domingo, 28 de septiembre de 2008

La isla y la llama



Para alejar un poco de mí al fantasma del Alzheimer, decidí darle ejercicio al cerebro leyendo un breve libro de filosofía.


(El sudoku no se me da; los crucigramas me irritan; los rompecabezas me desesperan, así que opté por un texto corto, de letra grande, adquirido en un puesto de revistas de la calle Ángel Flores).

Era El Proslogium (“La fe que busca la inteligencia”), tratado donde el filósofo Anselmo busca un argumento razonable de la existencia de Dios, a base de un razonamiento lógico, accesible a todo ser humano.

Siendo el año de 1070, el monje Anselmo propone que el Dios cristiano existe porque el hombre no ha sido capaz de concebir algo más grande que Dios: sí lo que puede imaginarse tiene un tope, no puede ser otro más que ése… De no ser así, surgiría la contradicción del razonamiento y, afirma, vuelve imposible que esto sea falso.

El asunto se discute en varias páginas, breves y claras, a pesar de la prosa medieval. Interviene Gaunilo, un monje que afirma que el argumento de Anselmo no es suficiente. Para este monje, decir que hay una isla inmensa, perfecta y oculta, no basta para darla por cierta. Exige algo más sólido para justificar la existencia de un creador omnipotente.

Anselmo responde que no es lo mismo hablar de cualquier isla o del concepto de isla, porque ese es un hecho definido y terrestre. El concepto de la divinidad no tiene equivalente similar en su inmensidad y poderío con cualquier otra visión física o del pensamiento humano: un pensamiento limitado a las tres dimensiones y los conocimientos obtenidos durante una época en particular.

A partir del diálogo de la isla, el hombre cambió su forma de pensar, fuese creyente o no. Las escuelas filosóficas iniciaron su camino con esta encrucijada. Hegel y Kant manejaron todavía en el siglo XIX los argumentos de San Anselmo y son algo más que una pieza del museo de las ideas.

Usted tiene el derecho de ser ateo y no aceptar estas argumentaciones, pero fueron fundamentales para el conocimiento humano. Quizás no esperaba verlas en esta columna el lunes por la mañana, pero es obligación de los que escribimos compartir las aventuras de nuestra alma cuando nos damos un paseo entre las obras maestras.

Luego de Anselmo vendrían Nietzsche, Marx y demás pensadores defensores de un ateísmo razonado. Sin embargo, parte de sus herramientas surgen de la pregunta y el discurso de Anselmo: aquello que no puede imaginarse es lo que no existe.

En estos tiempos laicos, la fe o no creencia se han vuelto cuestión personal. A un ateo uno puede repetirle mil argumentos y no convencerlo mientras él no sienta una vibración íntima. Igual sucede con el creyente. Pero esa duda y esa conciencia son lo que nos diferencian del resto de los seres vivos y también nos ha vuelto aquello que realmente somos.

Pascal, filósofo y matemático, decía que no bastaba con creer ciegamente. Las claves secretas estaban ocultas dentro del ejercicio de la fe sólo para que quienes se acercasen con humildad pudieran encontrarlas de esa manera. Hombres sencillos, filósofos del claustro o estudiosos en las universidades. Para entender la fe, hay que vivirla, encenderse y subir con ella. Y una cosa es la fe y otra la religión, por cierto.

San Buenaventura, seguidor de Anselmo, proponía un camino similar de búsqueda: "Pero si deseas conocer cómo ocurren estas cosas, consulta la gracia, no la doctrina; el deseo, no el entendimiento; la Esposa, no el maestro; la oscuridad, no la claridad. No consultes a la luz sino a la llama".

domingo, 21 de septiembre de 2008

Canto para un equinoccio


Equinoccio en Dzibilchaltún, Yucatán

Hoy, lunes 22 de septiembre, es el equinoccio: la tierra emprende un movimiento perfecto, un paso de vals entre la silenciosa música de las esferas; el mundo da un bandazo mientras aquí muy pocos nos damos cuenta.

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Se mueve el planeta de manera imperceptible de una forma inversa a su rotación: hoy la noche y el día tendrán exactamente la misma duración, aunque muy pronto los días se harán mas cortos y el tiempo celeste se prepara para la sinfonía del invierno, invierno que aquí en Mazatlán, más bien, es una sonata para violín y piano sin orquesta.

Los hombres de la antigüedad – y todavía algunos campesinos y estudiosos de lo esotérico – vivían pendientes de los rostros de la luna, la danza de las constelaciones y los acomodos de la tierra. La esfera hoy cambia de posición para seguir rotando con su precisa relojería.
El equinoccio de primavera – 21 de marzo - y el de otoño, que hoy invocamos, fueron tiempos de fiesta tribal, tambores, sacrificios y una que otra guerra.

