domingo, 26 de abril de 2009

Filosofía I y II





Me entero que la SepyC está por desaparecer la materia de la filosofía de las preparatorias.


Esto me preocupa. Pertenezco a una generación que llevó esa materia y que no nos volvimos ateos ni comunistas o teósofos.


¿Para que sirve la filosofía? La utilidad práctica más inmediata es que enseña a los jóvenes a pensar y analizar; a discernir la diferencia entre el bien y el mal y buscar que es lo genuino, más allá de aquello que nos presenta de manera absoluta la familia, la sociedad, la televisión y los políticos.

Dos semestres de filosofía en la prepa no vuelven filósofo o sabio a un alumno… del mismo modo, no se vuelven químicos o matemáticos quienes realizan lo equivalente con sus asignaturas.

Yo estuve en una preparatoria combativa y combatiente, donde la mayoría de mis compañeros vivían la feroz realidad inmediata. Buena parte ya desempeñaban un oficio y una función relevante en su vida familiar, mientras que otro sector portaba navaja 007, fumaba en clase y hasta se desaparecían por temporadas.

La muestra era pintoresca. Había peones albañiles muy dedicados al estudio, aprendices de secretarias, clase media inmóvil, chicas Flans alivianadas y habilidosos delincuentes.

Sin embargo, a todos les gustaba la materia de filosofía, ya que se prestaba a un diálogo imposible en otras clases. Y el mérito no era sólo de un maestro en particular: me tocaron tres profesores de carácter y formaciones muy distintas.

Cómo parte importante de mi grupo cursaba el grado por segunda vez, incluso se armó la polémica con aquellos deseaban que esa materia nos las impartiera el profe que habían tenido el año anterior, el inolvidable Antonio Ibarra, quien era bastante serio en su cátedra. (Otra de las grandes ventajas de las prepas de la UAS es que a cada rato podíamos pedir que nos cambiaran de maestro)

No era raro que en ese entorno, el ambiente existencialista flotase de cierta manera. Habló de mediados de los 80s, cuando los maestros le ponían a los grupos problemáticos el video de la película “El muro”, basada en la novela de Jean Paul Sartre, o el de Pink Floyd… Reagan estaba por invadir Nicaragua. Raúl Velasco era guía espiritual de medio México y la democracia una utopía.


Mi amigo César López Cuadras tiene un cuento muy curioso en el que narra como en la prepa de Guamúchil ocurre un conflicto cuando esa materia queda vacante y todos los maestros que asumen la titularidad empiezan a comportarse de manera extraña, luego de pasarse varias semanas analizando el plan de estudios y las lecturas recomendadas, por lo que la gente del pueblo pide que mejor quiten esa materia, ya que todos los profesores se vuelven serios, comienzan a hablar solos o se separan de la mujer y los hijos.

¿Estarán pensando así nuestros estrategas de la educación? ¿No quieren más ciudadanos capaces de tener herramientas analíticas para discernir entre el bien y el mal; el beneficio, la ética o la ley del menor esfuerzo?

Yo entré a la prepa en el 84 y se decía entonces que lo mejor era las carreras técnicas. Me encantaba que estudiáramos filosofía: era algo que no tenían mis compañeros de secundaria que se fueron en masa al CBTis – donde acaban de desaparecer una biblioteca - y a las “escuelas burguesas del Gobierno de Toledo Corro”. Aparte, sólo el ICO y la Vasconcelos impartían esta materia.
*

No necesariamente, la filosofía es un caballo de Troya para la enseñanza del marxismo. En muchas instituciones religiosas, el estudio de la escolástica cumplió esa función de muchas maneras. Viendo la historia de la izquierda en América Latina, es sorprendente la cantidad de cuadros de Chile, Argentina o Brasil que se formaron en Universidades Jesuitas; a veces de manera involuntaria y no necesariamente como una protesta ante el orden eclesiástico. Y con todo y sus tropiezos, las llamadas democracia cristiana ha tenido allá un papel fundamental en los cambios de América Latina.


Tener la materia de filosofía en la preparatoria es poder escuchar la sabiduría desde la propia boca de Prometeo. Y sólo así puede encenderse el fuego verdadero.

domingo, 19 de abril de 2009

Día de la Imaginación: territorio salvaje...



Stand de la Editorial Christian Bourgois,
atendido por Mathieu Bourgois,
excelente fotógrafo y gastrónomo

Me he fijado que la gente que dice que los libros están muy caros es la misma que nunca compra. Y se quejan como si estrenaran uno a la quincena.



