domingo, 28 de junio de 2009

Estrellas de los 80s





Se derrumban por su propio peso los años ochenta. Apenas nos está cayendo el veinte de lo que fue el Siglo XX.


Nuestra necesidad de un santoral laico ha dotado a las creaciones de la farándula de poderes omnímodos, al grado de que los políticos se acercan a ellos para tratar de impregnarse de su aura. No deja de ser simbólico que Michael Jackson haya muerto en un hospital llamado Ronald Reagan, otro gran timonel de esa decena mediática.

Los iconos ochenteros de nuestro país parecen más bien de la década anterior. Gracias a uno de ellos, llamado Raúl Velasco, la noción musical de muchos sobrevivientes de ese tiempo equivale a Yuri, Juan Gabriel, grupos prefabricados en serie, además de Lupita D Alessio, Emanuelle o Yoshio.
Por esa misma época. Miguel Bosé presentaba temas de vanguardia, la trova se desarrollaba invisible a pesar de la calidad de figuras como Milanés y decenas de intérpretes mexicanos, olvidados entre el mitin, la huelga o el desgañite universitario.

Nos atiborraban de música de Madonna mientras Paul Simon experimentaba con los ritmos africanos. Nada más los underground oían a U2. Sólo la imparable oleada de grupos españoles dotó de aire fresco a ese monótono Festival OTI de todos los días.
El mundo cambió con la aparición de MTV, pero México llegó tarde a esa fiesta porque se decía que, debido a la intervención de una primera dama, se le había censurado por su carácter pornográfico… (No se ría usted, a finales de esa misma década se discutía que un video de Luis Miguel, -"Cuando calienta el sol"-, era inmoral porque exhibía mujeres en tanga).

El video de Thriller recuerdo que solo podía verse a las doce de la noche, justo cuando se acababa la transmisión del canal 5 y antecediendo el Himno Nacional, aunque es justo decir que más adelante fue reproducido en “Estrellas de los Ochenta” en horario sabatino
Parte de su tema musical también fue usado como rubrica del canal 5, mucho antes de que se volviera un long hit. Raúl Velasco llegó a anunciar a Jermaine Jackson en su programa, presentación que se canceló por una repentina enfermedad en la garganta del cantante y de la cual ya no se volvió a hablar, por cierto.

Como quiera, nos fue bien, porque la generación anterior conoció a no pocos de sus ídolos solo gracias a Notitas Musicales o las invocaciones de Luis Navarro Pang en “La Hora del Estudiante”.
Desde que Diaz Ordaz canceló un concierto de Jim Morrison donde estaba involucrado su hijo rocanrolero, México se volvió una plaza boletinada para los empresarios, a pesar de su ventajosa cercanía con los gringos. El concierto de Rod Steward de 1989, en el Estadio Corregidora de Querétaro, que fue de todos modos algo inesperado, podría marcar el final de una década musicalmente inexplicable.

Apéndice Sinaloense:


¿Cuál será el icono mazatleco de esa época? No podemos hablar de figuras pero si de lugares, como lo fue el Mauna Loa en los setenta. Me resisto a pensar que a la disco Frankie Oh corresponda esa categoría, especialmente por la serie de simbolismos ahí presentes sobre esa época de falso glamour, consumismo, total predominio de la cultura pop y sus valores en cualquier nivel de vida.
La ruina actual de esta discoteca podría ser un mausoleo a ese periodo de culto a la apariencia y lo superficial. No existía la ecología, el desarrollo cultural de Mazatlán o el compromiso social y político, aunque ahorita la gente ya encontró un buen pretexto para no seguir votando. La fachada de ese centro olvidado me recuerda las mil y un cirugías del desventurado Michael Jackson. Descanse en paz con él toda una época misteriosa.

miércoles, 24 de junio de 2009





"Un libro no se dirige a los vivos, aún menos a las generaciones por venir; se propone consolar a los muertos, hacerles justicia, acordarles una dignidad y un consuelo a su vida. La muchedumbre difunta que llega por todas partes, nos rodea, se nos presenta, y una vez en nosotros, procede a librarnos de la redundancia, y va en busca de las palabras justas y una cadencia para que por fin se entienda eso que tenían que decir. Escribir es seguir su paso, sin trazo, darles la palabra, convertirse en su escritor público. Los muertos lo necesitan, para que se pierdan sin término en un sueño más grande que la noche.



