basada en la vida del famoso asaltabancos John Dillinger, y me tocó ver una secuencia donde Johnny Deep -a bordo de un vehículo de los años veinte y en plena fuga por un páramo-, se pone a cantar con un niño una melodía muy del repertorio nuestro: “El último rodeo”.

Originalmente titulada THE LAST ROUNDUP, esta composición fue un gran éxito de la orquesta de George Olsen en 1924, con una versión lenta y casi a ritmo de vals. Fue regrabada casi diez años después por Gene Autry, popular cantante cowboy cuya estrangulada voz era parodiada hasta en las caricaturas.

Esta pieza fue compuesta por Cisco Hill y al parecer cobró segunda vida al ser grabada a ritmo de foxtrot, un ritmo que podemos entrever en algunos éxitos locales como el “Cinco de chicle” o “Tecateando”. Llegó a ser hit también con Bing Crosby, Roy Rodgers, Johnny Cash y Dean Martin. La letra es melancólica y llena de referencias a una despedida en el torno de la vida de los cowboys.

También era conocida como “Git along little doggie, git along”, estribillo de la melodía que alude a una manera cariñosa de arriar al caballo mientras se le monta, aunque un amigo cercano a la cultura gringa campirana me dice que el término “Little doggie” también se usa para referirse a las becerros huérfanos. En todo caso, acabo de ver una película en la que Tin Tan, en su papel de pachuco, le dice esa frase a su caballo luego de cantar la canción de “El Jinete” de José Alfredo Jiménez… a bordo de un carrusel de feria. (Tin Tan en La Habana, 1953)

Otra melodía nuestra que encontré en una película gringa fue en la desquiciada comedia “1941” de Steven Spielberg, en donde vemos a un submarino japonés -comandado por el samurái Toshiro Mifune- llegar a la costa de California con intenciones de destruir Hollywood. Por un error ataca un parque de diversiones y ya imaginará usted el tipo de enredos y explosiones que se detonan por toda la trama.

En esa cinta, John Belushi pilotea un avión de combate enloquecido, provocando más destrozos que un ataque real, mientras entona una canción que algunos aquí llaman “Corazón de teja” y otros “Corazón de Texas”. (La “x” y la “s” provocan todo un cambio geográfico, más terrible que los postulados por la Real Academia de la Lengua).

Me dice un estudiante de música que en “El último Emperador” de Bernardo Bertolucci se escucha a ritmo de ragtime la cumbia de “El chinito bailador”, hace unos años regrabada por Lizárraga Musical. Mi madre me confirma que de niña veía que la bailaban sólo las mujeres. ¿La considerarían en los cincuentas una melodía poco varonil o imperaba con mayor brío el racismo local hacia los orientales? Vaya.

Otro hit gringo perdido que pegó mucho aquí, según Amado Nervo en sus crónicas de El Correo de la Tarde, se llamaba After the Ball, clásico vals de tres por cuatro que, de tan repetido y mencionado en las tertulias provocó que hasta Nervo estuviera en contra suya. De hecho a todos los hombres les molestaba por irreal, mientras que a las mujeres les parecía lo máximo.

La trama de la canción pone a un caballero ya maduro a quien una sobrina imprudente le pregunta porque nunca se ha casado y porque no tiene hogar ni bebés. El tipo se pone a filosofar -de la manera en la que sólo pueden hacerlo aquellos hombres que han desperdiciado su juventud en francachelas- y le dice que “después del baile todo termina, quedan las ilusiones rotas y mi vida se destruyó después de un vals”.

Sucede que una dama a la que galanteaba le pidió que la dejara sola para tomar agua; él la siguió discreto y la sorprendió besando a un hombre. La mandó al Hades; ella intentó explicarle mientras él se negaba hasta que, años más tarde, ya muerta la mujer, descubre gracias a una carta que el tipo del casto beso era su hermano.
Fin de la historia, fin del vals y fin de la fiesta.

Pero la melodía gringa más antigua en aclimatarse en nuestras marismas fue también una de las más gringas: “Oh, Susannah” (1848), de Stephen Foster, que durante los tiempos de la Fiebre de Oro, cuando Mazatlán estaba en la ruta de los vapores a San Francisco, hasta llegó a considerarse composición local, según rescata Herrera y Cairo. Hasta se habla de que en una derruida finca del Viejo Mazatlán el fantasma de una mujer se pasea en las noches entonándola y bailándola con gran energía.

¿Será que los niños que cantan la versión de Tatiana en las piñatas, sin darse cuenta, están recuperando así una tradición perdida? La verdad hoy no me atrevería a establecerlo.

http://www.youtube.com/watch?v=2vLk1MyAcFE