¿Repetirlo constantemente es la manera en que se justifican de pertenecer a esa terrible mayoría que sólo lee medio libro al año, según la tradicional encuesta invocada cada año la semana del 23 de abril, Día Mundial del Libro?



Hace días compré un ejemplar de “Noticias del imperio”, de Fernando del Paso, una obra maestra que me costó ciento treinta pesos… Si hubiera preferido el cine, sumando los gastos de gasolina, propina al cuidandero, refresco y palomitas, el costo habría sido mayor, aún en miércoles de dos por uno. Mucho se quejan de que el cien es caro, pero nadie deja de ir. El cine duras dos horas y un libro diez, o toda la vida.
Existen libros que valen hasta trescientos pesos… precio menor que una prenda de moda en un gran almacén o tianguis. Igual a una buena cena de sushi.



El día del libro también es el día mundial de la imaginación. En los libros no sólo se ejerce ese don: también se ejercita la mente para visualizar y lograr mejores cosas.



La imaginación es el único territorio donde el hombre puede ser libre. (La frase es de Luis Buñuel). La literatura, pienso yo, es la única nación donde el hombre es libre.
Digo nación como noción de un espacio con fronteras, con leyes propias; terreno ya explorado por otros, medido, legislado y en vigilancia. Un territorio es un lugar aún sin colonizarse o habitarse por sociedades organizadas. Hay mapas antiguos donde África muestra espacios en blanco y solo hay frases como “Territorio Mandingo”, equivalente al “Aquí hay dragones” de la cartografía medieval. (El equivalente moderno para mi sería "Territorio de Og Mandino".)



Todavía en el Siglo XIX el mapa de Estados Unidos mostraba espacios como “Territorio de Utah”, o “Gran Desierto Americano”. Mis libros de primaria enseñaban un México con dos territorios: Baja California Sur y Quintana Roo. Uno era la vegetación salvaje y el otro un desierto.



Hay algo más primigenio en decir que la imaginación es territorial: como una fiera que merodea un espacio en busca de caza, paseándose impune, hasta que la destruye una fuerza mayor, orinando donde le viene en gana para marca su sitio, su existencia, su presencia. Decir: “De aquí soy. Aquí estuve. Esto soy”. En esto creo, como acuñó Carlos Fuentes.



Gracias al libro, la imaginación del país de la literatura se pasea por un sitio ya pacificado que tampoco es el paraíso. Un continente que ya posee una red de caminos y cuyas principales áreas pantanosas han sido drenadas, así como la desorientada Europa Medieval a la caída del Imperio Romano.



Cayó la hegemonía de los Césares, pero quedaron los caminos de piedra; los puertos fluviales y los ríos domesticados por canales, acueductos y puentes de reglamentario arco romano; el idioma latín como lengua para hablarse con inmediatez y franqueza. En ese entorno de epidemias, reinos combatientes e intolerancia religiosa, fulguraron los sonetos de Petrarca y las grandes catedrales.
En ese territorio, que aun no era una comunidad de naciones, ya se templaban la lira y se reemplazaba el arco por la ballestas. La pólvora se usaba para derribar murallas y cauterizar heridas. Y de villa en villa, de señorío en señorío, los trovadores cantaban e intercomunicaban a nobles y a villanos... Nacieron así el romance caballeresco y la poesía provenzal amorosa.





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No hay nación perfecta, ni siquiera la de la literatura. Pero vale la pena soñarla despierto. Vale la pena, en este Día Mundial del Libro, hacer una apuesta por la imaginación. Entrar a ese territorio salvaje y plantar ahí nuestra bandera propia
. Conquistar un territorio y volverlo una nación incluida en la República de las Letras.

domingo, 12 de abril de 2009

ÎLe-de-France



La Isla de la Cité, en el centro geográfico
de Paris.



Ha concluido la Semana Santa y hoy dejaremos los temas místicos para dejar el paso de las vacaciones. Dejen contar las mías, que tuve oportunidad de adelantarlas. Ya alguien me dijo que de mi viaje hablé de puros panteones.

Paris es una isla cultural y geográfica. El río Sena da un recodo en el centro mismo de la Ciudad Luz y por eso, parte de la región central es conocida como la Isla de Francia: Île-de-France en su idioma original, nombre que, si usted es mayor de 50 años, quizás escuchó aplicado a un famoso trasatlántico de lujo.