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Para no complicarnos mucho y no volver esta reflexión un remedo de lo que se encuentra en Internet dando unos pocos clips, recordaremos que el equinoccio es el momento donde el sol queda alineado justamente frente al ecuador, movimiento que da vida y forma a las estaciones… En Argentina, Australia y Sudáfrica comienza hoy la primavera.


Muchos no nos damos cuenta de estas sacudidas. Yo lo hago por un inevitable motivo práctico que no tiene nada que ver con la previsión o la sapiencia: cuando acontecen el equinoccio o el solsticio, el sol refulge por un lado distinto de mi cuarto, despertándome entre unas cortinas que nunca dejo bien cerradas.

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Es impresionante la puntualidad del cambio, así como la luz del sol que ese mismo día entra con similar precisión por las ventanas del castillo de Tulum o la escalera serpentina de Chichén Itzá. Dizibilchaltum - donde estuve con un grupo de mexicanos y canadienses bastante peculiares - es otro de esos sitios donde se aprecia mágicamente. En mi caso doméstico es una coincidencia arquitectónica porque tengo la vista directa hacia el norte y unas ventanas acostumbradas a ser inmensas.

Por verano es más dramático el cambio: el muro vecino a la ventana frente a la que escribo recibe de lleno la iluminación solar, muro que en la otra parte del año se mantiene en una semi sombra… Ojala algo de esa luz palpite ahora en esta página.

Aparentemente, el sol se mueve, aunque la que da una reverencia es la tierra, en medio de su elegante vuelco orbital que, seguramente, pone a bailar a las constelaciones y las agendas de sus devotos.

Ciertos cronistas afirman que las celebraciones del 24 de junio y el 24 de diciembre tienen una deliberada coincidencia cósmica con esta coreografía estelar. La fiesta de San Juan Bautista, tiempo de lluvia y bendición de los cultivos, adquiere aquí su simetría ante el festejo del nacimiento de Cristo, aunado con la renovación del año nuevo.

En el solsticio del 21 diciembre ocurre la mejor fecha para una parranda: es el día más corto del año con la noche más larga

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Uno de los poetas que más admiro fue Saint-John Perse, francés nacido en una minúscula isla del Caribe cuya poesía retumba en lluvias monzónicas, marejadas de palabras y truenos siderales. Sus Cantos para un equinoccio son un ejemplo de pirotecnia verbal celebratoria de este juego de los astros.

Perse decía que el objeto más hermoso del mundo era el cráneo de cristal de roca que preside la sala azteca del Museo Británico. Parafraseando a José Emilio Pacheco, uno de sus devotos lectores, pienso que su cántico equinoccial es una manera de verter en palabras el cuarzo destellante que ahora desciende invisible sobre nuestras cabezas, iluminando así nuestro paso por el cosmos. La vida quizá es un secreto compás de espera al ritmo que hoy, celestialmente, se marca una vez más en el centro de nuestra atribulada esfera.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Artista del hambre



Me molestan aquellos que dicen que el artista debe padecer hambres para ser bueno. Una idea romantica más vieja que el romanticismo, concebida por quienes no han apostado su vida en la quimera profunda del arte y ven a los creadores como unos chiflados divagadores. Sin embargo, hace falta un poco o un mucho de realidad para que el escritor se temple y haga literatura de a de veras, no impostados ejercicios de retórica, como me dijo hace unos años el hoy laureado Mario Bojórquez, hablando de un poeta amigo nuestro que era muy bueno, pero algo facilón... En esa conciencia leo esta anotación en el diario de Camus hecha en 1940, en París, por supuesto, al mismo tiempo que recibo una carta del amigo Allain-Paul Mallards, quien actualmente vive la realidad del artista atrapado en Francia.



"De ahí que saber permanecer sólo en París, durante un año, en una habitación miserable, enseñe más al hombre que cien salones literarios y cuarenta años de experiencia de "la vida parisina". Es algo duro, espantoso, a veces atormentador y siempre lindando con la locura, pero en esa vecindad la calidad de un hombre debe templarse y afirmarse – o perecer. Y si perece, es porque no era lo suficientemente fuerte para vivir".


Vaya reflexión. Y Camus puede hablar de eso. Vivió su infancia en el norte de África y llegó a ser un buen portero de futbol porque la abuela no permitía que se le gastaran los zapatos. Ya grande, se ganó el Premio Nobel.

domingo, 14 de septiembre de 2008

HEROES




En los años cincuentas, no recuerdo si después de haber hecho México el fiasco en unas olimpiadas o mundial de futbol, el admirado periodista Abel Quezada formuló un comentario demoledor sobre los héroes.
El razonamiento era sencillo y lógico: México solo podía darse el lujo de tener héroes muertos porque los vivos le costaban mucho dinero.



