domingo, 28 de diciembre de 2008

Deseos mazatlecos para año nuevo



Soñar no cuesta nada, pero quien formula un deseo lanza una plegaria al vago azar o a las secretas leyes que rigen este universo. He aquí algunas ensoñaciones; no del todo imposibles.


1.- DESEO AMARILLO: Qué los mazatlecos nos enseñemos a manejar con mayor cuidado, menos temeridad, arrojo y violencia. Es tiempo de comenzar a respetar tanto la línea amarilla de las aceras como la luz amarilla de los semáforos…


¿Cuantos estrangulamientos del tránsito son producto de algún vivito que se estacionó en una esquina y luego es secundado por una señora que sólo fue a comprar unas tortillas y después un repartidor de gas? Además, la valentía de los que aceleran ante el parpadeo de la luz preventiva es cosa de miedo y conforma con lo anterior una ecuación digna de respeto.


2.- DESEO ARQUITECTÓNICO: Que se vaya viendo la manera de hacer un edificio para el ayuntamiento por el rumbo del Jabalíes o más allá, que es donde actualmente bulle el centro geográfico y poblacional de la ciudad que merece más atención. Imaginemos una construcción moderna, funcional y hasta con amplio estacionamiento...


El edificio actual podría volverse Casa de la Cultura o museo histórico. Los alrededores, un área turística, semi peatonal y de comercio. También puede albergar las escuelas del Centro Municipal de las Artes y dejaría al Teatro Ángela Peralta concentrado en su destino original. Conste que lo dijimos primero. Sigamos el ejemplo de Culiacán, que en los setentas sacó al gobernador y a los diputados del centro, destinándolos a un área más apropiada para sus funciones.

(El pintor y arquitecto culichi José María Miranda, me aclara que este fue un proyecto realizado por Gobernador Alfonso G. Calderón, aunque la propuesta original fue de Alfredo Valdez Montoya, Gobernador anterior.)


3.- DESEO CIVICO: Que en el terreno federal, vecino a lo que fuera el Hospital Civil en Paseo Claussen, se haga una explanada cultural o espacio escultórico, antes de que alguien se le ocurra levantar un cajón de oficinas o enviar ahí los juzgados de Olas Altas. Ojalá alguien con visión y capacidad de gestión articule este proyecto´y lo lleve adelante con el apoyo de todos. Bien podríamos hacer una Plaza de la Nao de China, con alegorías navales a la bonanza legendaria de nuestro puerto. (Esta propuesta era idea original del mazatleco Jesus Rojo, quien la compartió conmigo y me sugería una concha acústica, aunque la vecindad del mar vuelve impráctica esta primera opción.)


4.- DESEO ESTÉTICO: Que tampoco pongan en el malecón ningún adefesio más. La ciudad ya está madura para tener algo de calidad universal. (Véase la escultura de la Paloma de la Paz, realizada por Juan Soriano en La Paz, BCS) Claro que costaría un dineral pedirle a Cuevas, Sebastian o a Francisco Toledo una obra así, pero el beneficio para Mazatlán no sólo sería histórico, sino también invalorable y definitivo. Hay empresas en la región capaces de aportar en lo económico, previa excepción de impuestos, y contamos con artistas que darían una opción de primer mundo.


5.- DESEO FILMICO: Que la cartelera de cine local no escamotee las películas de arte, tanto nacionales o como internacionales. Si bien la culpa puede ser del público, sería justo que las empresas cinematográficas destinen al menos en una sala o en una función para las producciones que comenta la prensa cultural. De paso, que ciertas salas mejoren sus técnicas de fumigación para gozar del cine sin tanto sobresalto.


Que si nos vamos a volver una Ciudad-Casino, de perdida aspiremos al nivel de Montecarlo y no al vulgar mal gusto de Las Vegas… Que se haga una especie de IFE para regular los concursos de belleza… Qué ya se construya el puente a la Isla de la Piedra para que la policía no tenga que pagar panga en emergencias... Que los ociosos tomen un libro para que dejen de hacer falsas llamadas de emergencia y al fin comencemos a comportarnos como ciudadanos respetuosos, conscientes y maduros, dignos del siglo XXI y de nuestra historia.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Aprendiz de Alquimista




Yo fui de esos niños que en Navidad pedían juguetes extraños, además de los reglamentarios para quien tuviese una infancia normal y promedio.

Uno de los que más enseñó aspectos inesperados del conocimiento fue mi Juego de Química, el cual solicité con la secreta intención de volar por los aires, inventar una nueva fórmula secreta o quizás convertirme en un científico excéntrico.