Héctor Bianciotti


(Citado por mi amigo Hugo Valdés en su nueva novela)



domingo, 21 de junio de 2009

El voto de los muertos

Ahora resulta que la gente no quiere votar. A menos de 100 años de que nuestros abuelos y bisabuelos se levantaron en armas para exigir el respeto al sufragio efectivo, una generación de desencantados se niega a hacerlo por desdén a la actual clase política.

Yo tengo varios motivos para no despreciar ese derecho ganado. El más antiguo es que mi bisabuelo Alejo León Tirado se levantó en armas con el grupo político de La Noria y anduvo varios años en esa lucha por varios sitios del país.
Mi abuela Bertha nos contaba a nosotros los años que no supieron de él, hasta que apareció cuando ella estaba en edad escolar y ya lo daban por muerto... Gracias a Dios, vivió muchos más como hombre de trabajo y, a edad avanzada, servía como velador en las construcciones de mi abuelo, usando el mismo revólver de sus tiempos mozos.

Recuerdo que en mi infancia, a la edad de seis años, descubrí que todo Mazatlán se llenó de anuncios para apoyar al candidato José López Portillo. Como recién estaba aprendiendo a leer, puedo visualizar los rótulos perfectamente porque me ponían a descifrarlos en voz alta, ya que esa fue una de mis únicas gracias de niño. (“La solución SOMOS TODOS”, decía el más socorrido)

No había otro candidato, salvo algunas pintas apresuradas, de rojo spray, que invitaban a votar por Valentín Campa… Los otros partidos, PARM y PPS, también apoyaban a López Portillo.
A la fecha, Acción Nacional reconoce que fue un error no haber lanzado candidato a esa contienda. ¿Pensarán lo mismo dentro de unos años la gente que hoy se manifiesta a favor de un voto nulo?

La izquierda, entonces clandestina, invitó a la gente a votar por Campa. Se pensaba que, si la gente ponía su nombre en las boletas aunque no éstas no representasen votos válidos, se enviaría un mensaje al grupo en el poder.
Por fortuna, Reyes Heroles se dio cuenta de que este país se iba a ensangrentar entre la guerrilla y la crisis si no se abría el juego político. Se dio registro al Partido Comunista: Acción Nacional se fortaleció con nuevos cuadros y el propio PRI viose obligado a revitalizar su equipo y reglas internas.

Vivimos la modernidad líquida. Los hechos nacionales se han precipitado de tal manera que las condiciones, dramas y expectativas se modifican antes de que a la mayoría de nosotros nos caiga el veinte. La tercera ola de Alvin Toffler aún nos tiene girando en medio de la resaca.
¿Somos la generación del “ya merito” o la de los desencantos provocados por el exceso de esperanza, depositada sobre seres tan parecidos y tan diferentes como lo fueron Vicente Fox, AMLO, Salinas de Gortari y demás personificaciones que siguen dado noticia? A lo mejor somos la primera generación que siguió contaminando a su país sin complejo de culpa y ni siquiera lo sabíamos. O también el primer reality show en donde todos somos extras y nadie gusta de pasar al confesionario.

Considero lícito invitar desde este espacio a cumplir con un derecho ganado que no sólo costó dolor y sangre, si no también años de sacrificio para las familias que perdieron a sus familiares, tanto en la Revolución como en la Guerra Sucia de los años setenta.
Claro, la gente desconfía porque hemos vivido en un país donde hasta los muertos votaban. Antes no era raro encontrar en los registros datos de ese tipo.

Quien deposita su voto en una urna no sólo lo hace por los vivos. También lo hace por los muertos, por la suma de aquellos que no tienen voz o no pueden alzarla. Respeto a quien confía en que el voto nulo pueda ser un arma, pero es mi deber en este espacio compartir mi opinión personal sobre en un asunto que forma parte importante de ésta o de cualquier otra cultura civilizada.

sábado, 13 de junio de 2009

AQUEL FAMOSO JEEP 55




Entre esa luminosa etapa que va de los veintitrés a los treinta años, tuve como compañero fiel de aventuras, trabajo y diversión, un formidable Jeep Willys 1955… Color verde metálico, cabina cerrada y parrilla triangular, su estampa lo mismo recordaba a los Intocables de Eliot Ness que a un fin de semana en la playa.