En medio del Sena – y en el centro mismo de la ciudad – hay dos pequeñas islas que son el sitio donde se fundó París. La isla de San Luis y la de la Cité. Aquí está Nuestra Señora de Paris, la de Víctor Hugo, a quien Disney negó el crédito en su versión fílmica; el Puente de los Artistas que menciona Julio Cortázar al inicio de “Rayuela”; además de la librería “Shakespeare & Company” donde Hemingway y James Joyce solían ir de visita.

También en una isla se encuentra la Prefectura de Paris que en aquel momento era remozada. En Europa, desde hace más de diez años, cuando reparan un edificio histórico una tela inmensa impide ver los andamios y se imprime la fachada original para no dar mala imagen al turista.

Pero, aprovechando las maravillas de la tecnología moderna, dicha fachada incluye fotos gigantes de policías haciendo el bien. Una dama ejecutiva con un expediente rosa –debe ser la sentencia de algún criminal -; o un agente vestido como el Sargento Toto y demás variantes del género, donde no faltan policías buzos, en bicicleta y hasta en patines. Los franceses que conocí dicen que dicha exaltación al orden es debida al espíritu fascista de Sarkozy.

Lo bello de Paris es la seguridad natural. A veces uno va por el Metro en vagones semivacíos de noche y mujeres muy bellas se suben despreocupadas, oyendo su Ipod o leyendo, sin pelar a los tipos mal encachados del andén… Varias veces caminé muy tarde y me topaba con mujeres solas de regreso a sus casas, adultos mayores en largas avenidas con vientos gélidos, ululando entre árboles sin hojas debido al reciente invierno.

Hasta en las comunicaciones, Paris es una isla. Yo me llevé un teléfono Apple para poder usar Internet inalámbrica, pero para mi sorpresa, allá no es como aquí, donde cualquier bar tiene señal propia. Las compañías mantienen su dominio bien marcado y no hay tantos cibercafés como en México o España. Internet es algo para la casa, la oficina y ya. Ninguna empresa teme que los políticos regalen señal para seguir engañando a su clientela.

La gente posee una poderosa individualidad. Jamás vi a nadie hablar desaforadamente por celular o enviar y recibir mensajitos con sonrisa bovina.

Sólo el primer día tuve acceso a una compañía que ofrecía una hora gratis y ya no pude capturar señal porque era un show con la configuración y todas pedían tarjeta de crédito. Para acabarla, casi ninguna máquina usa el Internet Explorer, sino una versión europea llamada Mozilla-Fox… la computadora del depa que me prestaron no podía acceder sin actualizarse y no me animé a moverle.

Dicen que Napoleón nació en una isla, peleó contra una isla y murió en una isla. Quizás, a partir de él, los franceses a su manera volvieron a Paris una isla. Cuando Víctor Hugo se autodesterró con Napoleón III, se refugió en la isla de Guernesey. Los delincuentes de peligro durante mucho tiempo fueron enviados a la Isla del Diablo, en Guyana. Y hasta el Conde de Montecristo tomó su nombre de una ínsula. Esa visión puede cambiar la visión de la vida y la cultura… No hay francés que no sea una isla en si mismo.

jueves, 9 de abril de 2009

Guy Davenport: Mientras son peras o son manzanas...

Comparte conmigo David Miklos un texto de Guy Davenport sobre dos árboles que eran sus vecinos. He aquí la cita completa:

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"Justo a la vuelta de la esquina de mi casa en Lexington, Kentucky, hubo para bien, durante cincuenta años, un peral y un manzano que habían crecido el uno alrededor del otro en una doble espiral. Durante los veinte años que caminé a diario enfrente de estos dos árboles, siempre se mezclaron en mis pensamientos, y siempre de manera benigna. Eran marido y mujer, como en el poema de Ovidio en el cual una pareja inseparable se convierte en sendos árboles colocados lado a lado en una existencia eterna. El peral y el manzano generaban en mi imaginación una curiosidad acerca de los mitos que nuestra cultura se ha contado a si misma sobre las manzanas y las peras. La manzana es el símbolo de la Caída, la pera de la Redención. La manzana es el mundo, la pera el cielo. La manzana es trágica. Una manzana dorada que primero fue un falso obsequio de bodas y luego el presente de un pastor a una diosa, comenzó la Guerra de Troya y todo lo que Homero registro en la Ilíada y la Odisea. La manzana que cayó a los pies de Newton también cayó en Hiroshima y Nagasaki en las cabezas de cohetes, esplendiendo con un fuego elemental que es, como la manzana de Adán y Eva, un detalle inocente de la creación si se le toca y todo el mal del que es capaz el hombre si se le arranca. Anteayer, estos dos árboles entremezclados estaban en flor. Con cada estación, el manzano y el peral eran hermosos, en otoño con sus frutos, en invierno con su gracia desnuda, en verano un acertijo rotundo en verde, con dos tipos de hojas diferentes; pero en primavera siempre fueron una gloria de blanco, algo así como lo que siempre he esperado que parezca un ángel cuando lo vea. Pero no volveré a ver estos árboles jamás. Un contratista ha comprado la propiedad y cortó los árboles abrazados, en plena florescencia, con una sierra eléctrica; su aullido representa sin duda el idioma de los demonios, que equivale a cancelar la creación.