Y no se refería en exclusiva a los deportistas que habían viajado y recibido apoyos a costa del erario, sino a los políticos corruptos que recibían grandes sueldos y luego eran ensalzados en ceremonias públicas, con culto masivo a la imagen e imposición de su nombre en obras públicas.




No era raro antes que el Sr. Presidente Adolfo López Mateos inaugurara la Colonia López Mateos, o una inmensa presa con su mismo nombre, durante el ejercicio del poder… a pesar de que esas obras fuesen erigidas con impuestos de todos los mexicanos, sin que los funcionarios hubiesen donado aparte alguna de su capital.
Aunque los funcionarios detentasen gran mérito en cuanto a gestión y sensibilidad a los desarrollos, no ameritaba ponerles su nombre, porque precisamente esa era la función para la que se les elegía y su recompensa ya estaba en el sueldo… por no hablar de otras prebendas de la época.




Con sus defectos y contradicciones, los héroes de la independencia merecen su justo homenaje anual, más allá de que los agarremos de pretexto para irnos de parranda todo un fin de semana.
Pese a que el malinchismo es un fenómeno generalizado, los mexicanos tenemos mayor conciencia nacional e histórica que muchas otras naciones, incluso algunas más antiguas que nosotros.




Al poeta español José Moreno Villa le sorprendía ese fenómeno. Decía que Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo y Benito Juárez seguían bastante vivos… cosa que también aplicaba para villanos como Hernán Cortés o Maximiliano. En España hoy nadie le reclama a Francia la invasión de Napoleón o a los Estados Unidos la guerra hispanoamericana.




Parece ser que esas extenuantes jornadas cívicas donde tomábamos el sol en la primaria han dejado su huella en la personalidad del mexicano. El dibujar una estampita, usando papel de china sobre el rostro de un prócer, dejó su indisoluble marca de agua en nuestra alma, tal como en los billetes que a diario tratamos de hacer rendir.



Nuestros héroes dieron su vida y es merecido invocarlos. A la hora de su estudio, también es fundamental que las generaciones sepan de sus errores para que no se repitan y queden esos grandes vacíos de la memoria.
¿Algún día será revalorada la figura de Agustín de Iturbide, que a pesar de sus defectos, gracias a su visión logró consumarse la Independencia?
¿Nos hablarán a fondo de Francisco Javier Mina - quien merecidamente ilustra esta entrada -y Fray Servando Teresa de Mier, quienes tuvieron un papel más que simbólico en ese movimiento?



Durante el ataque a la Alhóndiga de Granaditas, se cegó la vida de mujeres y niños españoles, detalle que horrorizó al mundo entero. Lamentablemente fue imposible contener a la turba. Decía Allende que no era lo mismo encabezar un ejército que un gentío.
Esa imagen siguió vigente por varias décadas, al grado de que al principio no se les mencionaba mucho a los precursores de la Independencia.


Fue Maximiliano quien, deseoso de legitimarse, instauró el ceremonial laico en torno a ellos: mandó pintar sus rostros en Palacio Nacional, viajó a Dolores un 16 de septiembre y hasta erigió un monumento en la Hacienda de Corralejo.


Nuestros héroes y villanos están más presentes que nunca. ¿Algún día sabremos diferenciarlos en vida?

jueves, 11 de septiembre de 2008

Manual de Minería Fantástica


La piedra al final de la Caja de Pandora

(Ilustración del también poeta
Dante Gabriel Rosetti)

“Te doy el nombre de Pandora, nombre que significa La Mujer de Todos los Dones” anunció Zeus a la hembra primigenia, antes de enviarla a la tierra desde las alturas del Olimpo, sostenida por los brazos de Hermes, mensajero supremo, orlada de sedosidades y aleteo fugaz de amorcillos y ninfas aéreas.


Pandora no sólo fue la primera mujer: fue también la primera en ser creada en una fragua y por las manos artesanas de un herrero. Los hombres se habían vuelto demasiado vanidosos y soberbios, por lo que Zeus mandó a su hijo Hefestos a crear a la mujer; algo más difícil que templar la armadura de Marte o pulir el escudo de Minerva. Luego de darle forma, Zeus le insufló una chispa de fuego divino escapado de los hornos del Urano.


Las gracias, las horas y las musas adornaron su pecho con joyas que no son posibles visualizar ni siquiera en esta vida.