Era fascinante andar todos los días en un ícono de la época dorada. Me acostumbre a vagar por el malecón y que la gente le sonriese a mi carrito. No faltaban algunos automovilistas que se me emparejaban para preguntarme si le servía la doble tracción, si lo vendía o, al menos, saber a que año correspondía el modelo.

No tenía vidrios ni cerraduras, pero jamás nadie intento robármelo. De hecho. durante casi siete años encendió con cualquier llave… hasta que un día fui a un taller eléctrico, lo dejé para reparación del arranque y el mecánico tuvo la ocurrencia de arreglarle el switch. Chihuahua, ese era un carro que nadie se podía robar.

Llantas gordas, rines de artillería y sirena de ambulancia. No le faltaba hablar porque tenía una alarma de reversa con voz de niño: “atención, este coche está retrocediendo”. Contaba con una defensa con siluetas de mujeres niqueladas en la placa delantera y en la trasera unas palmeras de cinco hojas. La lámina sonaba como tanque de guerra y un mal día que me quedé sin frenos me estampé contra dos camionetas sobre el malecón.

A mi nomás se me dobló la defensa, pero en el mismo taller donde llevaron los vehículos lesionados y regateamos el servicio, el propio mecánico me regaló una defensa de Jeep, tubular, equipada con garfios para jalar vehículos atascados.
En otra ocasión, se me salió una rueda y ni cuenta me di. Por fortuna, al quedarme sin frenos y dar el golpe al volante, la rueda volvió a su sitio, sólo que giró forzada varias cuadras, destruyendo candelero, balatas y demás sistema interno del tambor, hasta que logré entrampar el motor con los cambios y dejarlo embancado en un camellón. Cuando fui por mi padre para jalarlo con su camioneta, me dijo que no íbamos a poder hacerlo: con la más mínima vibración, la
rueda se iba a salir sola y el arácnido venirse de bruces. Me fui corriendo por la grúa.

Lo que siguió fue un vía crucis para encontrar las piezas. En algunas refaccionarias, al ver la muestra, los dependientes se quedaron sorprendidos. “¿Qué carro es ese, un tractor o qué?”, preguntaban al ver la solidez y el desgate férreo de la pieza. Aún herido de muerte, mi viejo Jeep inspiraba respeto a los iniciados. En esa ocasión no encontramos las refacciones, ni siquiera en los yonkes.

Resignado, recordé que en la isla de en medio había una carcasa de Jeep, abandonada desde los años sesenta, a la que nos subíamos a jugar de niños durante los paseos. Fuimos mi padre y un primo en mi velero (debo añadir que también por esa época también tuve un velero, el complemento perfecto para el Jeep) y con un cincel botamos la rueda oxidada, la traje al puerto, puse a un técnico a rectificarla con un torno, la colocamos… y que le fue quedando.

Mi viejo Jeep y yo tuvimos varias victorias hasta que mi profesión me obligó a tener un carro más práctico y discreto. Seguí en el estilo Vintage y me compré una Wagonner 86, la última que salió, y la estrené en la navidad de 1999, como parte de mis festejos personales de la llegada al año 2000, así como el inevitable arribo a los treinta años. Yo creía entonces, ingenuo de mí, que esa era la edad de la madurez, la tranquilidad y la resignación. El momento donde uno empieza a sacar juventud de la cartera.

Va a esta crónica automotriz dedicada a todos aquellos quienes han sabido reconocer, en un vehículo y en sus peripecias, el camino secreto de la nostalgia.

miércoles, 10 de junio de 2009

Whitman: Hojas de yedra para el hombre común


Publicado en DIA SIETE


Walt Whitman no sólo fue el inaugural cantor de una América cuyo verso retumbó por primera vez en todo el orbe: también fue el primero a quien el propio continente escuchó con atención. En un tiempo que la visión del Nuevo Mundo equivalía a un desordenado conjunto amorfo, él demostró que la poesía podía darse aquí, fantasmagórico entorno que ante los europeos se alzaba en barbarie de tribus emplumadas contra ejércitos de opereta. Y no sólo escucharon la voz de Whitman si no que también aprendieron bastante de su diapasón verbal, un verso esgrimido magistralmente contra el yunque forjador de una conciencia continental.