domingo, 5 de abril de 2009

Diario de un santo o, ¿santo a diario?




Seguimos con los temas míxticos de Semana Santa. (La "X" no es error)

Me regala Mario González Suárez el libro “Diario de un aspirante a santo”, del francés Georges Duhamel. Y sí, narra la vida de un tranquilo oficinista, casado con una buena mujer, que decide aspirar a la santidad de manera gradual y sincera.

Existe la creencia de que para ser santo es necesario morir apedreado por paganos, encerrarse veinte años en un monasterio o realizar curaciones mágicas. Sin embargo, teológicamente puede alcanzarse un estado de gracia llevando una vida normal, tan sólo siguiendo el arduo camino que exige una religión.

Que el mundo se de cuenta de la hazaña o que lo eleven a uno los altares es otra cosa. La mayoría de los milagros ocurren en secreto. Milagro es despertar con vida esta mañana, suele decir mi mamá.

No voy a narrar todo el libro de Duhamel, pero me llamó la atención la escena en que, creyéndolo ellas dormido, él escucha a su madre y a su esposa hablar con preocupación del anuncio que les hizo días antes, sobre su propósito de búsqueda a la santidad. A pesar de que son mujeres religiosas, semejante proyecto les hace dudar de su cordura.

En ese momento, el personaje decide mejor fingir que cambió de parecer y ocultar el diario, pero procura no cejar en sus esfuerzos interiores. Sus problemas son sencillos, cotidianos como aquellos que muchos enfrentamos, como el dilema de descubrir que un compañero de la oficina ha robado y albergar la duda de denunciarlo o callar el secreto.

¿Se podrá compaginar la búsqueda de la iluminación con la vida diaria? ¿Es la Semana Santa hora de reflexionar y comenzar a aplicar esos preceptos?

Amado Nervo hizo un famoso soneto dedicado a Tomas de Kempis, autor de un libro multi leído que se llama “Imitación de Cristo”, que es un auténtico llamado a la santidad, o sea, imitar a Cristo. Rafael Alberti cuenta en sus memorias que todas las muchachas llevaban en el misal escrito a mano ese poema.

El poema termina, “Oh Kempis, que mal me hiciste. Hace años que vivo enfermo y es por el libro que tu escribiste”. Espoleado por esa frase, cuando tuve a mano un ejemplar del texto de Kempis lo leí con auténtica curiosidad intelectual y, lo confieso, algo de morbo.

Para mi sorpresa, el libro de Kempis tenía un prólogo muy pertinente, realizado por un sacerdote mexicano. Advertía que todos los ejercicios espirituales y demás acciones contenidas en esas páginas habían sido escritos para monjes en clausura, entregados a la contemplación divina, y no eran para aplicarse en la vida diaria. Ni siquiera para sacerdotes en ejercicio público, concluía.

Concluyo que antaño la gente se enajenó con este libro y se fustigó con rutinas agobiantes. Investigo sobre el tema por otro lado y encuentro el dato de que, todavía en el Siglo XIX, muchas personas caían en ayunos y ejercicios espirituales severos, con la misma entrega con la que ahora se ponen a dieta y van al Pilates o al yoga, dando entender que esas conductas son una búsqueda inconciente de un perdido apasionamiento, normal en nuestras bisabuelos y tatarabuelos, en una línea recta que quizá se extienda hasta más allá de las cruzadas.

Mortificar la carne era cosa de todos los días, no sólo en Semana Santa. Pero esta lectura me revela que tres cosas muy distintas son la fe, el fanatismo y la santidad, aunque seguido las confundamos.

A pesar de las advertencias, rescato un consejo de Kempis que llamó mi atención. “Si cada año nos quitáramos de raíz un vicio, pronto seríamos perfectos”. Tiene lógica. Con esa sencilla disciplina, quizá no lleguemos a santos, pero al menos podríamos ser mejores personas. Tan sencillo como imitar a Cristo, ¿no?