De hecho, cuando me preguntaban que iba a ser de grande, yo respondía con esa última opción. Aunque, por supuesto, usaba otra palabra más patológica y popular para definir el concepto de excéntrico.

Antes de tener el equipo, yo ya hacía experimentos por mi cuenta, para grave aflicción de mi mamá que tenía luego que limpiar el tiradero o se topaba con las cosas de la cocina en sitios inesperados, por no hablar de manchas en la ropa o estropicios causados por el fuego… una vez casi sequé el mango del patio, andando en esas actividades extra-curriculares del desarrollo del conocimiento personal.

Los experimentos los copiaba de las enciclopedias y los libros de primaria, ya que en las dos primeras escuelas que estuve casi nunca los hicimos, por lo que yo llenaba ese vacío educativo poniendo manos a la obra, incluso mucho antes de que llegáramos a esa sección del libro de Ciencias Naturales. En menos de una semana los hacía todos y me sentía vacío al no tener más opciones de actividad.

Hasta que llegué a la Escuela Gabriela Mistral, las maestras de ahí nos hacían realizarlos sin excepción, lo cual era bueno para eliminar un poco la rutina de las clases.

Mi primer juego de Química me ayudó a aprender algo más que el compromiso inmediato con la evidencia empírica y experimental: desarrolló en mí los principios de la comprensión lectora, detalle que de seguro no previeron los fabricantes y diseñadores del juguete.

Paso a explicarme: a diferencia de las instrucciones de mis libros de texto gratuito y las enciclopedias infantiles, la redacción del folleto era bastante árida para un niño de siete años. De entrada, el manual me hablaba “de usted”, mismo tono que usan los padres al regañarnos: “Coloque dos cucharadas de sulfato de fierro y amonio en un tubo de ensayo”, etc, etc.

Los otros textos que había leído eran más amigables y, por lo tanto, mas ignorables de ser el caso: “No vayas a encender tú sólo la lámpara de alcohol. Pídele ayuda a un adulto de tu familia”.

Así que fue una especie de shock tener que descifrar una escritura compleja y algo pedante, tal vez redactada por alguien sin conocimientos de pedagogía infantil, además con cierto desgano, cosa que a esa edad alcancé a percibir de cierta manera.


Mi primer problema fue con el tubo de ensayo. Quien hizo el manual, daba por hecho que los niños sabíamos que era eso. Y para mí, un tubo era una cosa con dos orificios en cada extremo: a veces ayudaba a mi papá cuando soldaba alguna instalación en su época de contratista. El manual - que en realidad era una hoja doblada con tinta azul - me obligó a un proceso de deducción para adivinar cual era el tubo de ensayo.
Menos mal que no incluía una retorta, que es otra de las cosas que menos se parecen a su nombre y aparecen seguido en las películas de "El Santo", sin que ninguno de los personajes las mencione... Si el juguete hubiera incluido un arma laser, un reactor nuclear o un tunel del tiempo portatil no habría tenido ninguna dificultad para identificarlos.

La magia del regalo tuvo dos etapas: al concluir todos los experimentos y cuando se me acabaron los reactivos. Pero seguí haciendo experimentos por mi cuenta, inventando formulas y, si jugaba con mis amigos y primos a algo escenificado, como policías y ladrones, “El Hombre Nuclear” o “Viaje al fondo del mar”, los artefactos de mi laboratorio personal fueron muy útiles para darle realismo a las actividades, hasta que se fueron quebrando uno a uno y comenzaron a gustarme las muchachas.

No todo se perdió. Hace días, a un biólogo le urgía conseguir a deshoras un microscopio profesional para llevárselo de madrugada a una granja acuícola. Le dije que yo tenía uno en la casa y correspondió a mi cortesía preguntándome si me lo había robado de alguna prepa de por ahí, ya que su incredulidad no tuvo límites. Les espeté en la cara anunciándole que, desde 1977, ese microscopio estaba en mi cuarto, junto a mis libros y la colección de piedras volcánicas. Fue un regalo de mi tía Fermina Rodríguez de Xamán, profesora de Ciencias Naturales.

Era buena época para ser niño científico. Faltaba poquito tiempo para el año 2000 y se suponía que las utopías del cine y la tele serían objetos cotidianos. Nada fue como lo anunciado. Le pregunté mi jefe que edad tendría yo en el año 2000 y él me dijo que para entonces sería un señor de treinta años. Ya me imaginaba tripulando el Skylab, malhadado artefacto que aparecía seguido en los noticieros con música de Isao Tomita.