América entonces era una identidad difuminada en países jóvenes, plagados de enfrentamientos internos y desencuentros fronterizos, diametralmente debatidos entre el sueño trunco de Bolívar, la Doctrina Monroe y el carruaje en fuga de Benito Juárez... Liberales y conservadores se enfrentan en México mientras al norte del río Bravo una guerra civil de puntos cardinales incendia pastizales y campos de algodón. En esa hoguera, un enfermero voluntario trató de curar las heridas de una nación con los poderes invisibles de la poesía, publicando sus libros en modestas ediciones de autor y celebrando al hombre común, aquel que vivía preso en lo cotidiano de un mundo joven, sin obras maestras ante si o catedrales góticas a cada plaza. Me celebro y me canto a mi mismo, anuncia claramente al inició de su pregón en Hojas de hierba. Cantarle a la individualidad era cantarle a todos los hombres, gracias a la nueva fraternidad - todavía imperfecta- de la democracia, un valor inalcanzable aún en la Europa monárquica y arrogante.


Una vida americana

Como el futuro Hemingway, como John Dos Passos, Whitman sirvió en el área de sanidad mientras su país se debatía en una guerra, en su caso intestina. Uno de sus versos menciona el horrible sonido de los miembros amputados al caer en la cubeta: seguramente, en esa época anterior a los antibióticos y donde los médicos debían tomar decisiones rápidas, Whitman auxilió a soldados fulminados por la sierra del cirujano sin mayor anestesia que la plegaria y un sorbo de whiskey.

Su biografía es muy similar a la de los seres comunes a los que él canta. No hay sucesos extraordinarios ni grandes viajes que revelen experiencias más allá de lo cotidiano. Allan Poe, sin salir de Nueva Inglaterra y con una vida más breve, pasó por más vivencias que las recomendables para cualquier ser humano; mientras que Mark Twain recorrió vastas regiones de su país y el extranjero, transitando entre el periodismo, la literatura y una peculiar celebridad en vida. Whitman no conoció muchos de los sitios que enumera en sus versos, mencionados con la misma prodigalidad de Adán al nombrar las cosas en el día de la creación. Lo único pintoresco de su anecdotario es que de joven solía declamar versos de Homero y Shakespeare ante el oleaje y las gaviotas de Coney Island. Su vejez fue tranquila, tal como su barba patriarcal parece insinuar; aunque vivió solitario y padeció de parálisis en sus últimos años.

La sinfonía del Nuevo Mundo de Walt Whitman es más bien un viaje compuesto, alrededor de la alcoba, que una travesía de Jack London, David Crocket o el propio William F. Cody. Los ríos salvajes que invoca, las luminosas mañanas ante legiones de bisontes o las escenas de guerra en Texas que describe son en buena parte producto de su imaginación. Las muchedumbres que tanto amaba pueblan sus versos de tal modo que parecen anticiparse a las técnicas del collage y la velocidad del zapping televisivo. Habrá que averiguar hoy si la variedad de las imágenes de un poema de Whitman tienen un equivalente con cualquier segmento de la programación de MTV. ¿Existe algo más estadounidense que eso?

En un país donde los escritores se forman desempeñando oficios manuales antes de encontrar su vocación definitiva, él no representa la excepción. Fue ayudante de un abogado, aprendiz de tipógrafo, albañil, carpintero, periodista y oficinista en más de una ocasión. Podría pensarse que su experiencia de enfermero en la guerra civil es lo más fuera de lo común que experimentó, pero no es así. Quizás para nosotros los mexicanos la guerra sea una abstracción de las noticias, aunque no para los nacidos en Estados Unidos: desde hace más de un siglo, ellos no han dejado de tener un contacto intermitente y generacional con los horrores de la lucha armada. Ahí Whitman se vuelve contemporáneo lo mismo de las madres que perdieron un hijo en la Guerra Hispanoamericana –acontecida seis años después de su muerte-, que de los abuelos de hoy que, gracias a Obama, pueden observar el ataúd de un nieto caído en Irak a la hora de las noticias.