No es aquí el sitio para repetir el grave descuido de Pandora, que entre tantos dones, recibió la veta de la curiosidad. Al fondo de la caja en donde se custodiaban los males que aun afligen al hombre, aguardaba la piedra de la esperanza... Aristarco, Plotino e Hipatia coinciden en el postulado de que ese guijarro estuvo compuesto por el mismo material divino con el cual se mandó darle forma a Pandora, reconocible por un resto de la quemadura que encendiera su alma femenina. De origen, la piedra no representaba la posibilidad de salvar al hombre y la mujer: solo era un fragmento olvidado por Hefestos, luego de destrozar con un golpe definitivo de su mazo, el molde donde diera forma a la dama y que, a su momento y forma, revelaría inesperadas propiedades curativas y también de caritativo engaño ante la catástrofe. (La piedra, no la dama.)

lunes, 8 de septiembre de 2008

DE LA BRECHA





Antes de estas Olimpiadas, el poblado de La Brecha ya había sido puesto simbólicamente en el mapa gracias a un poeta. Y no solo fue alguien que además ejerció con brillantez el ejercicio de periodista a nivel nacional, sino que además por luminosos años fue director de la histórica Escuela de Periodismo Carlos Septién García.
Me refiero a Don Alejandro Avilés, quien también por varios años escribiera una columna en Noroeste, así como diversos y breves ensayos de variados temas culturales en este diario.


A su muerte, acontecida a los 90 años en el 2005, una gran cantidad de periodistas de diferentes diarios, fuentes y estilos le hicieron su homenaje. Personalidades que iban desde la poeta Dolores Castro hasta el fulminante Miguel Ángel Granados Chapa tomaron la pluma para reconocer su legado y vigencia.
Uno de sus alumnos destacados fue el propio Manuel Buendía -sacrificado durante el sexenio de Miguel de la Madrid -, de quien fue incluso padrino de boda.


Don Alejandro fue un intelectual coherente consigo mismo que vivió un entorno arduo y salio adelante. Nunca negó su catolicismo y su fe nunca fue lastre para sus ideas ni tampoco para sus lectores, siendo aceptado de la misma manera que hoy la raza de izquierda mira con respeto a Javier Sicilia o a Monsiváis, que públicamente anuncia profesar una religión evangélica.
Escribió en Excelsior cuando el diario era considerado uno de los mejores del mundo. Cuando Echeverría les cerró las puertas y Julio Scherer y Octavio Paz renunciaron, él hizo lo propio.


Me cuentan que disfrutaba mucho de la vida en familia y que pasó sus últimos días en Morelia, tierra natal de su esposa, y que al ir de compras con ella, solía entretenerse en el departamento de libros, regresando a veces a casa cargado de volúmenes y olvidándose del pequeño detalle de que su mujer le había acompañado al centro comercial.
Así que no eran raras las ocasiones que debía de volverse veloz en taxi, luego de que sus hijos o los empleados domésticos le hiciesen caer en cuenta de su error, sobretodo al verlo volver solitario, o quizás hojeando en la sala los muchos libros que solía comprar en una sola visita.


¿Qué era por fin? ¿Un buen maestro de comunicación o un respetable periodista? ¿Un poeta aceptable que era mejor para el artículo de fondo? Creo sinceramente que, en base a los diversos testimonios, el señor Alejandro Avilés tuvo verdadera calidad en esos tres campos que a veces, de manera inexplicable, suelen unirse.
Quizás, la ardua entrega al periodismo hizo que le quitara a su poética el tiempo necesario para dejarnos una obra más extensa. Lo bueno es que en la poesía, el tamaño no importa. San Juan de la Cruz dejó quince poemas tan perfectos que no tiene caso lamentarse por aquellos que dejó en el tintero.


Revisando los versos de Avilés, con motivo de este homenaje, encontré un poema que me movió, escrito en palabras sencillas, donde imagina el momento en que su cuerpo será llevado en andas por sus amigos al cementerio. Podríamos criticarle el aire españolado de sus versos, pero todavía en su siglo se consideraba al castellano castizo como el mejor y más universal.
Pero más allá de métrica y modismos, Avilés sabía darle su lugar a la poesía y también al corazón su parte:



“Oh amigos, esta noche he recordado

la futura mañana en que vosotros

me llevaréis dormido

como a un obscuro leño en vuestros hombros.


Aún bajará del cielo

la luz que vive, en gozo por el campo.

Y sonará en los aires el sueño de los pájaros.

Y tenderá la tierra entre las sombras sus maternales brazos.


Yo pesaré de gratitud, oh amigos.

Y a cada paso el pecho caminante

recordará las horas

en que tomaba el corazón su parte