A los niños raros como yo ahora les llaman “índigos”. Hasta en eso, el tiempo pasado fue superior: antes decían que éramos “superdotados”, lo cual, por supuesto, se escucha y suena mucho mejor. Índigo suena a despectivo clasemediero, como una combinación de "indio-móndrigo", mientras que superdotado suena más cercano al mundo de la ciencia ficción, el espacio y los secretos procesos de la química del pensamiento, procesos que a usted le permiten leer este texto y a mi recordar esa infancia luminosa, indestructible y sin tropiezo.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Tiempo de arrayanes

Patio de los Arrayanes, en La Alhambra, España

Con diciembre, el frío y la navidad, vienen las cosas dulces.


Las mandarinas, los dátiles con miel, el alfajor y las gomitas. Los buñuelos con miel o leche azucarada. Las gorditas con champurrado en la madrugada o los churros escarchados de azúcar en el parque Zaragoza.


El ponche de frutas perfuma las casas con el burbujeante aroma de la sidra o el oscuro sabor del higo. Los árabes dicen que disfrutar un higo equivale a comer mil flores.


Pero también es el tiempo de los arrayanes, palabra que también nos vino de la lengua de Mahoma y Omar Khayyam. Los arrayanes, esa fruta amarilla y de sabor ácido, astringente y capaz de encender al sentido del gusto. En Sinaloa usamos un adjetivo para definir ese saborcito que no registran los diccionarios: agarroso.


Hace poco caminaba por las calles del mercado con un extranjero venido de las costas del Mar Adriático. Buscábamos una farmacia y al salir de ella nos topamos con un puesto de arrayanes, todos coronados de chilito piquín y sal, como si su solo sabor no fuera suficiente para galvanizar las gargantas. Se animó a comerse uno y me comentó que era un sabor que nunca había probado y jamás se imaginó que existiera.


Los arrayanes son los hermanos maléficos de los nanchis. Caín y Abel en nuestro paladar. La gente acusa a los arrayanes de provocar apendicitis: un amigo mío se comió dos kilos para no cumplir con un desagradable compromiso laboral, pero otro amigo doctor afirma que la semilla es demasiado grande, que hasta la de un tomate nos puede provocar esa contingencia, que dejemos en paz la reputación de los pobres arrayanes.


A nadie se le ha ocurrido asociarlos con la navidad. Las cañas, mandarinas y tejocotes son personajes infaltables de las posadas. El ate de guayaba se come en estas fechas junto a los cubiertos de fruta y esas interminables bolitas de caramelo con semilla de anís al centro. Y ni hablar de los casi extinguidos Tommies y Ricobesos, que nunca faltaron para rellenar las piñatas menesterosas o abultar un poco más la bolsa de los dulces de los chamacos.


Durante mucho tiempo, no entendí a la gente que andaba de malas en Navidad. Y entre mis amistades tengo como a tres émulos de Ebenezer Scrooge, el avaro personaje de Charles Dickens. Ha tenido la vida que darme algunos golpes y quitarme a seres queridos para comprender el sentimiento de quienes no evitan la incomodidad o el mal genio por estas épocas.


Pero no es sano pasarse así esta temporada. Me ha costado un ejercicio de introspección definir mi estado de ánimo para estas fechas. Vienen tiempos de reunión y de júbilo, junto con la nostalgia y el extrañamiento de los que faltan, por no hablar de las crisis o tragedias que nos asesta la cotidiana vida.


Así como el paso del tiempo vuelve las cosas agridulces, la navidad puede trocarse de esa manera. Hay que descubrirle el sabor a esa mezcla de sensaciones encontradas, donde no todo es dulzura, pero existe un ácido toque de realismo, similar al que tienen los frutos del arrayán decembrino.


El tiempo de felicidad también es tiempo de arrayanes. No a cualquiera le gustan, pero hay que saber disfrutarlos o al menos soportarlos sin amargura.


Así como algunos gozan de comer guayabas bravas o mango verde, los arrayanes aparecen en el carnaval de fin de año como una metáfora de que aguarda una fuerte dosis de sabores agridulces frente a nosotros. De nosotros depende ignorarlos, hacer gestos ante ellos o ponerles un poquito de sal y picante para hacerlos más estruendosos.


Y eso, nos guste o no, es una de las pequeñas cosas que le dan sabor a la gran fiesta de la vida.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Dead Man Walking


Sócrates, víctima ilustre de la pena de muerte.

Hace unos años, realizando un trabajo de investigación, me enteré que en Sinaloa existió la pena de muerte aplicada a los ladrones de ganado. Y fue en una época bastante reciente.