El profeta trascendental


No era fácil entonar una fanfarria para el hombre común en el mismo siglo de las Vidas Ejemplares de Carlyle. Apenas Marx y demás economistas iban a precisar que la historia no la hacían Cleopatra, Napoleón y Abraham Lincoln, sino el modo de producción y la manera de distribuir la riqueza entre los hombres. En Whitman aparecen los esclavos junto con el coro de voces que forman aquella Norteamérica anglosajona, veteada de tribus agonizantes, hombres encadenados descendiendo de las fragatas. Es así como lo afroamericanos aparecen como melodía constante a lo largo del oleaje de sus versos: trabajando en campos de caña mientras el capataz vigila en su montura; huyendo de cazarecompensas por las planicies del norte, o en la estampa de la esclava que presencia la subasta de su cuerpo ante hombres que no faltaron ningún domingo a su templo.

Ese tono elegíaco, entre bíblico y confidencial, es heredero directo de la tradición anglosajona y protestante de leer la Biblia en voz alta a mitad del foro. A pesar de que España fue el país católico erigido en campeón de la Contra Reforma, su literatura no se fundó en su traducción del libro sagrado, cosa que sí aconteció en Inglaterra con la versión King James y en Alemania con la realizada piadosamente por Lutero. (Hay filólogos afirman que la historia de nuestra lengua sería otra si hubiésemos elegido como libro canónico la versión Reyna-Valera o las pulcras obras de Quevedo, en vez de la rustica novela de Miguel de Cervantes). La aparición del profeta Withman fue algo casi natural en una nación donde aun se juran la Presidencia y los testimonios legales sobre una Biblia. Por ese tiempo, Lincoln dijo una frase que George Bush padre resucitó durante la Tormenta del Desierto: la Casa Blanca es un buen sitio para rezar.

Acostumbrados a ver la Biblia como un todo, nos cuesta encontrar los diversos registros en la obra de Withman y nos vamos con la finta de que todo el verso libre extendido es característica del Viejo Testamento. En Whitman afloran tanto las enumeraciones bucólicas que Job utiliza para ilustrar la teoría del sufrimiento como la ironía del Eclesiastés. Los cantos de Isaías a Israel, una nación cuya identidad era amenazada por invasiones militares y las religiones exóticas de sus vecinos, inspiraron el tono mántrico de Hojas de hierba. La América conservadora, devota de las reglas y la continencia, fue la tierra prometida donde pudo aparecer nuestro barbudo predicador cuyas religiones fueron la poesía, el hombre común y la democracia. Whitman, a pesar de su afán totalizador, no nos dejó una Biblia donde el Missisipi sea un nuevo río Jordán, pero su verso bien puede ser un sincero Sermón de la Montaña pronunciado en las Rocallosas.

El pecado original

García Lorca le escribe en las páginas de Poeta en Nueva York un canto con una corriente de homosexualidad subvertida y declarada. Ahí, el andaluz profesional traslada su drama a orillas del Hudson y enumera una serie de calificativos que entonces eran más políticamente incorrectos (“sarasas de Cádiz, Jotos de México, pájaros de La Habana”) como una letanía para exorcizar demonios personales. A pesar de muchas reivindicaciones de Whitman e intentos para erigirlo como primer poeta del amor sexual de los hombres entre los hombres, algunos críticos sostienen que su vida y su poesía solo tuvieron una asexualidad por lo mismo sospechosa. ¿Importa eso hoy en día? Harold Bloom sostiene que son más claros los signos del onanismo que de una homosexualidad discrecional. De paso, añadiremos que para Bloom, Neruda es sólo un pastiche de Whitman, mientras que Pascale Casanova afirma que fue el primero en vendernos la idea de la “historia del porvernir”: vivir en un país donde no hay pasado es estar a la vanguardia del futuro.

Quizás Whitman entonó su canto democrático porque deseaba que esa nación fragmentada en decenas de religiones, tonalidades de la piel y el conflicto sangriento entre un norte industrial y un sur esclavista se volviese al fin una sola entidad, donde un hombre podría ser igual a otro hombre y, al cantarse a la individualidad, se cantase a la masa y a uno mismo en un solo verso. “Muero con el moribundo y nazco con el niño que recogen en pañales”, sostiene democráticamente.


La respuesta iberoamericana, la voz del mundo

No fue inmediata la difusión y el encuentro de la obra de Whitman con sus lectores y acólitos. Su primera edición fue en 1855, siendo la definitiva hasta 1892, mismo año de su muerte. Pero cuando sus hojas de hierba se extendieron lo suficiente, su poder mágico encendió la imaginación de quienes creían que sólo el ajenjo montparnasiano y las flores del mal eran los únicos atajos para la inspiración lírica.
Su equivalente latinoamericano, Rubén Darío, lo saludó en vida con un soneto donde lo retrata como profeta digno del manto. Darío, un nicaragüense que publicó sus dos libros más importantes en cada extremo del continente -Azul en Valparaíso (1888) y Prosas Profanas en Buenos Aires (1896)- fue uno de sus más entusiastas difusores, a pesar de que el también miraba rumbo a la escuela francesa. En un mundo sin Internet, ferias del libro y tirajes modesto, la obra de ambos se propagó a velocidad sorpresiva.

Otro de sus primeros lectores fue José Martí, quien publicó en México “El poeta Walt Whitman”, fechado el 19 de abril de 1887 en el periódico El Partido Liberal. Para el autor de Versos sencillos, el lenguaje de Whitman, expresado en “versículos, sin música aparente” a veces asemeja “el frente colgado de reses de una carnicería; otras parece un canto de patriarcas, sentados en coro, con la suave tristeza del mundo a la hora en que el humo se pierde en las nubes; suena otras veces como un beso brusco, como un forzamiento, como el chasquido del cuero reseco que revienta al Sol”. Aún a la fecha se le reconoce a Whitman su poder ecuménico y se le crítica el forzamiento de algunos imágenes.

Jamás imaginaron Whitman y Martí que sus naciones no solo se enfrentarían en 1898 en una guerra rápida pero sangrienta, si no que personificarían uno de los conflictos más duraderos del Siglo XX: un siglo que comenzó con el hundimiento del Maine en Cuba y no concluye con los sucesos del 11 de septiembre, si no con las terribles escenas de Guantánamo.
Voces como las de Neruda, Ledo Ivo, León Felipe o Saint-John Perse no pueden explicarse sin la ventana de imaginación que Whitman le abrió la poesía. El propio Borges – y no escasos grandes poetas que luego seguirían otro derrotero – revela en sus primeros poemas la impronta constante del sabio de Camden. Y hemos mencionado a solo poetas de esencia latina, donde destacan los Nobel de Neruda y Perse. Hasta hubo duelos entre sus discípulos: León Felipe fue acusado por Borges de falsear sus traducciones de Whitman y darle un tono “a lo Núñez de Arce”, además de añadirle onomatopeyas, (lo cual es cierto, donde el norteamericano escribe “cada hombre golpea en su lugar”, L.F. le hace decir “Y todos dan en su sitio: pin, pan, pin, pan, pin, pan…”) Felipe respondió que él era tribunalicio y teatral como Whitman y que todo lo del mundo era suyo y valedero para entrar en un poema, hasta Núñez de Arce. Whitman quizás hubiera sonreído ante esa democracia panteísta aunque, a lo mejor, también habría ceñido un poco el entrecejo.