Lo curioso es que esa información llegó a mi no en una búsqueda legal o histórica. Andaba yo recopilando datos de uno los más importantes escritores sinaloenses cuando me topé con la referencia.

Hablo de don Francisco Peregrina, autor de la novela “En el sur de Sinaloa”, emblemática historia cuyo buen humor y descripciones son un verdadero documento humano.
Francisco Peregrina, curiosamente, había nacido en Colima. Hubo un periodo durante el cual nuestro puerto mantuvo comunicación fluida con ese estado y era común que la gente de nuestras regiones fuera y viniera en constante movilidad.


Era el tiempo que no existían ni carretera o ferrocarril y para llegar a Mazatlán era más fácil hacerlo en buque de vapor que por diligencia o galope veloz. Los textos de José Juan Tablada confirman esa interesante manera de arribar a nuestra salvaje tierra.
Peregrina destacó en el periodismo y llegó a incursionar en la política de una manera que parece sacada de sus simpáticas narraciones. Fue el único Gobernador de Sinaloa que ha ejercido el cargo durante un solo día.

Procedo a explicar las dos historias:
Recordemos que en 1944, el Coronel Rodolfo T. Loaiza, a la sazón Gobernador del Estado de Sinaloa, fue asesinado durante el carnaval de Mazatlán en el ya legendario Patio Andaluz. Fue un suceso que estremeció a una región maltrecha y enfrentada por los conflictos agrarios del reparto de tierras.
El coronel Loaiza había venido a Mazatlán acompañado de buena parte de sus funcionarios y colaboradores cercanos, inclusive el Procurador de Justicia. Luego tendrían que irse todos en un tren especial para las exequias correspondientes.

Sin embargo, como en Culiacán no se encontraban en ese momento los posibles funcionarios que ocuparían el cargo de manera transitoria, y dado que no era permisible que se diese un vacío de poder político por mínimo que fuese, asumió el cargo el responsable del área de prensa del Gobierno del Estado.

Ese puesto era desempeñado entonces por el escritor y periodista Francisco Peregrina, quien se había quedado en la capital en esa fecha.

Me cuentan sus hijos que ese día memorable no fue efímero. Realizó un acto de gobierno del cual siempre se declaró orgulloso: indultó a un jovencito de quince años, detenido por abigeato, salvándolo así de una ejecución inminente. Parece exageración, pero el robo de ganado fue por siglos condenado con pena de muerte. Todavía hoy existe más castigo para quien robe una vaca que para quien se robe un niño.

*

Viene a relación está historia ante el debate actual. El gobernador Coahuila pide ejecución para los secuestradores, la gobernadora de Yucatán para los violadores… al paso que vamos, se va a volver a pedir la pena de muerte para los ladrones de ganado, tal como acontecía hace apena cincuenta y tantos años en Sinaloa y Sonora.

Si se aplicara el ojo por ojo, se dejaría al mundo ciego en pocos años. Los teólogos afirman que la frase de “dar la otra mejilla” no quiere decir que tengamos que anteponer mansedumbre a quien nos agrede: significa que debemos de razonar, no dejarnos llevar por el ímpetu de venganza en el momento.

Y creo que esta reflexión de hace dos mil años, bien puede ponerse hoy en práctica. La formuló un gran personaje de la historia que murió bajo la pena capital. Justicia no siempre significa terminar con una vida humana. El criminal que sabe que le espera la pena capital se vuelve más cruel y asertivo en sus maniobras.

México está en un tratado internacional contra la pena de muerte desde 1969. Y en ese momento muchos mexicanos la exigían para todos los que fuesen comunistas, porque se decía que eran una banda instigada por la URSS. Aludían como ejemplo la ejecución en Estados Unidos del famoso matrimonio Rosenberg, cuyos descendientes aún insisten en su inocencia. La nieta, que se crío con unos tíos y se vio obligada a cambiarse de nombre, realizó hace poco un documental incendiario.

El 23 de Agosto de 1927 los comunistas Sacco y Vanzetti fueron enviados a la silla eléctrica. En 1977, el gobierno de Estados Unidos los exoneró simbólicamente de su culpabilidad

En los sesenta, cuando fue el caso de “Las Poquianchis”, dueñas de un burdel en San Francisco del Rincón, se exigió pena de muerte para quien ejerciera el lenocinio. Son casos muy distintos pero en su momento revelaron lo mismo: las grandes fallas y la corrupción de un sistema de justicia. En México, ¿estamos exentos de eso o sólo tratan los políticos de conseguir votos, aprovechando la indignación y el desespero nacional? Analicémoslo bien, por favor.