Tal vez por esa vocación de apertura, León Felipe se arrojó en su poesía y Joan Manuel Serrat declamaba en la España Franquista este poema, con los acordes de su canción “Campesina” y en la versión del viejo león de botica denostado por Borges: “Creo que una brizna de hierba, no es menos que el camino que recorren las estrellas, y que la hormiga es perfecta, y que también lo son el grano de arena y el huevo del zorzal, y que la zarzamora podría adornar los salones del cielo, y que una vaca paciendo con la cabeza baja, supera a todas las estatuas, y que un ratón es un milagro capaz de asombrar a millones de incrédulos. Y que la menor articulación de mi mano, puede humillar a todas las maquinas”. ¿San Francisco de Asís o Jehová regañando a Job cuando solicita su comparecencia?... Hay aquí también un eco de El Corán, donde vacas y hormigas ilustran el mensaje que el arcángel Gabriel le dictó a Mahoma en medio del desierto. Pero sobre todo, aquí yace y se yergue la poesía donde todos quieren venir hacia a mí / y yo quiero ir hacia ellos ./ Y tal como son, más o menos soy yo ;/ y de ellos / de cada uno y de todos / y de mi mismo… / sale está canción. (Canto a mi mismo, número XV: Hoy es cuatro de julio).




Juan José Rodríguez

domingo, 7 de junio de 2009

Camus: intelectualidad y política









Uno de los escritores que más admiro fue también uno de los más discretos y extraños. Extraño por que su vida fue peculiar y a su manera tranquila.



Hablo de Albert Camus, autor de “El extranjero” y “La peste”, donde narra una epidemia en la ciudad de Orán, en África. Por motivos evidentes, hoy esta novela está siendo releída con verdadero interés en buena parte del mundo. El mal que narra Camus cobra vigencia.


No sólo denuncia el problema de la salud. También el de la ignorancia como madre de los vicios y el fanatismo en su forma de soberbia social. “La peste” es vista por algunos como una metáfora de los avances del nazismo en Europa y el mundo.


Acudo a él porque, si bien es reconocido por su postura existencialista, hay dos renglones fundamentales en los que se mantuvo firme y que hoy en México, de cara a las elecciones, están en la mesa de discusión: su firme negativa a aceptar la pena de muerte y la necesidad de que intelectuales y artistas no se plieguen a los movimientos políticos sin discutir antes sus contradicciones.


Merecedor del Nobel en 1957, Camus fue contemporáneo de otros intelectuales franceses que movieron y conmovieron el siglo XX, André Malraux y Jean Paul Sartre, ejemplos para muchos sobre el papel del intelectual en la política. Estos dos últimos fueron marxistas comprometidos. Sartre apoyó al feminismo y a Fidel Castro; Malraux, como ministro de cultura de Charles De Gaulle, realizó actos memorables. Gracias a él se le devolvieron a México las banderas perdidas durante la Intervención Francesa de 1862.


Albert Camus alzó su voz pero tuvo un papel más discreto. Además era más entrañable. Entre los escritores circula una trivia: ¿en que se parecen Camus, Vladimir Nabokov y Juan Pablo II? La respuesta es que los tres fueron porteros de talento en ligas juveniles europeas.


La historia de Camus es tierna. Tuvo una infancia solar en el norte de África y jugaba de portero porque su abuela le prohibía desgastarse los zapatos. Mario Vargas Llosa se lo encontró muy joven en Paris, en la entrada de un teatro, y le preguntó en su mal francés si en efecto era Camus en persona, a lo cual éste le respondió en perfecto español y con un acento de ninguna parte, ya que su mamá era española de Orán.


La pobreza nunca le faltó, especialmente en su primera época de escritor. De ese tiempo dice que “saber permanecer sólo en París, durante un año, en una habitación miserable, enseña más al hombre que cien salones literarios y cuarenta años de experiencia de la vida parisina. Es algo duro, espantoso, a veces atormentador y siempre lindando con la locura, pero en esa vecindad la calidad de un hombre debe templarse y afirmarse – o perecer. Y si perece, en porque no era lo suficientemente fuerte para vivir


Albert Camus varias veces criticó a Sartre y Malraux que se plegaran demasiado a los dogmas del socialismo y la militancia partidaria. Decía que se habían subido al comunismo como quien se sube a un asiento y va hacia donde el movimiento se dirige sin chistar. Si el comunismo iba a la gloria se iban juntos, pero si se marchaba a la dictadura y la corrupción, nadie decía nada para no darle argumentos a los enemigos capitalistas.


También criticó el cristianismo y a la derecha. En resumidas cuentas, rechazó con gran inteligencia los defectos de aquellas ideologías que alejaban al hombre de lo esencialmente humano.


Al momento de su temprana muerte, él y Sartre estaban distanciados, pero él pidió decir unas palabras en su sepelio y concluyó con una frase sincera: “Estábamos peleados al momento de su muerte, pero estar peleados es otra manera de estar juntos”. Las cosas entre los grandes hombres nunca son sencillas.


lunes, 1 de junio de 2009

De la Marina




Alcemos hoy en alto la bandera del festejo para conmemorar el día de nuestra marina, jornada en la que se celebra a los hombres y mujeres que no pudieron negarse a una vocación esencialmente acuática, ligada al aliento del mar y el enigma de sus navegaciones.

Aires de memoria, el espíritu aventurero por lo general encuentra como primera inclinación el llamado de las mareas y las corrientes submarinas, canto de sirenas que no proviene de los arrecifes, sino del horizonte henchido de velas, arboladuras y estelas fosforescentes.

Hoy por nuestro canal de navegación se inicia un leve recorrido en que se levan anclas y se marcha avante, ese evocador término que nombra el avance de un navío mientras rompe el oleaje con la proa airosa. Y en la calle Venustiano Carranza también se invoca a quien diera inicio oficial a nuestra gesta naviera.

Mazatlán tiene más motivos para compartir este orgullo. Ahora que andamos en la esfera del centenario, no olvidemos que la única batalla naval de la Revolución Mexicana se llevó a cabo en Sinaloa. Por ello, dos de las calles más antiguas del puerto llevan los nombres de “Cañonero Tampico” e “Hilario Rodríguez Malpica”, quien fuera capitán de dicha nave. (Dejó a las nuevas generaciones que se tomen la obligación de descubrir donde está dicha rúa; algo escondida, pero no tanto.)

Otra particularidad de nuestro puerto es la primaria Gral. Ángel Flores: única institución educativa construida con forma de ancla, en homenaje al revolucionario quien se ganara su sustento en el mar. Y, visto de frente, el plantel nos recuerda a un navío en marcha.

La impronta marina se respira incluso en más motivos arquitectónicos. Fijándonos bien, veremos la existencia de varias casas en el centro de Mazatlán con líneas y giros que evocan más a un buque en dique seco que a una vivienda familiar. Mi madrina Julieta Montero vivió en una casa que parece un barco ascendiendo la cresta de una ola, con escalerillas, cubiertas y puente de mando.

Otros viven en fincas con claraboyas inmensas y ruedas de timón por ventanas. Varias generaciones de la Escuela de Ciencias del Mar tomaron al abordaje unos depas en Los Pinos que tenían la inconfundible forma de un barco.

Las generaciones de marinos que han surgido del puerto y su escuela han dejado huellas. Hagamos una mención especial para los tripulantes del “Potrero del llano” y el “Faja de oro”, hundidos durante la Segunda Guerra Mundial.

Siguiendo con las calles no muy conocidas de nuestro puerto ¿sabía usted que la calzada Joel Montes Camarena se llama así en homenaje a un marino, egresado de la Escuela Náutica de Mazatlán, que tomó la difícil decisión de hundirse con su barco? Más allá de las circunstancias del hecho, sólo quisiera asentar que me parece una verdadera justicia poética que se nombre así a una calzada construida en un sitio que antes fuera el mar rompiente. En efecto, me refiero a la ruta que nos lleva al faro en cuya vera se encuentran las flotas deportivas y homenajea a dicha navegante que vino al mundo en la ciudad de Manzanillo, Colima, y no en Mazatlán, como erróneamente consigné anteriormente en este mismo espacio.

Uno de mis primeros trabajos en mi época de estudiante fue realizar varias coberturas de la marina. Me tocó desde simulacros en la armada, visitas a astilleros, entrevistas a personajes e incluso la fiesta que hoy se celebra. Aprendí mucho: desde los primeros secretos del periodismo hasta la urgencia de la carretera Mazatlán-Durango para ofrecer a las navieras conexión veloz con Monterrey y los güeros, así como el conflicto del impuesto a los activos fijos, principal tope al crecimiento de la industria naval.


Pero hoy esperemos que nuestra marina siga avante y, como decía Robert Luis Stevenson, ¡viento de popa y con la mar en calma!